No pasa semana sin que varios instigadores de la opinión pública en esta ciudad justifiquen su incompetencia cultural y política con nuevos llamados a la persecución. No merecen el título de intransigentes, porque su intransigencia es acomodaticia. Son mercaderes de la intolerancia, no verdaderos intolerantes.
Esta semana que concluye le tocó al cantante español Dyango. Su ''culpa'' es la de siempre: cantar en Cuba. Dyango lo hizo para el pueblo cubano en el teatro Carlos Marx, y también para los que tienen suficiente dinero para pagar más de cien dólares por verlo. Nada fuera de lo común en cualquier artista. Por si fuera poco todo esto, actuó en el Festival de Varadero. Lo suficiente para irritar a quienes lo tenían como una especie de artista exclusivo de Miami. Motivos de sobra, aducen los ofendidos, que hasta ayer ponían sus discos y hoy parecen dispuestos a romperlos —o al menos a proclamar que lo harían—, sin en La Calle Ocho se ponen de acuerdo para encender la fogata.
Fracasados en sus aspiraciones de alcanzar el poder en Cuba, quienes así se comportan sueñan con que otros realicen su trabajo. El conocido anhelo de que al fin un presidente norteamericano se decida a acabar con el gobierno cubano, y con todo aquel que se meta por el medio de ser necesario. Mientras tanto, se dedican a la caza de brujas, amparados en la inmadurez y la frustración desarrollados en un exilio demasiado largo y en la ilusión de poder del micrófono. Envenenan la imagen que como comunidad presentamos a nuestros vecinos.
Nada más fácil que recurrir a insulto. La desinformación en manos de la envidia. El desprecio al que tiene una opinión contraria. El rechazo a debatir las ideas al tiempo que se menosprecia al individuo.
Quienes alientan estas persecuciones no se detienen ante credenciales académicas, trayectoria cultural e historial artístico. Para ellos la sentencia antecede al veredicto.
El desprecio a la inteligencia se encubre con expresiones altisonantes. Las emociones se explotan para satisfacer a quienes disfrutan de la comodidad en el rebaño. Fórmulas inquisitoriales, para doblegar a los que se apartaban de una línea impuesta, por quienes desde hace años controlan determinadas parcelas de la opinión ciudadana. Sujetos que se disfrazan de guías y representantes de la comunidad exiliada, y no son más que censores de café con leche, que exigen castigos, arrepentimientos y retracciones.
En muchas ocasiones, estos ataques personales también intentan una renovación de conceptos ideológicos gastados. A falta de argumentos, recurrir a la mentira, omitir los detalles, esquivar los matices. Al lado de las historias de éxitos empresariales, los triunfos en el arte y la cultura y los logros políticos de la comunidad exiliada, una trastienda que se prefiere pasar por alto. Las luchas intestinas entre los diversos grupos, los ajustes de cuenta y los atentados dinamiteros. Los cambios creados por las diferentes avalanchas de exiliados.
Mientras tanto, a combatir a cualquier artista que canta en la isla. Esto es algo que no pueden permitir los guardianes ideológicos del exilio, los llamados anticomunistas de posición vertical, quienes se autoproclaman combatientes de línea dura. Aquellos que se lanzan voraces a la contienda, por una nueva recaudación de fondos.
Fotografía: el cantante español Dyango firma autógrafos el 10 de junio de 2008 en La Habana, luego de ofrecer una rueda de prensa en la que se refirió a sus próximas presentaciones en la isla (Alejandro Ernesto/EFE).