sábado, 14 de junio de 2008

El negocio del dolor


¿El dolor del exilio o el dólar del exilio? Durante años el invocar el dolor del exilio ha sido una especie de varita mágica, que ha puesto límite a las críticas, vanagloriado la censura y justificado los ataques más diversos. Nada más alejado de este comentario que exista un dolor real. Pero, ¿es cierto en todos los que lo invocan? ¿Cuánto de engaño, oportunismo y negocio turbio se esconde tras la frase? ¿Cuál es el límite, que debía estar bien claro, entre el sufrimiento y el descaro? Y lo más importante: ¿Hasta cuándo hay que soportar a los que se consideran abanderados del pasado, mientras se enriquecen en el presente?
Nada en contra de la riqueza. Todo el respeto para el dolor. Sólo que ahí no termina el asunto. Están los que no se dejan embaucar ni manipular. Entonces comienzan las dificultades para los mercaderes, quienes se aprovechan de los sentimientos de una parte de la comunidad exiliada, con el fin de justificar sus privilegios.
No hay pocos de estos individuos en Miami. Líderes políticos surgidos de la demagogia del momento, que cuando han llegado a un cargo público muchas veces se han visto obligados a la renuncia o han sido puestos tras las rejas por corrupción o robo. Analistas políticos, que en situaciones normales no habrían pasado de ser peleteros de pueblos de provincias —con la desventaja de que al no practicar ese oficio honrado están también incapacitados para ayudarnos a escoger entre un par de zapatos negros y otro de color marrón. Voces altisonantes, que rechinan en los oídos y dirigen programas de radio. Periodistas de un prestigioso estilo vetusto. De esos que aún escriben y declaman sermones altisonantes, como si estuvieran arengando en logias pueblerinas. Oportunistas tras una recompensa fácil. Pronosticadores de cualquier índole. Charlatanes todos.
En todas partes sufrimos el asalto de vocingleros ignorantes, comentaristas superficiales, que se creen guardianes de la patria y hablan de un país que apenas conocieron, antes o después de marchar al exilio. Ciudadanos que escriben cartas a los periódicos cuando no tienen mejor tribuna. Activistas que no pasan de guapos de barrios, que presionan a las instituciones para que se inclinen frente a sus intereses. Gritonas que recuerdan a esas mujeres con escapularios que aparecen en los cuentos del escritor mexicano Juan Rulfo. Ignorantes que de pronto se creen con derecho a censurar libros.
En una ciudad dominada en gran parte por los exiliados que llegaron primero, los miembros de las diversas generaciones, criadas por vocación o a contrapelo en la revolución, luchan a diario por ocupar el lugar que les corresponde y merecen. No es una lucha entre jóvenes y viejos, sino entre lo viejo y lo nuevo.
Una y otra vez, quienes se han cuestionado las prácticas del llamado exilio de “línea dura” han topado con las mismas advertencias e iguales “llamados al orden”: respetar el dolor de la comunidad, no hacerle el juego al enemigo, no convertirse en “tontos útiles”, tener en cuenta los años de lucha y los sacrificios de los que llegaron primero. Tomateras, prisiones, fusilamientos, sacrificios: cada palabra como una loza para sepultar el silencio.
Pero el respeto a los años de lucha no debe servir de justificación de errores y tampoco de patente de corso para los aprovechados. Ha llegado el momento en Miami de poner freno a las invocaciones patrióticas de quienes negocian con el anticastrismo. Es hora de decirles a esos señores que ellos no hablan en nombre de toda la comunidad exiliada, sino de apenas un sector de ésta. Basta de farsa y miseria. Los que quieran seguir hablando de juzgar, condenar y dictar pautas en un país que desde hace años desconocen —y al que de momento no tienen la más remota posibilidad de volver, salvo como visitantes— pueden seguir ejerciendo su oficio sin decoro. Los “profesores” —que dictan leyes y establecen tribunales desde la soledad de un micrófono— tienen todo el derecho a seguir practicando su deporte preferido.
Sólo un reproche: por favor, no repitan más que ellos son el símbolo del exilio o de la comunidad cubana de Miami. Representan, si acaso, a un grupo de recalcitrantes cada vez más aislado.
Durante mucho tiempo un sector de la comunidad cubana de Miami ha ejercido un oficio lucrativo: disfrutar de todas las ventajas que proporciona el ser ciudadanos de un país poderoso, al tiempo que reivindican para provecho propio las utilidades que les proporciona el considerarse guías ideológicos y políticos de un exilio. ¿A quiénes representan? Sólo a unos pocos. Se han apropiado del silencio de otros muchos. Romper ese silencio es necesario. Ahora más que nunca.
Fotografía: el exiliado cubano Ramón González, durante una manifestación de repudio a los miembros de la organizacion de Mujeres CODEPINK, una organización que solicita la inclusion de Luis Posada Carriles en la lista de terroristas del FBI, como autor del derribo de un avion de Cubana de Aviacion en el ano 1976 , donde 73 civiles perdieron la vida (Roberto Koltun/El Nuevo Herald).

La comezón del exilio revisitada

A veces en el exilio a uno le entra una especie de comezón, natural y al mismo tiempo extraña: comienza a manifestar un anticastrismo elemen...