jueves, 30 de noviembre de 2006

LOS CONSPIRADORES DE LA CROQUETA


AHORA RESULTA QUE algunos personajes de Miami están organizando de nuevo “conferencias de prensa” y reuniones para pedir la expulsión de El Nuevo Herald de varios de los periodistas que trabajamos en este diario.
No es algo nuevo, pero destaca su persistencia. Los nombres de los participantes en el esfuerzo no me dicen nada. Quizá le he pasado la vista por encima a algún comentario en internet, pero carezco de tiempo para leer los “periodiquitos” que circulan en esta ciudad y menos para oír la radio del exilio, sobre todo en horas de la mañana.
Por lo demás, cuando uso el diminutivo para referirme a esas hojas impresas no sólo lo hago por su limitada circulación sino por la cantidad de tonterías que publican. Desde hace años, se sabe que muchas de esas publicaciones sobreviven a duras penas de los anuncios políticos en tiempos de elecciones y las demás se nutren de la publicidad que no puede costearse medios más amplios. En todo caso, nada tengo en contra de que algunas personas se ganen la vida escribiendo en esas páginas rudimentarias, que se distribuyen gratuitamente y se colocan en cualquier esquina.
Lo que sí me llama la atención es que los “periodistas” (no me puedo ahorrar las comillas ante su falsa de profesionalismo) y los doctores y doctoras de pacotilla —que con tanto énfasis gritan para que nos boten— no traten de dirigir su labor hacia la típica competencia e intenten hacer algo mejor que lo que hacemos nosotros, un grupo de columnistas, editores y reporteros de mesa a quienes ellos quieren desaparecer del mapa de Miami.
Esa es su equivocación mayor. Todos estos conspiradores de croqueta —que prefieren reunirse en el restaurante Versailles para expresar sus quejas con los estómagos llenos— no son muy diferentes de quienes al principio de la revolución cubana abogaron y participaron en la nacionalización de la prensa en Cuba.
En este país estas diferencias se resuelven a través de la competencia y no de las intervenciones o la expulsión de quienes manifiestan un criterio contrario. Lo demás es tratar de importar los vicios que sirvieron para implantar el régimen castrista en Cuba.
Estas personas, pese a declararse opositoras del régimen cubano, manifiestan una actitud similar a la existente en la prensa de La Habana: “con nosotros o contra nosotros”, las opiniones e informaciones contrarias a sus puntos de vida son consideradas un ataque y no un criterio divergente. Actúan igual que los que en la Isla organizan y participan en actos de repudio.
Estas manifestaciones de intransigencia de un sector de la comunidad exiliada reflejan el ideal totalitario, que manifiestan a diario una serie de personajes de la pequeña prensa escrita, la radio y la televisión por cable. No se trata de rebatir una idea, sino de suprimirla.
No se trata sólo de estos esfuerzos torpes por suprimir a rajatabla las opiniones contrarias. Bajo el argumento del respeto a la comunidad, el “dolor del exilio” y la necesidad de no “hacerle el juego” a La Habana, ciertos personajes de esta comunidad intentan imponer un código de lo que se debe o no se debe informar.
No estoy dispuesto a que Ninoska Pérez Castellón me dicte los temas que puedo o no puedo hablar, ni tampoco a tomar nota de lo que dice Armando Pérez Roura.
Trabajo en una compañía norteamericana, que cumple las leyes laborales norteamericanas, y en un periódico de Estados Unidos, del que espero una aplicación de los mismos estándares éticos, de objetividad y balance que pautan la labor informativa y editorial tanto en Ohio como en Nueva York. Miami no es una “república independiente”, ni existe al margen del resto del país. Espero que los hechos futuros no me convenzan de lo contrario.

martes, 28 de noviembre de 2006

CASTRO AUSENTE DE HOMENAJE


EL GOBERNANTE FIDEL Castro, dio hoy martes la bienvenida a los invitados a los actos de celebración por su 80 cumpleaños, pero no estuvo presente en el teatro Carlos Marx durante la inauguración de las actividades, convocadas por la Fundación Guayasamín.
En un mensaje leído por un locutor, Castro expresó: ''Al dirigirme a ustedes, a personalidades prestigiosas del mundo, estaba ante un dilema, no podía reunirlos en un pequeño local, sólo en el teatro Carlos Marx cabían todos los visitantes y yo no estaba en condiciones, según los médicos, de afrontar tan colosal encuentro, opté por la variante de hablarles a todos utilizando esta vía''.
El régimen comenzó ayer las celebración por el aniversario de Fidel Castro con una serie de actos programados por la Fundación Guayasamín que durarán hasta el próximo viernes y culminarán el sábado con un desfile militar.
El mensaje fue leído ante un auditorio que contó con la presencia de los vicepresidentes Carlos Lage y Esteban Lazo; el ministro de Relaciones Exteriores, Felipe Pérez Roque, y el presidente de la Asamblea Nacional (Parlamento), Ricardo Alarcón, entre otros, pero no la del gobernante provisional, Raúl Castro, según un cable de la agencia Efe.
''En este periodo he trabajado intensamente para garantizar en nuestro país los objetivos de la proclama del 31 de julio'', señaló el gobernante cubano en su misiva.

El texto no deja esperanzas de que Castro reaparezca en cualquier momento durante el encuentro en el Carlos Marx.
La primera esposa del pintor Oswaldo Guayasamín, Maruja Monteverde, había afirmado de que Castro participaría el viernes en la clausura del homenaje por sus 80 años, de acuerdo a un cable de la Agence France Presse.
''Lo vamos a ver el último día que él va a asistir, sí, él va a asistir, confirmado que va a asistir, está bien mejor. ¿No lo han visto en las fotos?'', afirmó Monteverde, miembro de la Fundación Guayasamín, durante el acto en que esa organización donó 60 obras del pintor, en la apertura del tributo a Castro.
Sin embargo, el gobierno y otros miembros de la Fundación Guayasamín no confirmaron esa versión.
Monteverde dijo haber obtenido esa confirmación ''por la persona que está con él, la secretaria de él'' y por el ministro de Cultura, Abel Prieto.
No obstante, poco después y por separado, el ministro fue consultado por la prensa internacional y no confirmó esa información, aunque señaló que Castro sigue de cerca el homenaje.
''Yo no puedo anunciar nada, no podría adelantar nada, el está al tanto de los que van llegando, él está al tanto del evento, realmente no lo sé, realmente no tengo información'', dijo Prieto.
Por su parte, Pablo Guayasamín, presidente de la Fundación e hijo del pintor ecuatoriano, declinó comentar la información, aunque destacó que Castro ''está al tanto de todo'' lo relacionado con el homenajes. ''Todo está bajo control, él lo sabe todo de todo'', acotó.

POSADA Y EL PASADO


EL INTENTO DE presentar a Luis Posada Carriles como un combatiente antiterrorista, puesto en práctica por algunos exiliados en Miami, se parece como una gota de agua a otra a la campaña internacional del régimen de La Habana en favor de los cinco espías cubanos detenidos en Estados Unidos. En ambos casos, los carteles de terrorista y antiterrorista se cuelgan a partir de argumentos ideológicos.
La realidad es que Washington utilizó a Posada Carriles para diversas actividades encubiertas, en una época en que el empleo de ciertos medios violentos se mantuvo en secreto y no se sancionó como ahora.
Sin embargo, ya la guerra fría terminó hace años. Pese a que la actual administración ha intentado -y a veces logrado- volver al empleo de la tortura y el crimen, para destruir a los enemigos del sistema imperante en esta nación, también ha aumentado -tanto en el pueblo norteamericano como en todo el mundo- el rechazo a las justificaciones políticas para los asesinatos de civiles y los actos que ponen en peligro la vida de inocentes.
Posada Carriles se ha convertido en un rezago de otra época, y por supuesto que hay hipocresía por parte de un gobierno heredero de una tradición que admitía -aunque a veces a escondidas- la realización de sabotajes y actos terroristas con tal de atacar al enemigo.
Condenar esta hipocresía no debe servir para una justificación de lo mal hecho.
Demasiadas guerras y crímenes ocurrieron durante el siglo pasado, para persistir en presentar como víctima a un hombre demasiado vinculado a actos terroristas.
Luis Posada Carriles tiene un amplio historial -en parte hecho público, en parte mantenido aún en secreto- que lo descalifica como patriota y luchador por la democracia.
No es un inocente detenido sin motivos, que sufre de privación de libertad por causa de intereses internacionales. Es un individuo que la mayor parte de su existencia ha actuado al margen de la ley, sin detenerse a medir las consecuencias de sus actos en las vidas de seres inocentes.
Es cierto que el régimen de La Habana manipula el caso de Posada Carriles con fines
propagandísticos y que carece de moral para presentarse como un paladín del antiterrorismo. Pero ello no impide que se deba investigar la supuesta participación de éste en actividades como los atentados dinamiteros ocurridos en La Habana
entre 1997 y 1998, que tuvieron como consecuencia la muerte de un turista italiano.
Un jurado federal en Nueva Jersey está investigando la supuesta participación de Posada Carriles en los hechos. Esta investigación se ha renovado luego de su entrada ilegal en este país, pero enfrenta el obstáculo de que la oficina del FBI en Miami destruyó importantes pruebas en el otoño del 2003.
Las pruebas destruidas fueron parte de una investigación previa sobre los ataques a las instalaciones turísticas en Cuba. Entre éstas había cables de la Western Union y transferencias de dinero, de acuerdo a un artículo de Jay Weaver y Alfonso Chardy, publicado en The Miami Herald el domingo 12 de noviembre.
El FBI confirmó a The Miami Herald que algunos documentos fueron destruidos, pero negó la existencia de irregularidades. Los funcionarios dijeron que se trató de un procedimiento rutinario, autorizado por la oficina del fiscal federal, luego que ésta cerrara el caso en agosto del 2003 por la ausencia de progreso en la investigación.
Sólo en Miami hay quienes justifican ese cierre de la investigación de las andanzas de Posada Carriles, durante una época que la periodista Ann Louise Bardach -quien menciona los atentados con bombas en Cuba y el arresto de él y otros tres en conexión con un intento de asesinato al gobernante Fidel Castro- caracteriza como una de las más activas en la larga carrera del conspirador.
Muchos actos en la trayectoria de Posada Carriles merecen la misma repulsa que la campaña de sabotajes llevada a cabo por el Movimiento 26 de Julio y el Directorio Revolucionario, para poner fin a la dictadura de Fulgencio Batista.
No hay justificación para colocar bombas en cines, parques y hoteles. El terror no es un arma adecuada ni moral ni legal, ya sea utilizada contra un dictador como Batista o contra un déspota totalitario como Castro.
El mantener a Posada Carriles encarcelado en Estados Unidos no es una injusticia, sino un hecho que responde a la época en que estamos viviendo, donde el terrorismo ha perdido sus justificaciones ideológicas.
Esta es mi columna semanal, que debió aparecer el lunes 27 y no fue publicada.

¿REAPARECE HOY CASTRO?


