¿Cuándo alcanzará fuerza política en Miami la tendencia más realista y pragmática dentro del anticastrismo, ahora que ha quedado atrás la incógnita de si Fidel Castro reaparecería o no al frente el gobierno? La demora en lograrse este cambio definirá en buena medida el posible papel político, o la nulidad al respecto, de una comunidad que cuenta no sólo con grandes recursos económicos, sino con profesionales, especialistas y empresarios capaces de desempeñar una función de impulso y ayuda al establecimiento de una sociedad más avanzada en la isla, tanto en lo económico como en un proceso paulatino de reformas democráticas.
Ante la afirmación otras veces formulada de que el reloj cubano tiene dos manecillas, una en La Habana y la otra en Miami, cabe cuestionarse en estos momentos si esta ciudad continuará empecinada en el avance en reversa, con una tenacidad que amarga al más optimista.
No hay ejemplo mejor que el factor económico, para ilustrar como el dinero ha servido -y sirve- a los objetivos de dos grupos reducidos, antagonistas declarados desde un principio, pero que comparten el interés en mantener un statu quo.
En Estados Unidos, millones de dólares a través de las contribuciones de campaña, labores de cabildeo y mantenimiento de organizaciones exiliadas y opositoras, que actúan en favor del mantenimiento del embargo, una política de supuesta confrontación que se destaca sólo por su falta de resultados y estrategia de aislar a Cuba que no rinde frutos.
En Cuba, millones de dólares también, que llegan en forma de remesas, llamadas telefónicas y visitas, y contribuyen no sólo al alivio de la situación de familiares sino a una precaria economía nacional.
Fondos que influyen de forma determinante en la elaboración de una estrategia, y cifras aún mayores, que se limitan al ámbito doméstico. Un dinero que funciona políticamente y otro nulo en igual sentido.
Mientras no se logre cambiar esta ecuación, ni La Habana ni Washington arriesgarán una pulgada que los acerque a una situación desconocida.
Más allá de los encasillamientos generacionales y las divisiones por edades, en un sentido amplio se trata de lograr una mayor influencia política de un grupo que aquí en Miami forma parte de una generación de relevo: hombres y mujeres que por fecha y lugar de origen -varios de ellos nacieron en este país- no comparten una historia común con los residentes de la isla, pero se consideran miembros de la nación cubana.
El aumento del poder político de los nuevos grupos de inmigrantes, mediante una participación mayor en las elecciones del próximo año, es una posibilidad real, pero que aún continúa siendo una incógnita.
Mientras tanto, el gobierno del presidente George W. Bush continúa repitiendo su discurso gastado aquí en Miami.
Fotografía: el Ballet Nacional de Cuba actúa frente a las pirámides y la Esfinge de Guiza, en El Cairo (Javier Fagúndez/EFE).