lunes, 22 de febrero de 2010

Un Infante en La Habana


Al cumplirse cinco años de la muerte de Guillermo Cabrera Infante en Londres, su viuda anuncia la aparición de la por tanto tiempo esperada Cuerpos Divinos, la novela en la que se acumula ``todo el dolor'' del autor, según Miriam Gómez.
Mucho más que dolor debe encerrar este libro inacabado, que se desarrolla en la capital cubana, entre 1958 y 1962, y termina con dos líneas desde ahora memorables, que recuerdan al Hemingway de París era una fiesta:
``Fue aquélla la mejor época de nuestra vida.
--Sí --le dije--. Es muy posible que fuera la mejor''.
Para resumir en pocas palabras la obra de Cabrera Infante, lo mejor es no acudir a la preceptiva sino a Roberto Cantoral, y con el tono y la inflexión exacta de Lucho Gatica, pedir al reloj que no marque las horas ``porque tu barca tiene que partir, a navegar por otros mares de locuras, cuida que no naufrague mi vivir''.
Eso fue lo que hizo durante toda su vida el escritor cubano: navegar literaria y literalmente por otros mares de locura, luchando contra el tiempo y el naufragio, a bordo de su barca que es a veces la literatura, a veces Cuba y siempre La Habana. De esa travesía fueron quedando diversas tablas de salvación, en libros, artículos y entrevistas singulares.
A partir de la publicación en 1963 de Un oficio del siglo XX, la narrativa de Cabrera Infante se desarrolla en base a similitudes que el autor busca como verdaderas obsesiones, pero que a la vez expresa en una serie de variaciones únicas desde el punto de vista formal.
Una y otra vez, Cabrera Infante regresa a los mismos temas, de forma similar y diversa. Primero desde su labor de crítico cinematográfico, luego como novelista y cuentista, y ya en el exilio publicando un conjunto de libros que conforman una memoria nacional y definen un estilo ejemplar.
Durante muchos años, Cabrera Infante no fue sólo el mejor escritor cubano, sino que representó la voz más poderosa entre los intelectuales anticastristas. En ese campo, constituía el enemigo más odiado por el régimen de La Habana. Aunque siempre mantuvo una barrera entre sus textos políticos y literarios, la separación no impide que sea indispensable referirse a ambos aspectos de su labor, en una fusión entre el hombre y la obra que siempre le ganó admiradores y detractores.
Desde el momento en que comenzó a publicar sus crónicas de cine en la revista Carteles, en 1953, se colocó al frente de la vanguardia creadora de una nación con una tradición literaria y artística de gran riqueza, que a la vez estaba profundamente dividida entre lo culto y lo popular. Hizo trizas esta división artificiosa y demostró que la escritura más elaborada y compleja podía ser al mismo tiempo entretenida y llena de humor.
La unión indisoluble entre lo culto y lo popular, presente desde el inicio en sus crónicas de cine, logra su definición mejor en su novela Tres Tristes Tigres. Al tiempo que la narrativa apela a los recursos más avanzados de la literatura mundial del momento, conquista al lector desde las primeras páginas. Este se identifica con los personajes, añora o descubre una época y lee página tras página por encima de la fragmentación y las dificultades propias de la obra.
La novela recrea una época desconocida para la mayoría de la población cubana que reside en la isla. Se trata de un libro huérfano de público en la patria de su autor, que persiste en la búsqueda de su lector natural.
Tras la publicación de los Tigres, vinieron dos libros de artículos y ensayos donde el juego verbal alcanzó su cima: O (1975) y Exorcismos de esti(l)o (1976). Luego, en 1979, aparece La Habana para un Infante difunto. En esta nueva novela, la experimentación con la forma cede ante una estructura narrativa fragmentada en capítulos, que siguen un orden cronológico. El recuento podría extenderse a otras obras, pero aquí sólo interesa recalcar lo que constituye la narrativa mayor del autor. Delito por bailar el chachacha y La ninfa inconstante se suman más bien como capítulos a las novelas anteriores.
Si bien los TTT destacan por abrir nuevas vías a la literatura cubana --y por crear una poética propia--, La Habana es una obra de perfección, donde el interés fundamental es desarrollar al máximo los recursos que su autor domina con maestría. Puede señalarse en este sentido que la segunda novela de Cabrera Infante es mejor que la primera, aunque de menor influencia innovadora. Toda esta visión podría quedar alterada ahora, con la aparición de Cuerpos divinos, un libro esperado con una ansiedad acumulada durante décadas.
a labor de narrador y crítico la desarrolló Cabrera Infante a contrapelo de la que por muchos años figuró como la actitud natural y ``correcta'' del intelectual progresista hacia la revolución cubana: el apoyo o al menos el silencio. El fue todo lo contrario: comenzó a denunciar al régimen cubano sin detenerse en las consecuencias que ello implicaba para la divulgación de su obra.
Sin embargo, los libros de Cabrera Infante se multiplicaron en las más diversas traducciones. Hoy es un escritor al que es necesario volver una y otra vez, y un autor que vivió en dos islas, pero siempre soñó con una ciudad única: La Habana.
Es posible que Cuerpos divinos sea la culminación --aunque sea parcial-- de ese sueño a veces convertido en pesadilla.