EL PERIODICO OFICIAL Granma publica en su edición de hoy esta escueta nota:
Cubavisión y Cubavisión Internacional transmitirán hoy, a las 9:00 p.m., desde el teatro Karl Marx, el inicio del Homenaje de la Fundación Guayasamín a nuestro Comandante en Jefe Fidel Castro por su 80 cumpleaños y la Gala de Bienvenida de los Artistas Cubanos a los participantes en este histórico evento, que reúne a personalidades y amigos de unos 80 países

EL DOBLE EXILIO DE VARELA


VARELA AL PARECER actuó con la desesperación de un Rambo y no con la frialdad y precisión de Yojimbo y Sanjuro, sus héroes cinematográficos favoritos. Pero ese grito de angustia —mezcla tragicómica no libre por momentos del sainete y la parodia— ha despertado un sentimiento de solidaridad y compasión.
No se trata de aprobar su conducta, sino de tratar de explicar sus razones y sinrazones. Para ello habrá tiempo en las próximas semanas y meses, pero hay un hecho que se debe resaltar: la comunidad —o mejor dicho, una parte sustancial de ella— está a su lado.
Una emisora radial logró recaudar $13,076.90 en pocas horas y el caricaturista pudo salir de la cárcel.
El sábado, un juez estatal impuso a José Manuel Varela —quien enfrenta tres cargos de asalto con agravantes— una fianza de $75,000. Era necesario el 10 por ciento del dinero, o sea $7,500, para cubrir ésta y que fuera liberado.
Repito que este apoyo popular no debe interpretarse como una aprobación del público. Pero indica no sólo que se trata de una figura querida en Miami, sino también que su actuación irracional fue mucho más allá de la explosión de una crisis personal.
Además de que trató de reducir la violencia al mínimo, Varela se interesó sobre todo en llamar la atención y no en la transgresión. Este punto es clave. Quizá no tanto para su defensa legal —porque en la corte se juzgará la violación de las leyes y los atenuantes principales tendrán que ver con su estado emocional— como a los ojos de la comunidad.
Su acto estuvo mucho más cerca de la inmolación —aquí sí hay un contacto con la filosofía oriental— que de la furia destructiva.
Esta inmolación —una carrera destruida y la posibilidad de varios años de cárcel— trasciende los aspectos específicos de su caso y sólo puede empezar a ser asimilada a partir de su condición de exiliado, a la que nunca ha renunciado.
Por razones de su separación matrimonial, el caricaturista estaba viviendo en Jupiter, alejado de Miami y en un vecindario ajeno a sus costumbres e idioma. Para quienes no lo conocen, debo añadir que es un cubano típico que de pronto se vio no sólo conviviendo en un territorio extraño, sino que debe haber llegado a pensar que estaba siendo exiliado por exiliados.
Varela representa entonces al exiliado en su estado más puro: que se siente marcado por una experiencia solitaria y que siente que ha perdido el contacto con lo que había de firmeza en su vida: disminución sustancial de ingresos, matrimonio y vivienda.
Si nada de lo anterior justifica su comportamiento la mañana y tarde del viernes pasado, nos ayuda a comenzar a comprenderlo. La falta del típico pragmatismo norteamericano —que le impide comenzar a buscar otras vías— es también lo que lo pierde y lo hace adoptar un papel redentor, que en última instancia lo caricaturiza. Lo que le quedaba era su arte e intenta llevarlo a la vida, de una forma peligrosa e irresponsable.
Temo que persistan los esfuerzos por considerar a Varela un héroe, cuando en realidad es una víctima. No es un ejemplo a seguir, pero sí ejemplifica una parte de nosotros mismos, que muchos exiliados tratamos de mantener lo más controlado posible. Eso fue lo que falló al caricaturista. Ahora somos nosotros los que no debemos fallarle a él.

lunes, 27 de noviembre de 2006

LOS PEQUEÑOS SERES


AL LADO DE los dirigentes políticos, de los generales y miembros de los cuerpos represivos, de los funcionarios oportunistas, en Cuba han estado siempre —brindado su apoyo “desinteresado”— pequeños seres que no han obtenido grandes beneficios o privilegios, sino el placer de satisfacer sus rencores y envidias: los porteros que eran fieles guardianes a la puerta de los restaurantes y se complacían en no dejar pasar a nadie, pero que se inclinaban ante un uniforme verde oliva que ni siquiera se molestaba en mirarles; los encargados de distribuir los trabajos voluntarios entre sus compañeros de trabajo, mientras los miembros del Partido apenas se excusaban de no asistir debido a sus reuniones; los delatores de cuadra y los que asistían indolentes a gritar y ofender a quienes se atrevían a disentir del sistema. Si no llegaron más lejos en su bajeza, fue en muchos casos porque no se les pidió hacerlo.
Algunos de ellos un día marcharon al exilio y quizás nunca se han cuestionado que hicieron su pequeño mal de forma gratuita e injustificada. Son los que participaron en actos de repudio mientras aguardaban la llegada de un bote por el puerto del Mariel, los que aún hoy asisten a la manifestación del Primero de Mayo, mientras alientan en sus corazones la esperanza de ganarse una visa en la lotería de la Oficina de Intereses.
Muchos han continuado en el exilio esa senda oportunista, amparados en su conocimiento de las “reglas del juego”, siempre dispuestos a no arriesgar sus pequeños cargos, fieles a lo aprendido en las reuniones de la juventud comunista y presas del temor a perder privilegios logrados gracias a su servilismo.
Para ellos, la ansiada “libertad” adquirida en el exilio no pasa de unas cuantas ventajas económicas. Practican un cinismo de café con leche, con el que intentan cubrir su cobardía. Son la explicación mejor de la permanencia del régimen de Fidel Castro. Jamás se arriesgaron a un desacuerdo y aprovecharon una circunstancia propicia para abandonar la Isla sin levantar sospechas.
Si ayer se proclamaban fieles partidarios de las ideas del Comandante en Jefe, hoy alaban a cualquier “líder del exilio” y son fanáticos de la libre empresa, cristianos de corazón y anticomunistas de nacimiento. Olvidan palabras, actos y cuna con la misma persistencia que antes persiguieron a sus compañeros.
Herederos de una tradición revolucionaria caricaturesca, son ellos una caricatura, no como una forma expresiva sino como una vulgaridad ramplona. Trazos mal hechos, seres deformados, existencias vanas.

INDIVIDUO Y EXILIO


CON EL TIEMPO el exilio llegó a representar para él un solo problema. No era un problema fácil. La dificultad radicaba en que era un problema filosófico y él se negaba a verlo de esa manera. Sabía que a partir del momento en que le buscara una explicación —en base a cualquier concepto, categoría o sistema—, la respuesta escaparía de sus manos. Sabía también que otros —los filósofos, por ejemplo— se había planteado la cuestión muchas veces. Conocía algunas de las conclusiones a las que habían llegado. Pero creía que todas esas conclusiones no hacían más que esquivar el problema. Porque estaba seguro de que el problema no era filosófico, sino práctico. Y ese era su error. Una búsqueda que nunca llevó a cabo porque sabía lo conduciría a la derrota. ¿Pero no estaba derrotado precisamente por no emprender esa búsqueda? Nunca se lo planteó en esos términos. No por pesimismo. Quería conservar la esperanza del fracaso.
Fracasar era estar preparado para resolver el problema. Le permitía vivir. Hallar la solución, en cambio, abría la puerta al suicidio. Como cuando le dio por manejar por las autopistas con los ojos cerrados. Recorrer un tramo del viaje esperando un choque. Dejó de hacerlo al comprobar que lo que buscaba era una excitación neurótica y que siempre terminaba por abrir los ojos. Si insistía en esa práctica sólo conocería nuevas molestias: dañar o destruir el automóvil, asesinar o herir a cualquiera, ir a parar a un hospital. Para eso estaban los seguros. Los seguros que pagaba —de salud, del automóvil, contra robo e incendio— no eran más que un reconocimiento de que no valía la pena cerrar los ojos. O de que podía hacerlo si ello le divertía.
Divertirse era la mejor forma de quitarse el problema de la mente. Al menos eso pensó por un tiempo. Comer bien. Conocer qué botella de vino era la adecuada a cada comida. Viajar, leer, ver una buena película. Escuchar jazz —oír a Monk, Bill Evans y a veces a Miles— era la mejor forma de no pensar en aquello. Porque sabía que ellos —sobre todo Monk— también pensaron en lo mismo.
Pensar en el problema era simple. Lo difícil era aceptar que no tenía solución. O que la solución también era simple. Pero él no podía plantearlo en términos simples. Esa era su incapacidad. Su esperanza. Era lo único que le debía a Castro. Sin la revolución jamás habría llegado a conocer que existía algo tan difícil —o tan fácil— de explicar. Ya ni siquiera era necesaria la existencia del exilo para descubrirlo.
Descubrir —como todo exiliado, salió de su país con la esperanza de lograr fuera lo que no había conseguido en su patria— que siempre quedaba algo más allá del placer del triunfo, por pequeño y transitorio que éste fuera, no valió la pena. Para él el exilio significó algo más: la posibilidad de que existiera la justicia. No como recompensa al justo. Se limitaba a verla como un castigo contra lo mal hecho. Abandonarlo todo y empezar de nuevo era un acto de reafirmación. Comprobar que en verdad su forma de pensar era la correcta, que lo que dejaba detrás no servía y que lo que tenía por delante sí. A partir de ese momento, su triunfo no sería obra del engaño.
En Miami se dio cuenta de su error. Actuar de forma correcta no era regirse por principios. Era acomodarse a la situación. Conocer las reglas del juego. No con el fin de cumplirlas. Lo importante era saber cuándo era el momento adecuado de violarlas impunemente. No se trataba de jugar bien. Lo único que había que conocer eran las trampas. Cuáles eran permitidas y cuáles no. En qué momento poner una zancadilla a otro jugador y en qué momento esquivar el que se la pusieran a uno. Saber además cuándo permitirla. El instante adecuado para caerse antes del golpe. A uno siempre le quedaba el dedicarse a la protesta.

