''La Oficina de Intereses de Estados Unidos en Cuba se encuentra en una situación única para una misión diplomática: la intensidad de los intereses nacionales sobre Cuba lleva a que la misión sufra presiones que la mayoría de las otras dependencias diplomáticas no experimentan''.
Así se afirma en un informe rutinario del Departamento de Estado sobre las operaciones de la sede diplomática en La Habana, realizado en el año 2007, durante la presidencia de George W. Bush y en un momento en que las relaciones entre Cuba y Estados Unidos se encontraba en el punto más bajo en años.
El problema para los diplomáticos norteamericanos en la isla no es sólo que tienen que soportar la hostilidad de encontrarse en territorio enemigo, sufrir hostigamientos y hasta actos agresivos, como el que les envenenen sus mascotas, así como trabajar con limitados recursos debido a las restricciones que ambos países han impuesto a las respectivas sedes, sino que hasta el propio gobierno de Estados Unidos dificulta su labor con medidas poco efectivas, que durante la época de Bush sirvieron para complacer al exilio reaccionario de Miami.
En esta ciudad es donde único el ex presidente aún es considerado un héroe. Más adecuado sería catalogarlo “el rey de la inutilidad”, debido a la ausencia de resultados en su pretendido afán por llevar la democracia y el respeto de los derechos humanos a la isla. Sin embargo, más que los intereses nacionales, fueron determinantes durante sus ocho años de gobierno los fines electorales. Entre Bush y los círculos más conservadores de esta ciudad se estableció una simbiosis, que sólo sirvió para que unos pocos vivieran bien, otros alimentaran sus egos y sus afanes de figurar como líderes en público y los más encontraran una pobre satisfacción emocional en medio de sus frustraciones y amarguras. Todavía hay la esperanza de que esta situación cambie ahora, pero ya debe comenzar esa transformación. El informe es en buena medida un rosario de dificultades, muchas de las cuales se podrían evitar con una mejor relación entre ambos países, tras demostrarse exhaustivamente que la confrontación no ha llevado a nada, pese a que se mantengan las diferencias políticas e ideológicas. Si se mantienen relaciones, no importa lo limitada que éstas sean, es para mejorar la situación, no para empeorarla, muchas veces con tonterías.
Tres ejemplos sacados del documento:
En 2003 Washington impuso la prohibición al embarque hacia Estados Unidos de vehículos privados procedentes de Cuba. Al mismo tiempo, exigió a los diplomáticos cubanos que compraran o alquilaran sus automóviles en este país. La Habana respondió con una medida similar. En ambos casos, las medidas ocasionaron gastos y engorros, pero con una diferencia fundamental. Mientras los cubanos tuvieron a su disposición no sólo los múltiples concesionarios automovilístico de este país, además del mercado interno producto del lógico traslado hacia otros destinos de un gran número de diplomáticos, tanto en Washington como en Nueva York, los nuevos enviados del Departamento de Estado a la isla se encontraron con un grupo ínfimo de establecimientos dedicados a la venta de vehículos, una comunidad diplomática muy reducida y pocos vehículos de segunda mano a la venta, la mayoría en mal estado.
Como resultado, pasaron muchos meses antes que cualquier funcionario estadounidense recién llegado pudiera adquirir algo con al menos cuatro ruedas y capaz de moverse un poco.
El segundo ejemplo es también de ese año 2003. La Casa Blanca impuso restricciones a los diplomáticos cubanos en Washington y Nueva York, las cuales limitaron sus movimientos a sólo 25 millas de sus misiones. Cuba respondió con una medida similar: al personal de la Oficina de Intereses se le prohibió viajar más allá de la provincia Ciudad Habana.
La consecuencia ha sido que en un país donde el uso del internet está extremada limitado, la información resulta difícil de obtener y en muchos casos depende fundamentalmente del contacto personal, los diplomáticos estadounidenses, que con anterioridad recorrían toda la isla, se vieron encerrados en sus recintos y privados de sus fuentes habituales de datos y estados de opinión, que resultan fundamentales a la hora de valorar la situación y realizar sus informes. Además de la ceguera ideológica del gobierno de Bush, esto ayuda a explicar cómo durante ocho años no se cansó de lanzar palos a ciegas y despertarse con una sorpresa tras otras.
Luego, en 2006, en lo que constituye la tercera muestra de desatino, a alguien se le ocurrió la brillante idea de colocar una pizarra informativa, con lemas y noticias, en el quinto piso del edificio de la Oficina de Intereses. El hecho fue saludado con entusiasmo en Miami, pero en Cuba provocó una serie de reacciones, algunas anticipadas y otras no.