miércoles, 17 de febrero de 2010

No avanza

Esta muchacha, Zoé Valdés, no ha dejado de ser una barriotera. ¡Qué lamentable!
Un ejemplo de su falta de imaginación:
Por cierto, ya quisiera la Armongola…
Debo recordar que esa chusmería la reconocí a tiempo:

Published: Martes 21 de Enero de 1997
Section: Editorial
Page: 8A
ZOÉS
Por ALEJANDRO ARMENGOL
El Nuevo Herald
Memo: OPINIONES
Zoé Valdés es la Madonna de la literatura cubana. Igual capacidad para transformar el desenfado y lo grotesco en espectáculo, para mostrar la vulgaridad y el erotismo despojado de misterio. El mismo rechazo saludable a las convenciones y la hipocresía. Semejante sagacidad para terminar ajustándose a sus propias conveniencias. ¿Cómo si no explicar ese talento de la escritora cubana para pasarse del bando de Alfredo Guevara al de Guillermo Cabrera Infante, enemigos irreconciliables? Algo así como nacer Montesco y terminar de invitada a comer con los Capuletos. Ahora bien, ni Madonna canta bien ni Valdés es una buena novelista, aunque a veces escribe tan mal que pone en duda esta afirmación.
No se trata de que para ser buen novelista sea imprescindible escribir bien. Pío Baroja escribía horriblemente mal. Es más, no podía lograr un párrafo medianamente correcto. Pero era un buen novelista porque en sus obras hay autenticidad. Te di la vida entera , la última obra de Zoé Valdés, finalista del premio Planeta 1996 y libro de gran venta en España y Miami, no es una novela: es un pastiche. Comienza como una crónica habanera de los años 50, en una imitación de Cabrera Infante disfrazada de falso homenaje, para luego convertirse en un remedo de Reinaldo Arenas y terminar después de trescientas y tantas fatigosas páginas transformada en una cantaleta sobre las vicisitudes de vivir en Cuba durante el ''período especial'', una especie de novela rosa-fantástica y fantasmagórica, llorona y anticastrista, sazonada con recetas de cocina a lo Laura Esquivel. Mientras tanto, Valdés nos ha abrumado con algunas de las peores imitaciones de los puns de Cabrera Infante de que pueda hacer gala un fanático, junto con una poderosa falta de imaginación y unos diálogos aburridos entre la autora y su conciencia (¿o es anticonciencia?) que más bien parecen destinados a dormirnos. Todo ello sin contar con icos de la literatura cubana, la de aquí y la de allá. La autora hace trampas al lector, en una narración que empieza en tono picaresco, con el relato de un amor sin fronteras que trasciende la halitosis y el mal olor de cualquier zona del cuerpo amado, y termina dejando a un lado la ironía y entronizando en un cielo melodramático a unos protagonistas que nunca logran humanizarse.