INDIVIDUO Y EXILIO (II)


PROTESTAR ERA UNA trampa más. Eso sí lo descubrió a tiempo. Que le ponían a uno y era mejor esquivarla. Porque tras la protesta, el siguiente golpe era más doloroso. Los que sabían no protestaban. O protestaban sólo de lo que no valía la pena protestar, cuando se veía bien a los que protestaban. Era fácil comprender todo esto desde el punto de vista político. Pero él sabía que el problema tampoco era político. La filosofía y la política sólo servían para ocultar el problema. Por un tiempo cayó en la trampa de la protesta. Siguió repitiendo el error durante varios años. Lo hizo por desconocimiento, pero también por obstinación y soberbia. Se aferró a esa esperanza. La ciudad estaba en manos de los batistianos. Habían llegado antes —algunos de ellos con dinero— e iniciaron los primeros negocios y establecieron los vínculos políticos necesarios para que esos negocios salieran adelante. Después vinieron otros que no eran batistianos, pero que estaban dispuestos a olvidarse de que sus nuevos vecinos eran los responsables de que todos estuvieran allí. Se creó el mito de que Castro los había engañado. Los batistianos —o al menos buena parte de los batistianos y de los hijos de los batistianos— eran dueños de la ciudad. Aunque en el fondo no era una conquista sino una tarea. Se levantaban a diario para aparentar ser los dueños de la ciudad. Porque la ciudad nunca dejó de ser americana. Batista era una cuestión de los cubanos. Los americanos no se sentían responsables de lo que ellos contribuyeron a crear. Hablar mal de Batista era hacerle un favor a los batistianos, que entonces podían representar el papel de víctimas. Nada despreciable esa ayuda.
Ayudar a los batistianos fue durante años una de las razones principales para que Miami siquiera creciendo. Cada día llegaban más exiliados. Ahora eran otros. Los que —luego de irse Batista— habían luchado contra los ganadores. Después los que ganaron para al poco tiempo perder y también los que volvieron a ganar y acabaron perdiendo. No llegaron como perdedores. Traían unas ganas inmensas de intentar ganar de nuevo. Más motivos para que los batistianos pudieran repetir una y otra vez su papel de víctimas. Sólo que ahora otros reclamaban que en realidad las víctimas eran ellos. Todos querían ser víctimas. Aunque nadie quería ser un perdedor. Fueron muchos los que llegaron primero. Tantos, que cuando a él le tocó el turno carecía de sentido diferenciarlos.
El diferenciar a diario a los ganadores y perdedores en Cuba alimentaba los odios del exilio. También carecía de sentido. Al poco tiempo de vivir en Miami, comenzó a darse cuenta de que algo no andaba bien. Lo que él creía sería una reafirmación, empezó a agrietarse. Al principio no se dio cuenta. Se enfrentaba al problema más grave de su vida y no lo sabía. Si el paso al exilio era un viaje a las antipodas, era lógico que los que allá estaban arriba, aquí estuvieran abajo. Que los triunfadores en el otro extremo fueran los fracasados en éste. Que quienes alimentaron el error ahora sufrieran las consecuencias. Equivocado. Supo de su error a la hora de encontrar empleo. Varias veces pasaron por alto su solicitud antes de darle trabajo en el periódico. Al menos en dos ocasiones le negaron una plaza, para dársela a un recién llegado. En ambos casos adujeron una mayor experiencia periodística. Sólo que él veía esa experiencia como resultado de la participación en un régimen cuya destrucción el exilio proclamaba a diario era su objetivo primordial. Acabar con el castrismo parecía ser la razón de existir de Miami. Al menos, eso era lo escuchaba y leía por todas partes. Pero también había otra realidad que no se ocultaba. La veía a diario en los noticieros. Si desertaba un funcionario del régimen era noticia. Si llegaba un preso político más, sólo se enteraban los familiares. Si un general daba el brinco, tenía garantizada una recompensa económica, otorgada por el gobierno de Ronald Reagan. El mayor anticomunista del mundo premiaba a los equivocados e ignoraba a los justos. Si el inmigrante era alguien que se había negado a militar en las filas del Partido Comunista —y a desempeñar funciones de responsabilidad en favor del régimen—, las posibilidades de encontrar empleo dependían de su suerte. Si se trataba de un funcionario, lo más probable era que al poco tiempo contara con las relaciones suficientes para procurarse un buen salario. Si alguien llegaba al exilio, luego de publicar varios libros en Cuba, era recibido como un escritor —no importaban las alabanzas a Castro y a la revolución que contenían esos libros. El que venía sin una obra —porque se había negado a someterse a los criterios imperantes en la isla sobre la literatura y el arte— era un simple desconocido.
Desconocer su error le costó años de amargura. Lo importante no era que el que llegaba hubiera sido o no funcionario, escritor o general. Aceptar y celebrar la llegada de los desertores era un paso de avance en el exilio, logrado tras el éxodo del Mariel. Alimentar el resentimiento era una actitud malsana. Entendía a los presos políticos, que —tras pasar la juventud y parte de su vida encerrados— se veían obligados a desempeñar labores mal pagadas. No contaban con la preparación suficiente. Sus años de estudio malgastados en las prisiones. Pero lo justificaba emocionalmente, no como una forma de conducta adecuada. Ese, además, no era su caso. No se trataba de argumentar que había vivido engañado. Repetir: “Yo creí en aquello, pero un día me di cuenta de mi error, bla, bla, bla”. Tampoco de recurrir a la consabida autocrítica: “Pido perdón al exilio. porque yo estaba equivocado y ahora lo que quiero es una segunda oportunidad, trabajar en tierras de libertad, bla, bla, bla”. Quienes se dedicaban por un tiempo a recriminarse —y a inventar justificaciones — siempre despertaban la sospecha de estar buscando un perdón fácil, que les permitiera integrarse con rapidez a la sociedad que hasta ayer habían rechazado. De lo que se trataba —lo realmente importante— era renunciar a una vida de engaño. Tratar en lo adelante de avanzar por méritos propios. No permanecer a la caza de una oportunidad para alcanzar un empleo y un lugar destacado en la comunidad apelando a las palabras convenientes, ocultando sentimientos y motivos con el fin de escalar posiciones. Cuando así lo supo, comenzó un enfrentamiento sin solución.

INDIVIDUO Y EXILIO (III)


ENFRENTARSE CON EL problema fue el resultado de comprender la farsa que era el exilio. El oportunismo existió en Cuba hasta el fin de Castro. La palabra se puso de moda tras el primero de enero de 1959. Fue languideciendo con los años. No volvió a escucharla desde su llegada a Miami. No había oportunistas que caminaran por las calles de la ciudad. En su lugar, estaba llena de automovilístas hipócritas. No era un fenómeno propio del sur de la Florida. Era una característica nacional, típica de la sociedad norteamericana. Esta no se rige por criterios políticos.
Esa es una de sus virtudes de la sociedad norteamericana, y uno de sus defectos. La mayoría de los americanos desconoce el tipo de oportunismo que imperaba en Cuba. Se puede insultar al presidente, maldecir al alcalde y renegar del gobernador. Pero pocos se atreven a decirle un par de verdades al jefe. El norteamericano critica el lugar donde trabaja, aunque dentro de unos límites que con los años se han vuelto cada vez más restringidos, a medida que los sindicados han ido desapareciendo. Hay un factor ideológico que dificulta la crítica. Tiene que ver con la concepción pragmática que rige la vida, que se expresa de acuerdo a normas sociales. No se ve bien eso de andar criticándolo todo. No es de buen gusto el opinar mal y señalar defectos. Se trata de establecer un hecho, no de imponer un punto de vista: “Fulano dice tal cosa, aunque Mengano dice otra, Ha ocurido esto y aquello, Los datos estadísticos dicen lo siguiente”. No se acusa a fulano de mentiroso. No es de buena educación. Además es peligroso: fulano puede establecer una demanda. De los que gobiernan se puede hablar mal, porque por ley son figuras públicas y no pueden demandar a los que los critican. Los legisladores se pueden insultar sin problema. En los hemiciclos del Congreso no se admiten demandas judiciales. Insultar allí es un acto impune.
La impunidad ante lo mal hecho tiene también un aspecto moral y religioso. Dios juzga y recompensa no según las acciones de cada cual, sino de acuerdo a sus preferencias. Las acciones sólo se condenan cuando perjudican a los demás. Pero lo que beneficia y perjudica es muy difícil de precisar. No hay “acusados” sino “defendidos”. No hay que demostrar la inocencia. Hay que probar la culpabilidad. Nadie es culpable hasta que no se demuestre lo contrario. Lo demás queda en manos de abogados, jueces electos y jurados ignorantes. Un comerciante no puede engañar al consumidor con la declaración de que una mercancía contiene determinado producto. Pero pocos conocen la cantidad mínima necesaria para que esta declaración sea legal. La solución final estaba en hacer una etiqueta llamativa y utilizar distintos tamaños de letra. La legalidad resumida en un problema de espejuelos.
¿Espejuelos para diferenciar a los farsantes de las personas con prinicipios en el exilio? No existían. Bastaba la presencia de un micrófono en la radio o de una página impresa en el periódico para otorgarle veracidad a un mentiroso. Todo lo contrario de Cuba, donde se había acostumbrado a juzgar las cosas de forma contraria: todo lo que aparecía en la prensa escrita o repetían por la radio era mentira. Tampoco la solución era negarse a creer la totalidad de lo que leía o escuchaba. Porque eso implicaba un desarraigo aún mayor del que había tratado de escapar.

INDIVIDUO Y EXILIO (IV)


EL MONTACARGAS ENTRA en el camión. Con dos pinzas enormes toma una bobina de papel. Sale y la deposita sobre la báscula. La bobina comienza a rodar y se pierde dentro del edificio. Una y otra vez. Día tras día caminar por el borde y mirar hacia abajo, hacia los camiones que entran y salen y el montacargas moviéndose entre ellos.
Durante años hace el mismo recorrido. Todos los días de trabajo, entre las tres y las cinco de la tarde. Aprovechaba su media hora de descanso para fumarse un purito y caminar arriba y abajo a lo largo del balcón del segundo piso del periódico. Cuando llegaba a la parte posterior del edificio, siempre miraba hacia abajo. A pocos metros el mar. A corta distancia, perfectamente visible, la costa de Miami Beach. Los rascacielos donde viven los judíos y antes las islas con las mansiones de los millonarios. Los dos viaductos que unen las ciudades delimitando el paisaje a los lados. El muelle de Miami a la derecha. Desviando aún más la vista, y en la misma dirección, el centro financiero. Una estrecha franja entre las aguas y la parte posterior de la construcción sólida e impenetrable que alberga un periódico. Seis pisos de amplios ventanales que no se pueden abrir, que convierten al lugar en un horno irrespirable cuando se rompe el aire acondicionado central —sólo ha ocurrido en dos ocasiones — o se interrumpe el fluido eléctrico —sucedió una vez, durante el paso del huracán Andrew, en 1991— y la planta eléctrica que tiene el edificio sólo basta para mantener funcionando las computadoras, los sistemas de comunicación, una prensa y las luces mínimas. Todas las tardes disfrutar por un rato de la única zona al aire libre de esta fábrica enorme, donde entra la materia prima que pronto se engulle y sale al otro día a la calle con el afán de llamar la atención.
Un mundo ajeno al del sexto piso en que trabajaba. La parte industrial del proceso. Inmensos rollos de papel que pasan a una sala completamente automatizada, donde robots con tenedores de dos enormes dientes los cogen y colocan en línea para entrar en las prensas. Negros con overol azul y choferes de uniforme. Observaba con curiosidad y desinterés.
Durante años quiso describir lo que ocurría en aquel diario de Miami, pero siempre supo que el esfuerzo tecnológico contaba poco a la hora de narrar esa historia. Era un verdadero despilfarro de energía. Siglos de inventiva y cuantiosos recursos reducidos a la impresión de reportajes pueriles, noticias repetidas una y otra vez por la televisión y la radio; artículos para complacer a una comunidad aferrada a un pasado que nunca ocurrió; reseñas de exposiciones mediocres; críticas de unos cuantos libros que sólo servían para enriquecer al dueño de la librería local; fiestas de los magnates de la ciudad y elogios a políticos corruptos, funcionarios ineptos y empresarios ladrones.
Hacer la historia de la decadencia de un periódico que en una época fue uno de los diez mejores de Estados Unidos —y posiblemente estuvo entre los veinte mejores del mundo— carecía de sentido. Pormenorizar el fracaso del más importante diario en español del país era un ejercicio agotado. Si algún día se decidiera a contarlo, tenía que buscar otro ángulo. Como se le exige al periodista. Relatar la misma noticia, pero con un enfoque distinto. Descubrir lo que no han visto otros reporteros. Presentar lo ocurrido de forma tal que el lector no se dé cuenta de que le están disfrazando lo que ya sabe —porque lo escuchó por la radio del automóvil al regreso del trabajo o lo vio en el noticiero de televisión de las seis de la tarde— sino que le están contado la verdadera realidad de los hechos.
Describir lo ocurrido durante los años que trabajó de redactor de mesa a partir algunas palabras claves. Nada de análisis noticioso. No criticar la avaricia corporativa. Abstenerse de denunciar la falsedad de la libertad de prensa en Norteamérica. Buscar las razones que hacían mover aquel engranaje. Descubrir lo que justifica al hombre del montacargas entrando y saliendo de los camiones durante horas.
A él no le interesaban las justificaciones. Si lo correcto y lo incorrecto eran conceptos relativos, las justificaciones salían sobrando. No era que la vida se rigiera por un relativismo total. Era que no existía ningún absoluto. Vivir no era más que dedicarse a realizar pruebas de “ensayo y error”. Quienes triunfaban eran los que no repetían errores, los no se arriesgaban a los ensayos, los que tenían suerte y no se equivocaban, aunque fuera de pura casualidad. No sólo carecía de sentido catalogar las acciones de un oportunista en Cuba o de un político demagogo de Miami. Tampoco era justo. A veces resultaba fácil emitir un juicio. Detestaba a todos los patriotas cubanos, porque para él habría sido mucho mejor que la isla nunca hubiera dejado de pertenecer a España. ¿Qué ganó Cuba con la independencia? ¿Librarse de la corrupción española para caer en otra, que ni siquiera era propia sino heredada o importada de Estados Unidos? Tampoco los españoles debieron encapricharse con la isla. Qué estupidez no abandonarla a su suerte. Pero no siempre resultaba tan fácil. Hablar de Cuba era fácil. Se había pasado buena parte de su vida hablando de Cuba. Escribiendo sobre Cuba. El y otros muchos. El castrismo había resultado el mejor negocio desde la llegada de Cristóbal Colón. ¿Qué justificaba la honestidad, sino un acto de soberbia?