Las más conocidas fueron el corte del suministro de agua y electricidad a la sede diplomática; la construcción de una especie de bosque de 138 astas con banderas negras, que obstaculizaron el poder ver la pizarra desde diversos ángulos, y la pérdida de los estacionamientos frente al edificio.
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También el Ministerio de Relaciones Exteriores cubano cortó las comunicaciones con los norteamericanos, se demoró la entrega de visas a los funcionarios procedente de Estados Unidos y se congeló la contratación de personal cubano para la sede. En igual sentido, se pusieron trabas y demoras a la entrada de las pertenencias de quienes eran enviados a trabajar en Cuba.
Hubo además otros resultados, que ahora se conocen gracias al informe. Son casi cómicos, como si de nuevo la farsa se mezclara con la tragedia. La pizarra produce un zumbido de fondo e incrementó el calor en las oficinas del jefe de la misión y de su segundo.
Aunque al principio despertó cierta curiosidad, los inspectores norteamericanos comprobaron, en dos noches durante su visita, que sólo unos pocos transeúntes la miraban. Ruido y calor por gusto.
En todos los casos, lo que se ha conseguido es una baja en la moral de trabajo, de quienes trabajan en la sede diplomática, y más dificultades para quienes llevan a cabo importantes labores consulares y migratorias.
El informe señala que es importante que las futuras iniciativas, tanto aquellas que entonces se encontraban en consideración en La Habana, como en el caso de posibles y futuras restricciones a imponer a los funcionarios cubanos en Washington y Nueva York, éstas se lleven a cabo tras un cuidadoso análisis, que considere los costos frente a los beneficios, antes de ser puestas en práctica.
El informe del Departamento de Estado —del cual
Cuaderno de Cuba tuvo conocimiento gracias a
The Cuban Triangle, el blog de Phil Peters— contiene además una serie de puntos interesantes.

Estos van desde un desglose de los elevados costos de la sede, que en 2007 fue de unos $6.6 millones —debido en buena medida a que todos los suministros tienen que venir por vía aérea, ya que Cuba no permite la entrada de contenedores marítimos— hasta la cifra de cuántos trabajan en el lugar: 51 norteamericanos, entre ellos 10 marines; 22 contratados localmente, que son familiares de los diplomáticos norteamericanos o de misiones diplomáticas de otros países y 257 cubanos. Además aparece lo que le cuesta a los empleados el viaje de sus casas a la oficina, en un transporte propio de la sede ($1.20 por viaje, que al parecer muchos no pagan); el valor de las pérdidas por filtraciones de agua, robos y deterioro de las instalaciones (unos $14,000 en las instalaciones y $3,468 en artículos sustraídos de la Oficina de Servicios Generales); las dificultades con las piscinas en la viviendas de algunos funcionarios y otros datos.
Peters ha hecho un buen resumen de los puntos principales del informe, para los que no tengan el tiempo o la paciencia para leerse las 64 páginas.
Para terminar, tres cuestiones de particular significación:
En algunos meses, el 75 por ciento de los embarques por valija diplomática consistieron de publicaciones y otros materiales, enviados a Cuba mediante programas del gobierno en favor de la democracia o procedentes de organizaciones que operan con fondos privados (aquí es probable que entren los materiales elaborados por el Centro para una Cuba Libre). Un 10 por ciento de esos envíos consistió de materiales que no pudieron ser distribuidos porque estaban viejos o carecían de utilidad. Pero lo singular es que la Oficina de Intereses no tiene el control de lo que recibe para distribuir.
Lo segundo que llama la atención es que, con el objetivo de monitorear la recepción de las señales de Radio y TV Martí, la Oficina de Intereses cuenta con personas en 15 lugares en todo el país. Los resultados respecto a TV Martí son que nunca o muy pocas veces se ve. Como escribe Peters en otro comentario, TV Martí es la única emisora de televisión que ha continuado por 19 sin contar con una audiencia discernible. Ahora no se podrá decir que el gobierno norteamericano no lo sabe o que hay dudas al respecto.
Por último, algo muy interesante. La Oficina de Intereses tiene una estrategia de dos vías. En ocasiones invita a escritores y artistas y en otras a disidentes. Los escritores y artistas no tienen reparos en asistir a las actividades culturales, pero cuando los temas a tratar son políticos y económicos, entonces sólo acuden los disidentes. Entre la despolitización y la conveniencia, buena parte de los creadores cubanos han escogido su camino.
Para leer el informe, pulse
aquí.
En
The Cuban Triangle está tanto el informe como un resumen detallado con los puntos principales. Para verlo, pulse
aquí.
Fotografías: la Oficina de Intereses de Estados Unidos en La Habana, en estas imágenes de agosto de 2006.