Como una especie de autojustificación, Valdés dice que ''los críticos literarios se toman la libertad, y el lujo, de escribir que los personajes de una novela cubana son caricaturescos''. Para afirmar seguidamente: ''Pues, siento decir que tienen toda la razón, porque todos somos, aquí, en esta islita caricaturesca, cada uno de nosotros, una caricatura de sí mismo''. Pues bien, no siento decir que los personajes de las obras más logradas de la literatura cubana no son caricaturescos, que ni Cecilia Valdés ni la Estrella son caricaturas, y eso por citar sólo dos ejemplos de la literatura cubana del exilio. Que Ramón Yendía -el personaje de ese cuento ejemplar de Lino Novás Calvo- no es una caricatura, y que sí lo es el protagonista de ese cuento de (¿Ambrosio Fornet, Cesar Leante, Noel Navarro?), que moribundo escribió con sangre el nombre de Fidel, aunque estoy seguro no lo fue el miliciano en que dicen está basado el relato, si no es que vinieron después que estaba muerto con un pomito de ''mercurocromo'' y un fotógrafo. En el caso de esta obra de Zoé Valdés, no sólo son caricaturas sus personajes sino también la propia novela.
Lo peor en este caso no es que estemos ante un libro de escaso valor literario, sino el hecho de que Te di la vida entera parece la continuación de una nueva tendencia en la literatura cubana, un tipo de escritura grosera y soez, que tiene como antecedente la novela de Reinaldo Arenas El color del verano , y donde el carácter de denuncia no atenúa la chapucería y lo grotesco, no como forma expresiva sino como vulgaridad ramplona. Toda obra literaria refleja sólo lo que la voluntad expresiva del autor, consciente o inconsciente, logró captar en ella. Pero indudablemente existen factores condicionantes que llevan a pensar que el deterioro económico, político y moral de la isla está influyendo en las formas de expresión, con esta tendencia de presentarnos el caos y el desorden de forma caótica y desordenada, y que no sólo encontramos en la literatura y otras formas artísticas sino también en algunos de los escritos de periodistas independientes procedentes de la isla.
Pero si bien esta explicación justifica en parte las limitaciones y deficiencias de una obra anterior de Valdés, La nada cotidiana , donde un texto igualmente burdo y por momentos aburrido es también un testimonio personal y momentáneo de la peor crisis económica e ideológica de la revolución cubana, el problema con Te di la vida entera es que se evidencia la intención de situarse en el plano de una escritora profesional que trasciende sus experiencias, para expresar una cosmovisión habanera, un bolero en forma de novela y un culebrón posmodernista. El resultado es una prosa chabacana y llena de errores, imprecisiones, nombres mal escritos y canciones mal citadas, de la que se reviste un libro al gusto de europeos en busca de lo exótico, coleccionistas de la decadencia de todo el mundo y hasta algún que otro ex izquierdista lacrimoso. Ello explica en parte su popularidad, ¿pero no es también una nueva forma de oportunismo?
© 1997 The Miami Herald. The information you receive on-line from The Miami Herald is protected by the copyright laws of the United States.
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lunes, 15 de febrero de 2010