INDIVIDUO Y EXILIO (V)


DURANTE AÑOS, DOS tendencias conformaron las reacciones ante los artistas e intelectuales procedentes de Cuba, que acudieron a Miami hasta que el gobierno del presidente George W. Bush pusiera fin a estos intercambios. La primera fue de franco rechazo, de oposición abierta, de desprecio y odio. La segunda, una búsqueda pasiva de un espacio abierto que permitiera el encuentro. Ambas demostraron no sólo su ineficacia, sino la falta de liderazgo del exilio.
Apocalípticos e integrados bajo las categorías de la tolerancia y la intolerancia, en el exilio se desaprovechó la oportunidad de definir una posición que evitara la manipulación del régimen castrista.
La incapacidad de arrojar el lastre de un nacionalismo provinciano hizo que junto al hostigamiento contra un enemigo dudoso o inexistente llegado de la isla se reviviera la sobrevaloración de la nación existente antes del primero de enero de 1959. Un fenómeno con culpables no sólo en las calles de La Pequeña Habana. Se apagó la luz para no ver lo que ocurría en la Isla, mientras las instituciones educacionales norteamericanas se volvían candil de casa ajena: la negación de la labor cultural que en condiciones adversas se desarrollaba en Miami mientras se alentaba cualquier prducto artístico proveniente de la Isla, con independencia de su valor.
La consecuencia fue la reafirmación en Miami de una especie de stalinismo de café, donde determinados círculos defienden la politización del arte con mayor furor que en la época del realismo socialista. “Dentro de Miami, todo. Fuera de Miami, nada”, parece ser la consigna. Lo peor del caso es que se equivocan en lo que tienen razón, y defienden con falsedades y medias verdades lo que es cierto.
La política inquisitorial de Bush y el rechazo de los círculos de poder del exilio de Miami han llevado a la pérdida de una confrontación necesaria, por la que a veces vale la pena pasar por alto las trampas del enemigo. Al tiempo que se debe defender el derecho que tiene cualquier artista o conferencista residente en la isla de venir a cantar, o a exponer sus ideas, no hay que dejarse seducir por los silencios o las declaraciones hipócritas de aquéllos que siempre están dispuestos a vivir entre dos aguas, o lo que es peor: entre las aguas. No existe la despolitización del arte en Cuba. Tampoco existe la inocencia del baile. Pero vale la pena apreciar la buena música, dondequiera que se produce.
Soslayado por una academia que lo ignora, sin apoyo de instituciones locales o nacionales para realizar su labor, menospreciado por los poseedores de riqueza del exilio, el artista o el intelectual residente en Miami no tiene siquiera tiempo para su obra luego de ganarse el sustento cotidiano. Quedan entonces los problemas de la cultura relegados a las opiniones más disímiles: oportunistas de aquí y allá, combatientes fracasados y locutores altisonantes.
Al final, todo se convierte en un problema personal: tratar de olvidar tanto de los males sufridos en la Cuba castrista como las declaraciones del exilio. La amnesia como forma de supervivencia. Junto con ello una necesidad aprendida: es mejor definirse como individuo, que participar en la sustentación de una nación, hipotética o futura.
Este inevitable reencuentro aplazado —gracias a Bush y los jerarcas de la política de Miami— con los escritores y artistas de la Isla siempre encierra dos trampas.
Una es la consabida e inevitable nostalgia, que en lo personal puede servir de saludable catarsis si no se prolonga más allá de 15 minutos, pero que es susceptible a la manipulación cuando se desborda el terreno personal.
La aparición de conceptos gastados como patria y nacionalidad —etiquetas cada vez más caducas y contaminadas por fines espurios— es la otra.
Cuando finalmente se produzca esta encuentro, ¿vamos a formar un coro para entonar de nuevo la Guantanamera?
Muchos que en Cuba nos sentíamos como extranjeros —o lo que es peor, como desterrados— posiblemente no estemos dispuestos a sumergirnos en un baño de cubanía de quincalla.
Por otra parte, sigue en pie la pregunta: ¿Vale la pena luchar por la creación de un espacio común entre los artistas e intelectuales de aquí y allá?
En lo personal y lo político, no tengo duda de lo positivo que resulta el intento de tratar de conquistarlo, de buscarlo individualmente y de luchar en favor de establecerlo para otros que tengan los mismo sentimientos y sentimientos contrarios. Alcanzar en Cuba y en Miami el respeto a la individualidad, el reconocer la posibilidad de diversos caminos para lograr diversos objetivos o el mismo objetivo que se repite incesante.

INDIVIDUO Y EXILIO (VI)


LAS RAICES DE la valoración exagerada de lo propio, y la justificación a priori de nuestros defectos, se remontan a la herencia hispana y al surgimiento y desarrollo tardío del capitalismo de libre empresa en los países de habla española, tanto en España como en Latinoamérica.
En lo económico, las consecuencias han sido un proteccionismo, que lejos de proteger la industria local ha impedido su desarrollo; un mercantilismo en que el Estado ha sido al mismo tiempo parásito y protector de una burguesía anquilosada y de una clase comercial atrofiada, que no han podido alcanzar la plenitud por sí mismas.
En lo cultural, la sobrevaloración de nuestra identidad se convirtió en un recurso eficaz en días difíciles, pero también en una limitación a la hora de conocer y analizar nuestras capacidades. El fenómeno no es propio de los cubanos, y se repite en otras etnias y nacionalidades, en donde el temor a una asimilación o sincretismo —que conlleve una disolución paulatina de algunas de sus costumbres o características—los obliga a aferrarse de forma agresiva e hipócrita a moldes superados por el devenir histórico y social.
Pero es en el comportamiento cotidiano donde más tendemos a sublevarnos cada vez que se nos señala un defecto o limitación. Nos negamos a la crítica porque pensamos nos denigra, en lugar de aprender de nuestros defectos.
Durante muchos años, a todo aquel que se atrevía a formular la más leve crítica en Cuba se lo tildaba de “hipercrítico”. Es curioso el arraigo de ciertas palabras. La mentalidad del militante del partido comunista que imponía su discurso, del profesor de filosofía marxista que propagaba el dogma y del vigilante del Comité de Defensa de la Revolución que espiaba al vecino se extiende más allá de la disidencia y del derrumbe de la sociedad cubana.

INDIVIDUO Y EXILIO (VII)


EN SU PAIS de proyectos, ese que en ocasiones recorre todo cubano, piense en irse de Cuba o no, e independiente de las posibilidades reales para hacerlo, habían dos o tres libros publicados e infinidad de artículos periodísticos, reseñas y ensayos.
Ahora no estaba seguro de cuánto había logrado de aquel sueño —pensaba que muy poco—, pero de lo que sí estaba seguro es que aquella ilusión había desaparecido. Luchaba todos los días contra una censura invisible, propia y ajena. Lo peor de todo es que, desde el punto de vista material, nunca había logrado imaginarse que llegaría ser tan fácil el poner un texto en letra impresa.
Sus primeros escritos los había redactado en una máquina de escribir, e incluso al salir de Cuba no podía imaginar que un día un texto como éste iba a estar realizado en una computadora que podía presentarlo igual al que aparece en cualquier página de libro, periódico o revista.
Si años atrás alguien en Cuba le hubiera dicho que en el futuro si le daba la gana podría tener mi propia revista, editorial o publicar lo que quisiera, no lo habría creído, negándose a dar cabida a esa ilusión.
En la actualidad contaba con los medios y los recursos económicos para divulgar hasta el más insulso de sus escrito.
Pero pese a ello, vivía en una ciudad con un par de publicaciones periódicas dedicadas a la cultura, que cada vez que aparecían evidenciaban los esfuerzos, amarguras y frustraciones de sus editores.
Le parecía paradójico que los cubanos —siempre dispuestos a alzar la voz cuando se sentían menospreciados— no les preocupaba en lo más mínimo el desprecio que significa que los periódicos no tuvieran una sección cultural seria y que ninguna emisora de radio del exilio dedicara 15 minutos a hablar de literatura sin pretextos políticos y que tampoco estación de televisión alguna tuviera un programa cultural.
“¿Es que realmente no lo merecemos?”, se preguntaba.
La realidad era que a la vez que el escritor tiene cada vez mayores facilidades para publicar —desde el punto de vista personal—, menor es el interés que demuestran los centros de poder cultural y editorial, y en resumidas cuentas toda la sociedad, en la obra de autores nuevos o no consagrados.
Se trataba por una parte de un proceso de parcelación cultural y social, en que las universidades y diversas instituciones asumen los valores de determinados grupos para publicar sus obras y distribuirlas en un circuito limitado, y por otra de un rechazo y desconocimiento de la cultura en un mundo donde la lectura ocupa cada vez más un lugar secundario.
Esta realidad se hacía aún más aguda para el escritor o periodista que escribía en español e intentaba publicar en Miami, donde el menosprecio o ignorancia hacia cualquier intento de creación literaria llevaba en muchos casos al autor a cuestionarse la publicación de un texto y ejercía las funciones de una censura invisible y subjetiva, no menos poderosa que la clásica y soez supresión o mutilación de un libro o un artículo.
Todo ello llevaba a una censura invisible: la creencia de que no valía la pena publicar una obra cuando no existían posibilidades de divulgarla y discutirla. Conocía escritores del exilio que después de esperanzas y frustraciones habían logrado publicar una novela o un libro de poemas o cuentos. Obras de una calidad similar a la de otros escritores latinoamericanos cuyos nombres veía aparecer con frecuencia en diarios y revistas. Sin embargo, los de Miami habían tenido que regalar sus libros (aquí casi nadie gastaba su dinero en libros y los pocos que los compran no pensaban suscribirse o comprar una revista o boletín literario), mientras esperaba por alguna reseña y luego se quedaban batallando en el olvido.
¿Podía romperse esta doble censura silenciosa, menos feroz pero más incisiva que la represión estatal? No lo sabía, pero sí estaba seguro que un escritor no tiene más remedio que intentarlo, soportando la carga de su maldición y cargando con su instrumental creativo.
Siempre Cuba ha sido una gran fábrica de héroes y mártires, pero en el exilio sólo surgen vivos y tontos. “Los mártires del exilio son pura cantinela de los vivos para arrobamiento de los bobos”, se había dicho en más de una ocasión.
También sabía que un escritor no era más que un bobo, tocando un recorder en lo alto de una colina. O como una vez tradujo un periódico de Miami: “haciendo sonar su grabador”.

