La construcción de un nuevo estadio de béisbol en el centro de la ciudad me parece otro de los tantos disparates a que nos tienen acostumbrados en Miami.
Durante décadas, se han ido multiplicando estas instalaciones monstruosas que lleva años edificarse, siempre sobrepasan los presupuestos, atraviesan por miles de problemas hasta que son inaugurados con pompa a veces y discreción otras, y luego algunas son utilizadas en ciertas ocasiones. Entonces el tráfico se torna una pesadilla alrededor durante un par de horas y luego vuelven a la oscuridad.
En algunos casos, como la Arena Miami, un día son abandonadas por completo, sin que nadie sepa qué hacer con ellas. Condenadas a seguir vacías a la espera de que se venda el terreno, sean demolidas o convertidas en cualquier cosa.
No entiendo bien eso de que hay que construirle un estadio a un equipo deportivo. También me parece que durante todo el proceso, los únicos que han actuado con un mínimo de decoro y sensatez son algunos comisionados que han logrado sacar algún provecho menor para sus constituyentes.
Lo demás ha sido una repetición de lugares comunes, demagogia y engaño.
En momentos en que vivimos una grave crisis económica, que afecta particularmente al sur de la Florida, el turismo enfrenta una fuerte competencia, y cabe la posibilidad de que se produzca una apertura de los viajes a Cuba para todos los norteamericanos, destinar una parte del impuesto hotelero a la construcción de un estadio es más o menos el equivalente de darse un tiro en el pie. Pero aquí en Miami eso es lo común. Por eso andamos siempre cojos.
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