Creo que el resultado más importante, durante estos dos años en que Fidel Castro ha estado ausente —al menos de forma pública y en las decisiones cotidianas— del poder en Cuba es la demostración de que el castrismo no ha terminado, ni da muestras de debilidad, tras su salida obligada de las funciones ejecutivas. Pese a la normalidad imperante en la isla, no deja de resultar asombroso que una figura que durante décadas ejerció el poder de forma tan personal pueda pasar a un aparente segundo plano y al mismo tiempo no ocurrir nada.
Caben al menos dos preguntas indispensables: ¿era realmente tan personal su mandato? y ¿hasta qué punto ha dejado de ejercer un papel guía en estos dos años transcurridos en que se ha sabido tan poco de su padecimiento, de sus posibles recaídas, que sin duda han ocurrido, y en que sus subalternos han proseguido con una fidelidad absoluta un guión que parecía trazado desde mucho tiempo antes, aunque mantenido en el más absoluto secreto, pese a declaraciones y advertencias conocidas?
Respecto a la primera pueden cabe pocas dudas. Fidel Castro determinó por años desde los sabores de helados hasta las diversas estrategias en la arena internacional. Fue todopoderoso y omnipresente. Cabe entonces buscar en la segunda interrogante las claves de esa transición sin sobresaltos y sumamente controlada.
Lo que venimos presenciando en estos dos años es la conclusión de un estilo de gobierno sin que ello implique el final de ese gobierno. Por muchos años se pensó que era imposible, pero en la práctica está funcionando, aunque no se pueden descartar sorpresas.
Sólo que la realidad es mucho más compleja. Estamos asistiendo a una sucesión que es, hasta cierto punto, también una transición. Si la sucesión ya se ha producido oficialmente, con la presidencia de Raúl Castro, la interrogante que continúa en pie es el alcance de los cambios, y si realmente éstos van a alcanzar la categoría de cambios estructurales. Ha sido el propio Raúl quien ha empleado este término en sus discursos, para indicar que el proceso no se limitará a las apariencias. Pero de momento, la mejor definición que puede aventurarse sobre estos llamados ''cambios estructurales'' es la desaparición del ideal de igualdad nunca alcanzado pero siempre esgrimido como razón de ser de la revolución.
Ahora ya se sabe que quienes gobiernan en la isla no pretenden que todos los ciudadanos disfruten de los mismos beneficios, ventajas e incluso privilegios. Ello implica el reconocimiento de una división social y económica para los cubanos, que La Habana ya no tiene miedo en reconocer. Por el momento, la cuestión fundamental es que esta transformación será lenta en extremo, y no cabe duda que la marcha del proceso estará dictada por razones políticas: hacer lo necesario para evitar cualquier peligro de inestabilidad que pueda llevar a un estallido social..
¿Le interesa al nuevo presidente una transición? Sí, en cuanto a lograr que el socialismo funcione. No, si ello implica una pérdida del poder o el fin del sistema que se comenzó a implantar el primero de enero de 1959.
Pero si al presidente Raúl Castro no le interesa una transición política, enfrenta graves dificultades para lograr una transición económica. Está interesado en lograr una mayor eficiencia en la economía nacional. Pero tanto el limitado sector privado como el amplio sector de economía estatal están en manos de personas que conspiran contra esa eficiencia, por razones de supervivencia. La fragilidad de un socialismo de mercado es que su sector privado, si bien en parte está regulado por el mercado, en igual o mayor medida obedece a un control burocrático. Al mismo tiempo, ese control burocrático decide, en la mayoría de los casos, a partir de factores extraeconómicos. Políticos e ideológicos principalmente.
En términos numéricos, Cuba vive un proceso de 60 por ciento de sucesión, diez por ciento de transición y treinta por ciento de incertidumbre. A ese ritmo, Raúl Castro necesitaría vivir ciento cincuenta años para llevar a cabo una transformación en Cuba, limitada sólo a una reducida mejora del nivel de vida de los ciudadanos.
El nuevo presidente cuenta con la enorme ventaja de que no hay fuerzas poderosas conspirando en favor de producir una transición “traumática”.
No sólo Washington sino también Miami temen que se produzca una crisis en la isla que desencadene un exilio masivo. Es cierto que ha planes de contingencia al respecto, pero todo el mundo prefiere evitar el ponerlos en práctica.
Desde hace varios años subsisten dos modelos económicos en el país: uno fundamentado en la propiedad privada y otro, el tradicional socialista, que se fundamenta en los medios de producción estatales. Este último no funciona y su fracaso es en buena medida la razón del éxito del primero.
Mientras Fidel Castro se mantuvo en el poder, su estrategia económica fue reducir cada vez la esfera de producción privada nacional, incluso hasta casi hacerle desaparecer por momento y sólo permitirle una pequeña autonomía, siempre a regañadientes, en los momentos de mayor crisis económica. En cuanto a la producción estatal, y pese a cientos de planes fabulosos al respecto, su gestión estuvo marcada por el fracaso de su funcionamiento, al tiempo que siempre se las ingeniaba para obtener fuentes de financiamiento que venían determinadas por factores extraeconómicos, en los cuales resultaba clave desde la geopolítica hasta las rivalidades entre los sectores capitalistas internacionales. Tanto el capitalismo salvaje, los empresarios más aventureros como las alianzas políticas y los vaivenes en la política global sirvieron a sus fines. Más que guiarse por una mentalidad empresarial, preocupada por el rendimiento y las ganancias, se impuso en su conducta el logro de ventajas económicas como resultado de sus objetivos políticos.
Raúl Castro parece ser todo lo contrario: el hombre que quiere que ''las cosas funcionen''. Sólo que nadie sabe cómo va a lograrlo, y han comenzado a surgir dudas de que ni siquiera él tiene un criterio definido al respecto.
Fotografía superior: dos hombres beben y bromean mientras venden cerveza hoy, 25 de julio de 2008, en Santiago de Cuba, en el oriente de la isla, donde el presidente Raúl Castro leerá mañana su primer discurso como mandatario titular en el aniversario del asalto al cuartel Moncada, fecha que marca el inicio de la revolución cubana (Alejandro Ernesto/EFE).
Fotografía izquierda: un hombre vende jarras plásticas para comprar cerveza a granel hoy, 25 de julio de 2008, en Santiago de Cuba, en el oriente de la isla, donde el presidente Raúl Castro leerá mañana su primer discurso como mandatario titular en el aniversario del asalto al cuartel Moncada, fecha que marca el inicio de la revolución cubana (Alejandro Ernesto/EFE).
Fotografía derecha: varias personas duermen agotados de tanto beber hoy, 25 de julio de 2008, en Santiago de Cuba, en el oriente de la isla, donde el presidente Raúl Castro leerá mañana su primer discurso como mandatario titular en el aniversario del asalto al cuartel Moncada, fecha que marca el inicio de la revolución cubana (Alejandro Ernesto/EFE).
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