sábado, 25 de noviembre de 2006

AUMENTAN FIANZA A CARICATURISTA


DURANTE UNA AUDIENCIA celebrada hoy sábado, la fianza de Varela fue elevada a $75,000. En un primer momento su fianza era de $7,500 por cargo. Ahora es de $25,000 por cargo. De ahí el total de $75,000, según los funcionarios de prisiones del condado Miami-Dade.
Varela se encuentra detenido con tres cargos de asalto con agravantes.
Durante su primera audiencia hoy sábado, el juez también le impuso a Varela una orden de restricción. Tiene que mantenerse alejado del edificio de los diarios El Nuevo Herald y The Miami Herald y no puede acercarse a cualquiera de sus empleados.
El caricaturista encarcelado no recibe ningún tipo de tratamiento especial ni está bajo supervisión por temor a un intento de suicidio. Tampoco podrá recibir visitantes antes de cumplir 72 horas en la cárcel.
Varela será sometido a una evaluación médica antes de la segunda audiencia, el próximo 15 de diciembre.

LA VERDAD SOBRE VARELA


MAS ALLA DE la pena por la crisis emocional que sufre mi colega, el caricaturista José Varela, me disgusta la manipulación del caso por parte de ciertos comentaristas y periodistas de la radio y la televisión de Miami.
Se ha tratado de establecer un vínculo entre la acción desesperada e irracional cometida por Varela —parapetarse en la oficina del director de El Nuevo Herald por varias horas y exigir la renuncia de éste y del director de The Miami Herald— y los acontecimientos ocurridos en ambos periódicos en los últimos meses.
Los motivos, las preocupaciones e incluso las obsesiones de Varela superan el caso de los periodistas de El Nuevo Herald y Radio Martí, una frase desafortunada del director de The Miami Herald y la tensa relación entre ambos diarios.
Más allá de los factores emocionales personales, es posible que estos acontecimientos precipitaran o configuraran en algunos detalles la acción del caricaturista. Es cierto también que en sus intercambios durante las horas que se mantuvo parapetado en El Nuevo Herald hubo referencia a estos hechos.
Nada de ello, sin embargo, permite concluir que el acto de Varela fue un llamado de atención limitado a su percepción del tratamiento del tema cubano por los dos periódicos o una protesta en favor de los puntos de vista de quienes consideran que las críticas a cierto sector del exilio no son más que ataques a la comunidad exiliada.
La realidad es todo lo contrario. Varela siempre batalló por un aumento de las críticas a los poderes establecidos en el exilio de Miami, a los políticos locales y nacionales, a los terroristas que aquí se consideran patriotas y a las organizaciones que dicen luchar por un cambio en Cuba cuando en realidad se limitan a lucrar con el anticastrismo.
Tengo en mi poder un extenso mensaje electrónico que Varela me envió el 26 de junio de este año, con relación a mi columna Por el choteo, aparecida en El Nuevo Herald, donde habla del facilismo crítico en que nunca cayó, expone los temas que quisiera tocar más a menudo y se queja de problemas de censura. Como suele ocurrir, en algunos puntos comparto sus criterios y en otros no. Esto no es importante ahora. Lo que vale la pena destacar es que lo que atormentaba al caricaturista de forma obsesiva no eran las críticas al llamado “exilio histórico”, sino todo lo contrario.
Dice Varela en su mensaje: “Pero una cosa te prometo: no voy a terminar pintando a Fidel con colmillos sobre una islita llena de calaveras ni a un exilio triunfante aplaudiendo presidentes americanos de turno”.
Ahora la manipulación se mezcla con la ignorancia y desde los oyentes de la radio de Miami hasta los periodistas de The New York Times quieren verlo todo como un problema de cobertura parcializada de The Miami Herald en contra de los cubanoamericanos.
Además de su talento, Varela es un hombre honesto, que en estos momentos atraviesa por una situación muy difícil y merece nuestro apoyo. Su caso no debe ser utilizado en favor de rencillas y reproches ajenos.

viernes, 24 de noviembre de 2006

DISIDENTES CONTRA LAS RESTRICCIONES


VARIOS DESTACADOS DISIDENTES pidieron a Estados Unidos que elimine las restricciones al envío de ayuda y a los viajes a Cuba por considerar que no contribuyen a la estrategia de la oposición interna, de acuerdo a un cable de la agencia Efe.
La petición está contenida en un comunicado que lleva las firmas de Marta Beatriz Roque, que lidera la Asamblea para Promover la Sociedad Civil, Gisela Delgado, esposa del preso político Héctor Maceda y miembro del movimiento de las Damas
de Blanco, Elizardo Sánchez, de la Comisión Cubana pro Derechos Humanos y Vladimiro Roca, portavoz de Todos Unidos.
En el comunicado, los disidentes lamentan la utilización irregular de los fondos destinados por Estados Unidos a ayudar a las organizaciones de oposición al régimen de Fidel Castro y subrayan la necesidad de ''alcanzar mayor eficiencia en el uso de dichos fondos''.
Una posible forma de lograrlo, apuntan, sería la eliminación de una serie de restricciones al envío de ayuda y viajes a Cuba, que, según dicen, ''para nada ayudan a la lucha pro democracia'' que se libra dentro del país.
''Esperamos que sean corregidos los errores cometidos y que una mayor cantidad de ayuda llegue a los activistas pro democracia para avanzar con mayor rapidez en pos de la libertad económica, política y social en nuestra patria'', concluye el breve comunicado.

NOTICIA

Rui me pide informe a los lectores que por razones técnicas, ajenas a su voluntad, su blog no puede ser visitado en estos momentos

miércoles, 22 de noviembre de 2006

RAUL RIVERO HABLA SOBRE LA ENFERMEDAD DE CASTRO


EL POETA Y periodista Raúl Rivero criticó en Madrid la posición asumida por el gobierno cubano de desviar la atención de los verdaderos problemas de la sociedad, por estar pendiente de la salud de Fidel Castro, informó Europa Press.
Rivero dijo que la enfermedad de Castro ''ha hecho que haya una especie de olvido, de desidia, o de abandono temporal () de lo que está pasando realmente'', según una nota aparecidaen el diario digital Encuentro en la red.
Aspectos como la ''situación económica desesperante'' y la ''represión que va en progreso cada día'', se dejaron de lado desde que se conoció la noticia de la enfermedad del mandatario, señaló el ex preso político, que reside en Madrid.
El disidente señaló que cerca de 20 presos políticos viven en una situación de precariedad que pone en riesgo sus vidas, lo que está siendo obviado por el régimen.
''Hay un abandono enorme de los presos que están enfermos dentro de las prisiones, cada día es peor la atención medica () es decir, que hay una gran preocupación por la enfermedad de Fidel Castro y hay presos () que no tienen medicinas'', añadió.
Rivero dijo que actualmente en la Isla se desarrolla un ''escenario muy difícil de describir'', en el que la enfermedad de Castro ''es un secreto y no se sabe realmente lo que está pasando''. ''Todos están a la espera de lo que pueda pasar''.

Por su parte, Blanca Reyes, representante de las Damas de Blanco en Europa y esposa de Rivero, agradeció al Parlamento Europeo que decidiera enviar a la Isla a diputados para entregar a las Damas de Blanco el Premio Sajarov, el cual no han podido recibir porque La Habana impidió a sus representantes viajar a Bruselas.
Este reconocimiento, apuntó Reyes, representa una ''defensa'' para ellas porque "aunque la dictadura de Fidel Castro no anda creyendo en nada () los ha contenido un poco para que a estas mujeres no las toquen''.
Reyes participó el martes en la inauguración en Madrid de la exposición de fotografías También es nuestro problema. Las Mujeres de los prisioneros de la primavera negra de Cuba.
La presentación de la muestra estuvo presidida por el concejal presidente del Distrito de Centro, Luis Asúa Brunt, que fue en representación del alcalde de Madrid, Alberto Ruiz-Gallardón. Le acompañaron en la inauguración Jiri Knitl, director del Programa Cuba de PIN, de la República Checa, y Carmen Gurruchaga, miembro de la Junta Directiva de Reporteros Sin Fronteras-España.
Organizada por People in Need y Reporteros Sin Fronteras, la exhibición es un testimonio en blanco y negro de algunas familias de los cientos de prisioneros de conciencia que el régimen cubano mantiene en sus cárceles, concretamente los de los encarcelados en ola represiva de marzo de 2003, conocida como la Primavera Negra.