Prepotencia anticastrista


Más allá del mal uso y la falta de control sobre los millones de dólares que desde hace años viene destinando Estados Unidos para supuestamente hacer avanzar la libertad en Cuba, fortalecer la sociedad civil y favorecer el respeto a los derechos humanos, hay varios aspectos que llaman la atención en lo que hasta el momento no ha sido más que un gran derroche de fondos.
En primer lugar, hay que señalar el desconocimiento y la prepotencia que subyace en ese esfuerzo, aparentemente democrático y generoso, que ha llevado a la impresión de miles de textos sobre la importancia de los derechos humanos.
Lo que en un primer momento pudo haber sido una labor educativa, se ha convertido en el pretexto perfecto para justificar costos de imprenta, compras en librerías y elevados gastos de distribución.
El fundamento que ha determinado tal colosal botadera de dinero es, en el mejor de los casos, de un paternalismo grosero, por no decir una muestra de racismo: quienes viven en la isla no han exigido mayores libertades porque las desconocen.
El camino del aprendizaje --de acuerdo a esta estrategia-- abriría las puertas de una mayor conciencia ciudadana, con la consecuencia de un aumento en las protestas y una mayor exigencia hacia el respeto de los derechos humanos. Esto no ha ocurrido. En primer lugar porque se pasan por alto las características esenciales de la naturaleza represiva del régimen de La Habana, a lo que se añade que se sobrevalora la función de una propaganda hecha para complacer a Miami, que desconoce lo que realmente ocurre en la isla.
Al limitarse a la vía, socorrida y sencilla, del envío masivo de folletos, un aspecto muy importante se pasa por alto. Es el rechazo natural que tiene el pueblo cubano al bombardeo de propaganda, algo que ha padecido durante décadas.
El segundo aspecto llega precisamente por el rumbo contrario. Si se contabilizan los millones de dólares dedicados al incremento del periodismo independiente en Cuba, y se contrapone esta cifra con el valor de la información enviada desde la isla, hay que concluir que en Estados Unidos la palabra se paga a un alto precio. O al menos algunas palabras o las palabras de algunos.
Cabe preguntarse qué importancia han tenido tantos y tantos artículos de poca calidad, así como reportajes mal hechos, que desde hace años llegan a la Florida y a todo el mundo gracias a la existencia de supuestas ``agencias'' que aquí en Miami los recogen y distribuyen.
¿Han ayudado a conocer mejor la realidad cubana? ¿Han sacado a la luz hechos importantes? ¿Se puede creer en lo que se afirma en muchos de ellos? En la mayoría de los casos, estas preguntas tienen una respuesta negativa.
Mientras en Miami hay demagogos y tergiversadores, que perciben ingresos substanciosos gracias a estos materiales --cuya veracidad de contenido no debe ser cuestionada, según el canon del anticastrismo imperante en esta ciudad--, sus autores en la isla reciben migajas, y eso sólo en el mejor de los casos.
Los dos aspectos anteriores son hasta cierto punto secundarios ante el derroche que representan viajes, congresos y reuniones de acólitos en los puntos más diversos del planeta, siempre y cuando se trate de una ciudad con buenos hoteles.
La clave aquí no es que varias organizaciones de Miami y Washington se dediquen a estas labores, sino que las lleven a cabo con el dinero de los contribuyentes norteamericanos. No es correcto que con fondos fiscales se financien programas que intentan producir un cambio de régimen en Cuba. Lo que tiene que hacer Washington es acabar de tirar a la basura cualquier plan --concebido por burócratas, políticos y vividores-- para una supuesta transición democrática en la isla, y limitar la ayuda en este sentido a un fondo humanitario para los opositores presos.
Quienes en esta ciudad apoyan de forma activa a la disidencia expresan que este movimiento no debe ser aislado, que las voces de quienes protestan, critican o se oponen pacíficamente al gobierno de La Habana deben ser escuchadas en todo el mundo.
o que no aclaran es cuál es el bolsillo del que salen esos dólares. Si los exiliados en Miami estuvieran dispuestos a aportar recursos para estas labores, sería entonces un esfuerzo privado, que siempre y cuando se realice dentro de las leyes establecidas es perfectamente legal. Sin embargo, lo que quieren muchos de los que dirigen esas organizaciones es que el gobierno subvencione una labor de cambio de régimen, en que el aparente patriotismo corre por su cuenta mientras el dinero sale de otra parte.
Pero hay más. ¿Por qué parte de ese sector, que dice que su prioridad es llevar la democracia al lugar desde donde salieron para el exilio, llevan años haciendo todo lo que esté a su alcance para impedir cualquier medida que facilite que la realidad cubana se abra al mundo?
Es cuestión de prioridades, repetirán algunos. Hay que impedir que el régimen castrista tenga los recursos necesarios para ``exportar su revolución''; se debe hacer todo lo posible a fin de no brindarle ``el oxígeno monetario'' ahora que agoniza; no se puede ``premiar'' a un régimen represivo; la entrada de divisas sólo sirve para incrementar la represión. Se trata de la retórica de la justificación del fracaso, ante la incapacidad para transitar formas nuevas, que pueden ser de mayor efectividad en la defensa de los derechos humanos.
Publicado en El Nuevo Herald, el lunes 15 de febrero de 2010.

La comezón del exilio revisitada

A veces en el exilio a uno le entra una especie de comezón, natural y al mismo tiempo extraña: comienza a manifestar un anticastrismo elemen...