Ediciones EntreRíos es —y aquí hay que perder el pudor y arriesgar una frase manida— un espejismo en Miami. Extraño encontrar en esta ciudad, aferrada al oropel y la vanidad del instante, una vocación que busca la permanencia de una forma sobria. Cuando en el mejor de los casos la cultura se asume como espectáculo, Germán Guerra, fundador de la colección, se aferra a una labor paciente, que recuerda al artesano y esa tarea camino a la extinción que no aprecia los colores chillones y se refugia en la línea.
El y Ena Columbié están produciendo una reducida serie de libros impecables en la edición y el diseño. Textos breves y cuidadosos que nos brindan un respiro, más allá de la televisión y la internet. Un refugio por algunas horas, la esperanza de la relectura y la posibilidad de no olvidarnos a los pocos minutos de lo adquirido.
Durante la última Feria del Libro en esta ciudad se presentaron los dos títulos más recientes, uno de poesía y otro de prosa. Creo que sin proponérselo los editores, ambos cuadernos tienen puntos de semejanza y diferencia que trascienden el hecho de que sus autores nacieran en el mismo pueblo oriental de Guantánamo, con pocos años de diferencia.
Libro de silencio, donde están los poemas de Guerra, parte de un título al que de inmediato hace contrapunto gráfico en la portada el grito más famoso de la historia del arte. Y es que el silencio aquí es más que nada una exclamación de soledad (Soledad de la palabra en el silencio del poema), que el autor llena de nombres, ciudades, paisajes, recuerdos y emociones, como para cerrar los agujeros desde los que brota el vacío. Sólo que el poeta lleva a cabo su labor de forma callada (de nuevo el contrapunto gráfico), como para no despertar al silencio (un hombre ya descansa/su frente en las paredes/que responden silencios).
No basta ese esfuerzo, y para ahogar a ese silencio-soledad es imprescindible una marcha constante (Soy el caminante que ha gastado sus piernas marcando círculos de tedio entre las cuatro paredes de este cuarto que no existe), aunque se sabe que es un gesto condenado al fracaso (Ya no hay ciudad que te repita las canas y el olvido,/irte, ser, estar o acostumbrarte ya nada significan,).

Al igual que viene ocurriendo en gran parte de la poesía contemporánea cubana, Guerra desestima la musicalidad del verso y prefiere un tratamiento espacial de la palabra, donde el ritmo está en función no de una cadencia sonora sino de la frase destinada a crear, más que una imagen un panorama: la impresión visual como recurso expresivo determinante (su presencia en los rincones de luz,/en la luz de todas las mañanas). En este sentido, es un digno heredero de Eliseo Diego, al que admira y dedica una versión de
Testamento (con mi nombre tatuado en ese olvido,/entre la sombra y la memoria de una ceiba,).
Aunque el libro no olvida el origen del poeta (Mi pueblo mi país que es una isla), la condición de cubano tiene que ver más con el desarraigo que con el recuerdo del lugar de nacimiento. La nacionalidad llega a través del exilio (Pasaba yo por Grecia sorteando entre las islas/mi condición de Isla que ayer fue descubierta) y la historia nacional y personal mediante un temor a las palabras (Palabras, palabras que soñé mordiendo las vigilias./Palabras que trocaron oratoria en leyes, tribunas en patíbulo). Palabras que sirven para llenar los silencios, pero que al mismo tiempo pueden resultar peligrosas (Predica y profetiza para que nadie entienda, para que todos confundan sus palabras y pidan al sumo sacerdote una liturgia, un sacrificio, un escarmiento, un mártir que colme los altares.).

La palabra es también el elemento clave en
Los Herederos, de Gustavo Corrales Romero, un relato que es parte novela, parte autobiografía, y que constituye el otro libro presentado por Ediciones EntreRíos.
Romero, un pianista que reside en Holanda y que por primera vez publica, ha hecho un libro en que abunda la poesía —muchos fragmentos del texto se pueden considerar poemas en prosa—, pero que se define por el recuerdo y el testimonio. Es como si el poeta que viaja por diversos lugares en el
Libro de silencio se detuviera ahora a contarnos su infancia y los tiempos difíciles que para cualquiera, quizá especialmente un adolescente, significó el llamado “Período Especial” cubano. Sólo que estas descripciones son directas, descarnadas en ocasiones (Una estudiante de actuación enloqueció) y extremadamente personales (Hoy me oriné en la cama).
Un aspecto que a primera vista diferencia a Corrales de Guerra es un supuesto apego a la región oriental, con múltiples referencias a la unicidad de la provincia, pero pronto nos damos cuenta que todo no es más que un guiño irónico. La verdadera intención es contar los detalles que por lo general no aparecen en los libros de historia ni se cuentan en las crónicas y testimonios de los protagonistas de los hechos que definen el destino del país (Documentar la historia real de la Nación. Los hechos que la historia oficial no recoge, los que recoge parcialmente y los que tergiversa).
Hay sin embargo un elemento que une a ambos volúmenes, y es el valor otorgado a la palabra. Si en Guerra la palabra puede ser peligrosa, en Corrales es sobre todo memoria histórica, recuento de lo ocurrido. Pero en los dos casos es importante.
Los Herederos alcanza su momento culminante, tanto en el desarrollo del texto como en logro creativo, en su última sección, el epílogo con los
Documentos de Los Herederos, una sociedad secreta, dedicada a acumular documentos secretos que revelan toda la historia del país, la conocida y la que permanece en las sombras. En esta especie de Aleph, consistente en amplios archivos que la sociedad mantiene ocultos, se encuentran los documentos que todo historiador y ensayista ha soñado o imaginado encontrar, desde una película silente de José Martí hasta un censo que detalla los treinta y siete mil indios que sobrevivieron al exterminio de la conquista.
Dentro de este caudal de información aún por salir a la luz, es seguro que el día de mañana se encuentren también varios ejemplares de la colección de Ediciones EntreRíos, salvados para el disfrute de las nuevas generaciones.
Fotografía superior: el poeta Germán Guerra y el narrador Gustavo Corrales Romero durante la presentación de los libros de la editorial EntreRíos en la Feria Internacional del Libro de Miami, el jueves 8 de noviembre de 2007 (Carina Fernández).
Fotografía izquierda: el poeta Germán Guerra lee poemas del Libro de silencio (Carina Fernández).
Fotografía derecha: el narrador Gustavo Corrales Romero durante la presentación de su obra Los Herederos (Carina Fernández).