LOS AMIGOS Y ENEMIGOS DEL EMBARGO


EL NUEVO CONGRESO que entrará en funciones en enero del próximo año tendrá que analizar el embargo económico contra el régimen de Castro en algún momento, pero el tema no se encuentra entre sus prioridades.
Esta posición, sin embargo, podría cambiar en los próximos meses no sólo por cambios en la situación cubana, sino por intereses económicos de diversos grupos norteamericanos. En este sentido, las mayores presiones no serán ejercidas por los defensores de derechos ciudadanos sino por empresarios y granjeros.
Mientras que los defensores del embargo tendrán que dividir sus esfuerzos en dos frentes —luchar contra los tradicionales opositores a la medida y cabildear entre los nuevos legisladores demócratas más moderados—, quienes por años vienen luchando por un cambio en las restricciones tratarán de aprovechar la ventaja que le brinda un Congreso en manos del partido menos favorecido por los votantes y contribuyentes demócratas.
Es muy probable que la campaña principal en favor de un cambio de las medidas no venga del lado demócrata sino republicano: legisladores que por años han fracasado en sus esfuerzos contarán ahora con aliados en el partido contrario.
Todo ello abre un panorama diverso y muy diferente al que disfrutaron quienes favorecen la permanencia e incluso el endurecimiento de las restricciones. No es que cubanoamericanos partidarios de las sanciones no tengan experiencia en cabildear los votos de ambos partidos, pero durante el próximo año quizá tengan que depositar sus esperanzas en un veto presidencial.
Aún en pronto para vaticinar sobre la posición manifiesta del presidente George W. Bush, que en más de una ocasión ha dicho que vetará cualquier aflojamiento de las sanciones, pero tampoco se debe pasar por alto que el famoso “capital político”, que el mandatario alardeó haber logrado con la reelección, no sólo se ha agotado sino se encuentra en bancarrota tras los resultados de las elecciones legislativas de este mes. Lo único que se puede señalar al respecto es que el veto presidencial no se puede dar por descontado. No hay que olvidar que este presidente prolonga automáticamente cada seis meses la puesta en vigencia del capítulo III de la ley Helms-Burton.
Aunque parezca paradójico, uno de los factores que en estos momentos obra en favor de una permanencia de las sanciones es la indeterminación existente sobre el verdadero estado de salud de Castro. Aquí, al igual que en la situación en la Isla, la enfermedad del gobernante juega un papel de disuasión, dentro de la actitud prevaleciente en Cuba y el exterior de que no pase nade hasta que ocurra lo inevitable.

Por lo pronto, no parece que un conocido oponente a las sanciones esté dispuesto a dar el primer paso, cuando el próximo año disponga del poder necesario para intentarlo.
De acuerdo a un asistente de Rangel, éste no se inclina hacia favorecer un cambio fundamental en la dirección de la política norteamericana hacia Cuba hasta que Castro muere, según informa Inside U.S. Trade.
El asistente agregó que es poco probable que importantes proyectos de ley relativos a Cuba se sometan a votación en la Cámara hasta que no se aclare la situación política de la Isla, de acuerdo a la misma fuente.
Lo que podría favorecer al mantenimiento de las restricciones no es la correlación de fuerzas en el comité de medios y arbitrajes, sino la prioridad de los asuntos. Si bien la salida de los representantes republicanos floridanos Clay Shaw y Mark Foley facilitaría una propuesta de cambio, no es probable que ésta se produzca —de continuar el estancamiento en la Isla— antes de que la Cámara atienda asuntos más importantes.
Por otra parte, el dominio demócrata en el Congreso no garantiza en lo absoluto un cambio automático en las restricciones. Los defensores del embargo también conquistaron logros en los pasados comicios. No sólo con la presidencia del Partido Republicano en manos del senador Mel Martínez, sino con el triunfo del senador independiente Joseph Lieberman. Más bien de lo que se trata es de una nueva correlación de fuerzas.
Si aún resulta difícil el conseguir un cambio en la política de sanciones económicas, quienes buscan un alivio a las restricciones de viajes y envíos de remesas tienen mayores posibilidades de triunfo. Tanto republicanos como demócratas que favorecen la libertad de viajar a la Isla deberían en estos momentos de concentrar sus esfuerzos en este punto.

UNA PETICION AL NUEVO CONGRESO


UNA DOCENA DE organizaciones opuestas al embargo norteamericano contra el régimen de Castro firmaron cartas a dos prominentes legisladores demócratas, que se convertirán en figuras claves del próximo Congreso, en las que piden un alivio a las restricciones comerciales, de acuerdo a la publicación Congressional Quarterly Weekly.
Una coalición singular de empresarios, granjeros y grupos defensores de los derechos civiles han escrito a los dos congresistas demócratas que desempeñarán puestos claves en la confección de la política comercial del Capitolio.
En los documentos dirigidos al representante por Nueva York Charles B. Rangel, el próximo presidente de la comisión de medios y arbitrajes de la Cámara de Representantes, y al senador por Montana Max Baucus, quien dirigirá la comisión de finanzas del Senado, los firmantes piden que se permita a los norteamericanos viajar sin restricciones a la isla, así como que se amplíe la actividad comercial, tanto las exportaciones agrícolas como los acuerdos de explotación petrolera en aguas profundas.
Quienes firman las cartas consideran que el embargo ha fracasado durante más de 45 años, ya que “les arrebata libertades a los ciudadanos y empresarios norteamericanos, divide a las familias cubanas a ambos lados del estrecho de la Florida, sirve de banderín propagandístico al gobierno cubano contra Washington y daña la imagen de Estados Unidos en el mundo”.
Entre los firmantes de las cartas están Kirby Jones, presidenta de la Asociación de Comercio U.S. Cuba; Steven Clemons, director de Estrategia Americana de la Fundación Nueva América y Wayne Smith, ex encargado de la misión norteamericana en Cuba y actual director del programa Cuba en el Centro de Política Internacional.

MEJOR QUE FIDEL


EL MUSICO JUAN de Marcos quiere una apertura económica en Cuba. En una entrevista con la televisión canadiense, quien se encuentra de visita en el país, dijo que tras la desaparición del gobernante cubano, Fidel Castro, los cubanos no sólo conservarán el sistema sino lo mejorarán.
A una pregunta del presentador Seamus O'Reagan, sobre si era optimista respecto al futuro de la Isla, el artista respondió:
“Sí, soy muy optimista. Creo que nada va a ocurrir, porque una revolución, o determinadas circunstancias, no se limitan a una sola persona. Fidel es un individuo formidable, muy honesto y recto. Y él realmente cree que lo que hace es lo correcto. Por supuesto, yo estoy en desacuerdo con él en ciertos aspectos de la revolución, especialmente en la política económica del gobierno. Pero él es honesto, una persona recta. Y creo que nosotros podemos hacer conservar lo que el logró para la nación cubana y mejorarlo. No se trata de una persona sino de una nación. Y los cubanos tenemos mucho talento”.
Juan de Marcos es el director del grupo Afro-Cuban All Stars y una de las figuras claves en la realización del álbum Buena Vista Social Club.

martes, 21 de noviembre de 2006

LA GUERRA DE RAUL

QUE EL DESFILE militar del 2 de diciembre se celebre al día siguiente del coloquio internacional sobre el pensamiento del gobernante Fidel Castro no es un hecho fortuito.
Entre el 29 de noviembre y el primero de diciembre, se realizará un encuentro en el Palacio de las Convenciones, donde invitados de todo el mundo “debatirán” sobre “la solidaridad, el internacionalismo y el afán en la construcción del hombre nuevo, presentes en el pensamiento y la obra de Fidel”, de acuerdo a una información del diario Granma.
Este paso de un evento de propaganda a una demostración de fuerza define la esencia del sistema imperante en Cuba.
Más allá de brindar al mundo imágenes que enfaticen la solidez del gobierno, la demostración con tanques y cañones tendrá un carácter fundamentalmente represivo para la población cubana.
La distribución de fechas permite anticipar la posibilidad de que se presenten nuevas imágenes del gobernante, o una aparición en un recinto cerrado, mientras deja a Raúl Castro el papel principal durante el desfile de tropas y armamentos.
Un programa así elaborado vendría a confirmar que las diversas y por momentos contradictorias declaraciones de los funcionarios de la Isla sobre la salud del jefe de Estado cubano cumplen sólo una función de distracción, dentro de una estrategia destinada a garantizar la continuidad del sistema bajo el mando de Raúl.
La noticia, para la prensa del todo el mundo, sería la aparición o no de Fidel, mientras que la realización de un desfile militar después de una década está destinada a servir de advertencia para el ciudadano de a pie: se mantiene el control férreo del país y nada ha cambiado.
Cualquier declaración sobre una amenaza de ataque por parte del gobierno de Estados Unidos no es más que un pretexto. No hay intención de que nadie crea que Cuba está en peligro de ser invadida, sino de garantizar la firmeza en la negativa a un cambio.
Es muy difícil que tal situación de inmovilidad persista tras la desaparición de Fidel Castro, pero existen muchas interrogantes sobre el tiempo que tardarán en producirse y la forma que tomarán los posible cambios. Sin embargo, de momento el régimen ha logrado que la enfermedad del Comandante en Jefe se convierta en un factor de disuasión.

EL GENERAL Y EL MODELO CHINO


LA AFIRMACION, QUE aparece una y otra vez en los diarios de que Raúl Castro, una vez en el poder de forma permanente, desarrollaría un modelo similar al chino o que simpatiza con éste carece de fundamentos. En los años 90, que fue el momento de mayor liberalización económica, las Fuerzas Armadas Revolucionarias iniciaron una gran expansión de sus actividades económicas, pero sin inclinarse a llevar a cabo un proceso de reformas de mercado sino a buscar la financiación de sus propias fuerzas (y de paso el enriquecimiento o al menos la mejora del nivel de vida de los oficiales. Puede argumentarse que Fidel fue el elemento de freno a la ampliación de este proceso, pero en todo caso queda como una incógnita si Raúl se acercará o no a esta vía, y no en la forma de afirmación rotunda que vemos aparecer en la prensa.
El modelo chino significa una liberalización económica, pero no implica ni mucho menos mayores libertades o el respeto a los derechos humanos. No hay que olvidar que el gobierno chino ha abierto sus mercados, pero también llevó a cabo una brutal represión de masas en la plaza de Tiananmen.
Tras los diez primeros años de revolución, cuando las FAR participaron en la persecución y exterminio de los opositores —sobre todo en la guerra llevada a cabo en el Escambray—, se ha tratado de evitar que los militares participen en actos de represión contra la ciudadanía.
No quiere esto decir que en la Isla no se reprima brutalmente a los opositores y tampoco que no se castigue sin piedad a quienes disientes. Es simplemente apuntar la renuencia de los mandos militares a verse involucrados en una situación que pudiera desembocar en una masacres o una guerra civil. Es un problema de supervivencia no una muestra de bondad.
Repito que estoy hablando de acciones de violencia llevadas a cabo por las fuerzas militares, no por otros cuerpos represivos.
(Un incidente que demuestra que no siempre las fuerzas militares se han mantenido al margen de hechos sangrientos ocurrió en Cojímar, en julio de 1993, cuando tropas guardafronteras mataron a tres personas que intentaban llegar a una lancha para escapar del país. El incidente provocó protestas espontáneas, que fueron reprimidas con todo rigor por los militares. El hecho fue catalogado de “lamentable error” por el gobierno y se llevó a cabo una investigación, aunque ninguna de estas dos acciones posteriores libra de culpa a las fuerzas armadas.)

LA IDEOLOGIA DE CUARTEL


TODAS LAS SEMANAS, el diario Granma dedica varias de sus pocas páginas a narrar la vida de algún general. Eso sin contar las informaciones que casi a diario nos cuentan de celebraciones, seminarios y actividades bélicas que se realizan en toda la Isla. Por momentos, el más importante diario cubano parece una publicación militar, empeñada en recordarle a los ciudadanos cuanto le deben y dependen de los hombres de uniforme.
Tal esfuerzo de propaganda no es nuevo en una nación, cuyo gobierno surgido de una guerra civil se ha dedicado a engrandecer las instituciones militares y cuyo gobernante es ante todo el “Comandante en Jefe”, que por décadas ha ordenado desde expediciones lejanas hasta la forma de cocinar el arroz, pero se ha intensificado tras el traspaso temporal del poder de Fidel Castro a su hermano, quien no por gusto es el ministro de las Fuerzas Armadas.
Desde el uso del lenguaje de los cuarteles al hablar de los planes cotidianos del gobierno y los problemas del país, a la recordación constante de la gesta independentista del siglo XIX, el régimen castrista apela al discurso militar para justificar y fundamentarse ideológicamente. Este marco referencial caduco marca una estrechez de propósitos que ha contribuido en gran medida a la supervivencia del sistema. La jerga del soldado convertida en instrumento represivo.

domingo, 19 de noviembre de 2006

HISTORIA DEL CINE EN CUBA


—SALVASTE LA REVISTA —me dijo Alberto pocos días después.
—Fidel vio tu artículo y le pareció muy bueno. Salvaste la revista
Lo miré entre asombrado y orgulloso. Algo me decía que la noticia no era tan buena. Pese a la sonrisa y la insistencia en hacerme creer que ahora sí estábamos salvados.
Luego del homenaje a Valdés Rodríguez, Alberto estuvo perdido un día, sin que ninguno de nosotros supiera donde estaba.
—Tuve una larga conversación con Fidel. ¿Sabes lo que le llamó la atención? Lo bueno que es el papel en que hacemos la revista. ¿De dónde sacan este papel tan bueno? —decía Alberto que le había preguntado Fidel.
—Vamos a tener cierto reconocimiento oficial. Muchas veces, desde el comienzo, les dije a todos que ustedes eran los verdaderos dueños de la revista, que yo sólo era un mediador —seguía diciendo Alberto, y a mi aún no me parecía tan maravillosa la noticia.
—Si estuviéramos en el capitalismo, podría decir que mi labor se limitó a ser el editor de la revista. Mi función fue la de echar a andar el proyecto. A partir de ahora, ustedes van a andar solos. Cada vez más. Ya no les hago falta. Me voy a ir retirando del asunto poco a poco.
A cada momento que pasaba, aquella buena noticia me parecía peor. Y eso que era Alberto quien la anunciaba.
—Pero Alberto, sin ti nosotros no somos nada.
Lo dije sin dudar, aunque pensaba que la revista era de nosotros. Creía en eso más que Alberto, que era quien siempre lo decía. No lo hice por guataquearía y tampoco por ocultar que me encantaba imaginar el día en que al fin la revista quedara en nuestras manos. Lo dije porque sabía que era imposible que nosotros pudiéramos seguir editándola, que todavía la impresión se realizaba en lugares ajenos a la Universidad, que sin Alberto nadie nos iba a hacer caso.
—La revista es de la Universidad y ésta tiene que asumirla a plenitud. A su debido tiempo, eso va a quedar bien claro. Se va a realizar un encuentro con el rector. Se van a definir todas las cosas. La revista es de ustedes. Voy a reunirme con cada uno de ustedes, como ahora hago contigo. Quizá mi nombre aparezca en el machón por uno o dos números más. Luego lo voy a retirar. La revista es de ustedes. Mi misión ha terminado.
Alberto seguía hablando y la cosa no cuadraba. Entonces me di cuenta de lo que faltaba. El entusiasmo. Hasta ayer, Alberto era el más entusiasta. Ahora hablaba y decía una vez más que la revista era de nosotros, pero lo decía sin entusiasmo. Algo había pasado. Algo que no conocía. Algo que le obligaba a retirarse.
No era así como ocurrían las cosas en Cuba. Las cosas que se sabía que pasaban. Si Fidel volvía a nombrar ministro o director de algo a Alberto, ¿por qué no lo decía claro? Pensé que Alberto me traicionaba al ocultar la verdad.
Era mejor escuchar: “Paso a ocupar otras funciones, asignadas por Fidel y el Partido”.
Pero no era una frase así lo que acababa de oír. Lo que seguía oyendo aquel mediodía de principios de la década del setenta en La Habana.

HISTORIA DEL CINE EN CUBA (II)


—PERO ALBERTO, SIN ti el ICAIC va a caernos arriba, como han hecho desde el principio. Tú eres el único que ha logrado impedir que nos hagan polvo.
—No va a ser a así. Ellos van a tener que aguantarse, porque eso también salió a relucir en la conversación con Fidel. Por supuesto que Alfredo ha estado intrigando. Pero a ustedes van a respetarlos de ahora en adelante, porque representan a la Universidad. Eso sí, van a tener que ser más cuidadosos que nunca. No puede aparecer nada en la revista que le sirva a Alfredo de pretexto para destruirla. Hay que tener cuidado en no incluir nada que le de pie al ICAIC para hablar mal del grupo. Ninguna crítica ni comentario de alguien que se haya ido.
Cuando Alberto encendió otro cigarrillo —y dejó de preocuparle el que yo viera que lo que decía lo decía sin entusiasmo— fue cuando me di cuenta que aún faltaba por venir lo peor. Lo que le preocupaba más que cualquier otra cosa. Porque lo que es a mí, desde que empezó la conversación me preocupaba todo.
—Nada de Guillermito, porque entonces sí el ICAIC los hace polvo, como tú dices.
Conocía lo ocurrido con los comentarios publicados en la página dedicada a Sangre Sobre la Tierra, en el folleto que acompañó al ciclo de El Racismo en el Cine, presentado en la Cinemateca antes de mi llegada al grupo. Quienes participaron en la elaboración del material habían estado de acuerdo en incluir varios párrafos de la crónica de Guillermo Cabrera Infante, por considerar que era el mejor análisis —e incluso el más de izquierda— que se había escrito sobre la película durante su exhibición en Cuba. Se tuvo el cuidado de sólo mencionar la revista, Carteles. No bastó. Alfredo le había enviado una carta de protesta al rector, en la que señalaba que en la Universidad se estaba divulgando la obra de un contrarrevolucionario.
—Si es Cabrera Infante, siempre omitimos el nombre y ponemos Carteles —dije.
—Nada de Guillermito, ni con el nombre de Carteles. Nada de Guillermito. En eso tenemos que estar claros, porque entonces sí el ICAIC va a tener una oportunidad para destruirlos.
Vi en la advertencia la confirmación de que la noticia no era buena, pese a lo que decía Alberto.
El asombro y el orgullo —que tuve al principio— habían desaparecido por completo. Entonces me di cuenta que era tarde. Tenía que apurarme para entrar a clases. Y me fui sin preguntarle a Alberto dónde se había reunido con Fidel Castro.

HISTORIA DEL CINE EN CUBA (III)


—¡COÑOOOOOO, POTEMKIN! —DIJO Colina.
—¡Clase mierda! —agregó Daniel.
—¡Tener que dispararse este paquete! —se lamentó Pastor.
—Aguántense caballeros, que allí está Alfredo.
¿Era Pastor de nuevo? ¿O era Daniel?
Estaban sentados en la fila de lunetas delante a la mía y no eran tres estudiantes presionados por la Juventud Comunista o la Federación Estudiantil Universitaria para asistir a una función de cine soviético.
Eran Enrique Colina, uno de los críticos más prestigiosos del ICAIC; Daniel Díaz Torres, secretario de la Juventud Comunista del organismo y aspirante a realizador, y Pastor Vega, cineasta y recién nombrado Director de Relaciones Internacionales del organismo, tras la muerte de Yelín.
Si ellos y yo y el resto del grupo y muchos otros —más importantes para la revolución y la cultura nacional que nosotros— estábamos allí, se debía al homenaje que la Universidad de La Habana daba al profesor José Valdés Rodríguez.
Desde que surgió la revista, Alberto habló de hacerle un homenaje al viejo “Chema”.
Nosotros no queríamos. Considerábamos que Valdés Rodríguez siempre había sido un crítico mediocre. Enemigo del mejor cine norteamericano. Admirador y propagandista del academicismo francés anterior a la Nueva Ola. Reaccionario, pese a su militancia de izquierda. Defensor de cuanta película pretenciosa se había proyectado en Cuba antes de la revolución.
Alberto, sin embargo, insistía en que “Chema” fue el primero que proyectó Potemkin en Cuba, y que nosotros éramos los herederos de su labor pionera como divulgador del cine en la Universidad.
El homenaje se estancó por meses. No debido a la renuencia nuestra, sino por el poco interés de los funcionarios universitarios —entre ellos el propio rector. En eso se supo que Valdés Rodríguez se moría de un cáncer de pulmón.
El ICAIC y el rectorado se apoderaron del acto.
Alberto nos explicó cómo le habían echado a un lado —“nos habían echado a un lado”, dijo él—, pese a que el primer número de la revista había sacado del olvido a Valdés Rodríguez. También nos dijo que todos teníamos que ir al acto.
—Por un problema de disciplina —le pidió a cada miembro del grupo que mostró desgano o rechazo.
Hablaría Ana Mildred Vidal, la directora de Extensión Universitaria. Ana Mildred —de cine y de cultura— no sabía una papa. Tampoco lo necesitaba. “Soy fidelista”, decía a manera de presentación. Luego recalcaba: “Cualquier cosa que fuera Fidel: marxista, católico o musulmán”, ella lo sería también. Eso le bastaba.
Era el destino de las directoras de Extensión Universitaria. Nara Araújo y Margarita López del Amo —que vinieron después— serían fieles a ese legado.
Aquella noche, en la tribuna también estaba Alfredo. Compartiendo con nosotros la antipatía y el desdén por el acto.
La clausura estuvo a cargo de Raúl Roa. El único en aquella reunión que tenía algo en común con el moribundo. Al menos por los años compartidos y la trivialidad de una retórica carcomida, que el estilo oratorio de otra época hacía aún más hueca.
Alberto quedó relegado a una figura inmóvil, sentado en la última silla de la segunda fila. Daba la impresión de que sus pensamientos estaban en otra parte.

HISTORIA DEL CINE EN CUBA (IV)


—¿TODAVIA ESTA AHI Alfredo o se fue con el viejo? —preguntó Pastor. De los tres, era el que mostraba el mayor desespero por irse.
—No sé. Si Alfredo está no podemos irnos—. Le respondió Colina. ¿O fue Daniel?
—Caballeros, averigüen. Miren que no quiero dispararme esta mierda—. Ahora sí era Daniel el que hablaba.
Comprobé que había estado en un error. Daniel era el más deseperado por irse, aunque había preferido que Pastor iniciara la fuga.
Valdés Rodríguez se sintió mal poco después de los créditos y tuvieron que llevárselo.
La última vez que vio Potemkin apenas la soportó unos minutos.
La actividad fue la farsa que todos esperábamos.
Sólo el viejo proyeccionista —que aquella noche vino vestido de traje y casi al final de los discursos se retiró discreto a la cabina, para preparar la película— le rindió un homenaje sincero al hombre que por vez primera puso Potemkin en Cuba.
Nadie lo supo, ni siquiera Valdés Rodríguez.
Poco a poco —como sombras— fueron saliendo los que estaban sentados en la fila delante de nosotros.
Al finalizar la función, no quedaba nadie del ICAIC. Alfredo había desaparecido. Alberto tampoco estaba.
—Mora nos embarcó. No se quedó hasta el final —comentó Naito, que tendría que esperar casi veinte años para ser lo que ya era entonces: un crítico de cine.
Después supe la razón de la actitud distante de Alberto. Naito no. Aún no lo sabe. Nunca lo sabrá. A menos que algún día lea estas páginas.

HISTORIA DEL CINE EN CUBA (V)


BRETON, EN LA Habana y en 1971.
No era Bretón de los Herreros y mucho menos André Bretón. Apenas un hombre asustado.
Bretón arrancaba el nombre de Norberto Fuentes de una pizarra.
Una figura desgarbada, de más de seis pies de estatura y una cabeza rala, con unos cuantos cabellos teñidos de un rubio verdoso.
Cómo obtenía el tinte no era un misterio. Más bien otro motivo de burla. De los tantos que provocaba.
Bretón era el encargado de prensa de la Sección de Extensión Universitaria de la Universidad de La Habana, a la que pertenecía la sección de cine.
Su labor se limitaba a actualizar —cada uno o dos meses—diversas pizarras con los títulos de las películas que se exhibían en los cine-clubs universitarios.
Las pizarras colgaban de las paredes de los vestíbulos de las facultades y escuelas. La mayor y más prominente estaba al subir la escalera que llevaba al amplio salón del lectura, donde acudían estudiantes de todas las facultades, en el segundo piso del edificio de la Biblioteca Central, uno de los cuatro que rodeaban a la Plaza Cadenas, en la Colina Universitaria.
Las funciones eran semanales y Bretón nunca mantenía actualizada las pizarras, por lo que nadie las miraba.
Bretón era también el responsable de trabajo voluntario del sindicato de Extensión Universitaria.
Detrás de su escritorio había una foto de Fidel Castro —de uniforme verde oliva y joven— tomada seguramente en el año 1959. La mano del Comandante en Jefe sobre el hombro del periodista.
Era un talismán que Bretón apreciaba mucho. Una especie de certificado de inmunidad laboral, aunque no siempre infalible.
Al igual que el calendario de las funciones de cine, las horas de trabajo voluntario de los empleados de Extensión Universitaria aparecían en una pizarra.
Había una diferencia. Esta sí estaba actualizada.
Era la obra de la cual Bretón estaba más orgulloso.
La había colgado a la salida de los elevadores del piso 15, antes de doblar a la izquierda por el pasillo que llevaba a la sección de cine. En los primeros años de la revolución, el edificio había sido la sede del Ministerio del Interior. Ahora la Escuela de Economía ocupaba la mayoría de los pisos y en el último radicaba Extensión Universitaria. La oficina de la directora de Extensión había sido antes la oficina de Ramiro Valdés.

HISTORIA DEL CINE EN CUBA (VI)


ERAMOS UNOS CUANTOS jóvenes —adolescentes algunos— empeñados en poner cine en la Universidad. Ese era nuestro único interés. Ese y la revista. Pero lo hacíamos rodeados de símbolos y augurios que nos negábamos a reconocer. Nunca en mi vida he vuelto a vivir una situación tan cercana al tema de una novela, que sé no escribiré. A cada paso nos salía la historia de un preso, de un combatiente venido a menos, de un escándalo internacional, de intrigas en las altas esferas del gobierno, cuentos de espías y dobles espías, la trama de un atentado a Fidel Castro y nosotros seguíamos poniendo películas.
También Bretón era ajeno a todo eso. Lo salvaba del tedio el entusiasmo con su pizarra. Con dificultad había logrado reunir las letras, pero no faltaba nadie. Quienes asistían a las jornadas de trabajo voluntario —en una fábrica cercana— despreciaban la pérdida de tiempo de una labor que no tenía más objetivo que cumplir una cifra inútil. Maldecían las horas extraviadas e irrepetibles, dedicadas a formar parte del fracaso económico nacional. Renegaban de verse obligados a participar en una farsa que los condenaba a desperdiciar su vida. Nadie, sin embargo, podía quejarse de que su nombre y las horas trabajadas no aparecieran reflejadas en la pizarra.
Agregar un nuevo voluntario no siempre resultaba fácil. Dejar constancia del último participante, en contribuir al logro del objetivo común, tenía sus obstáculos. Pero no por ello se podía esquivar la necesidad de recalcar el aporte de éste al esfuerzo común. Aunque en este caso resultó especialmente difícil, porque Bretón sólo tenía una “e” en la caja y necesitaba tres. Consiguió las dos faltantes en la pizarra de la Facultad de Letras —en resumidas cuentas, ¿qué importancia tenía el omitir un par de películas?— y al final pudo armar el nombre de Norberto Fuentes. Ese que ahora quitaba presuroso.
Para hacer trabajo voluntario bastaba caminar unas cuadras —en dirección al mar— y entrar en un viejo almacén donde se fabricaban almohadillas sanitarias femeninas. En La Habana las mujeres seguían llamándoles “cotex”, aunque ninguna de las que había comenzado a menstruar en los últimos años conociera la marca. El gobierno le había puesto el nombre de “íntimas” a los “cotex”. Aunque todo el mundo —hombres y mujeres— seguía llamándoles “cotex” a las “íntimas”.
La labor de los voluntarios consistía en tomar unas tiras de papel y cubrirlas de algodón. Luego envolver ese algodón en una hoja de papel más suave. Todo se hacía en una larga mesa de madera sin pulir, con bancos fijos a los lados.
Los empleados de la Universidad tenían que cumplir un determinado número de horas de trabajo voluntario. Un par de veces a la semana, llegaban a la fábrica a las seis de la tarde, luego de su jornada laboral. Entonces los trabajadores de la fabrica le cedían gustosos sus puestos y se ponían a conversar.
Entre chistes y bromas —sin lavarse las manos porque en el local no había agua— hacían una cuantas almohadillas y se iban. Luego le decían a Bretón que les apuntara tres horas de trabajo voluntario, con el objetivo de cumplir la meta. Bretón nunca olvidaba el actualizar la cifra. Cambiar los números, que aparecían junto al nombre, para así mantener los datos al día, era una tarea importante que Bretón cumplía sin reparar en tiempo y esfuerzo.
Las almohadillas sanitarias podían ser más grandes o más pequeñas, según el gusto y la imaginación de quien las hacía. Norberto prefería hacerlas gigante —imaginando sexos femeninos descomunales— con una euforia que se desbordaba en el recurrente choteo cubano. Se había sumado al grupo no por obligación —ya que no trabajaba en la Universidad— sino por camaradería y relajo, o intentando alguna conquista.
Bretón era muy cuidadoso en mantener actualizados los datos de las horas voluntarias. Esperaba que en alguna asamblea le reconocieran la exactitud desplegada en la cuidadosa tarea de contabilizar —paso a paso— el avance hacia la meta. Por eso se había apresurado en colocar las tres horas acumuladas por Norberto. En buscar las letras necesarias para que quedara constancia de la labor llevada a cabo por el escritor. No lo movía vanidad literaria alguna. Ni remotamente le interesaba destacar la incorporación de un premio Casa de las Américas a su tropa voluntaria. Pero cada cifra contaba en el afán de cumplir y sobrecumplir —de eso estaba seguro— el objetivo propuesto. Su actuación estaba acorde con el cargo asignado. Lo suyo era celo sindicalista.
Fue una lástima que la noche antes Fidel Castro dijera —en la Plaza Cadenas de la Universidad de La Habana— que a escritores como Norberto Fuentes había que fusilarlos.
Bretón amaneció ese día borrando el nombre de Norberto. Dispuesto a rehacer completamente la pizarra. A romperla si era necesario. A tirar todas las letras a la basura. Ya ni se acordaba de cumplir la meta.

HISTORIA DEL CINE EN CUBA (VII)


EL PASO DE Norberto con el grupo Arte 7 fue breve. Desconocido incluso para la mayoría de los miembros.
No por mi.
Una tarde Alberto me pidió que, si no tenía nada que hacer, acompañara a Norberto y a Teresita, la única mujer que aparecía en el machón de la revista. Teresita quería entrevistar al responsable de un cine-club de obreros, que desde hacía varios años venía proyectando todos los fines de semana una película en una terminal de ómnibus —sin que el ICAIC y la prensa se hubieran interesado nunca en su labor— y Norberto hacía las veces de asesor periodístico.
Los acompañé casi a regañadientes. Porque Alberto me lo pidió. Me sentía incomodo ante aquel escritor y periodista, que sólo parecía interesado en templarse a la estudiante. Toda la tarde Norberto la pasó repitiendo una palabra —nunca he podido recordarla— que le encantaba. Quería escribir un cuento en torno a ella. Me pareció un truco barato. Teresita desempeñó a la perfección el papel de muchacha tímida —que no lo era— e inocente —menos— y Norberto el de conquistador de barrio. El encargado del cine-club no apareció. Me aburrí. Dije que me iba y Teresita se fue conmigo.
Norberto disfrutaba del raro privilegio de ser un autor marginado —aunque esa palabra no se usaba entonces en Cuba y uno decía simplemente “tronao”— a consecuencia de un libro de cuentos ejemplar: Condenados de Condado. Lo rodeaba una especie de leyenda, que él se encargaba de cultivar y agregarle nuevos elementos. Se decía que era miembro de la Seguridad del Estado, que lo de intelectual contestatario era una pose. Incluso se comentaba que su supuesta marginación era una trampa para recoger información entre los intelectuales descontentos con el proceso. El afirmaba que era un verdadero revolucionario y dejaba correr los comentarios, que lo beneficiaban o perjudicaban, según creían unos y otros. Luego en Miami —la consistencia convertida en una consecuencia literaria— mantendría la misma actitud. Estaba escribiendo el guión de un documental sobre la muerte de Antonio Guiteras Holmes, el hombre que fue Castro antes de Castro.
Alberto tenía la costumbre de entusiasmarse con los escritores. Norberto apareció en el momento preciso, cuando Alberto creía haber encontrado un nuevo rumbo en su vida y ese rumbo era hacer cine. Se veían a toda hora. Juntos participaron de extras en una escena del cortometraje para el que Norberto escribió el guión. Lo que pasó la noche de la filmación de esa escena es un cuento demasiado bueno —que lo he oído millones de veces—, pero que lo tiene que contar Norberto porque es de él.
Se reunían a diario, en la casa de cualquiera de los dos. Tenían el proyecto de hacer una película (y esto también lo tiene que contar Norberto). A veces Heberto Padilla se unía en esas reuniones y formaban una trinidad, marcada por logros y fracasos y el afán de no dejarse aplastar por la mediocridad imperante. Siempre terminaban hablando de política y de la situación del país.

La comezón del exilio revisitada

A veces en el exilio a uno le entra una especie de comezón, natural y al mismo tiempo extraña: comienza a manifestar un anticastrismo elemen...