
Nada hay de singular en que un grupo de intelectuales y artistas exiliados enviaran una carta de protesta a una universidad de Nueva York, por invitar al escritor Miguel Barnet, presidente de la oficial Unión de Escritores y Artistas de Cuba (UNEAC).
Que Geandy Pavón ―proyeccionista de la imagen de Zapata Tamayo en embajadas y teatros de diversos países― quiera dar a conocer su rechazo al acto, una simple presentación de una novela de Barnet traducida al inglés, es un acto común en un país democrático. Tanto él como los otros intelectuales y artistas que firman la carta han utilizado sus derechos ciudadanos para expresar una opinión. Quizá hay por ahí quien les reproche que en realidad lo que están haciendo es brindarle publicidad al lanzamiento del libro (nunca antes había oído de la existencia de la editorial Jorge Pinto Books), pero es posible que ellos piensen que este es un daño colateral inevitable.
El envío de misivas de protesta a instituciones académicas es una práctica casi cotidiana. Pocos meses atrás ―aunque con peor suerte de divulgación en este periódico― hubo otra carta por la entrega de una placa, que se le otorgó a Orlando Bosch en un centro académico de la Universidad de Miami (UM). Profesores de todo el país, entre ellos un grupo nutrido de la UM, criticaron el evento de homenaje a Bosch que organizó el Instituto de la Memoria Histórica Cubana.
Claro que la comparación entre Barnet y Bosch no es adecuada. Aunque a uno no le gusten los libros del autor de Biografía de un cimarrón, no simpatice con sus opiniones políticas, rechace su labor al frente de la Unión de Escritores y Artistas de Cuba (UNEAC) y reniegue de sus declaraciones, no puede decir que el escritor ha sido condenado por actividades terroristas en Estados Unidos. Bosch sí.
Lo que une a ambas cartas es la diferencia entre Barnet y Bosch, no sus semejanzas. Uno es alguien que ha dedicado su vida al enfrentamiento violento contra el régimen de La Habana, sin detenerse en que los medios empleados puedan causar víctimas civiles. Para el sector más recalcitrante del exilio de Miami es un héroe, para el resto del mundo ―incluidos los tribunales norteamericanos y la Secretaría de Justicia durante el gobierno de George Bush― un terrorista. El otro es un escritor que durante una época estuvo marginado y luego reincorporado por completo al sistema imperante en la isla, que ha sabido aprovechar al máximo esa “rehabilitación” y ha hecho declaraciones lamentables.
La conclusión es que a Barnet se le puede rechazar desde el punto de vista político o ético, pero en el caso de Bosch estamos frente a un individuo que se salvó de una orden de deportación porque ésta fue cancelada por el ex presidente Bush padre.
Algo no anda muy bien en un exilio donde se rechaza tanto a Barnet y se admira tanto a Bosch. No es que esa sea la forma de pensar de la mayoría de los cubanos que viven en Miami, New Jersey o Nueva York, pero es lo que se quiere aparentar, y la prensa contribuye a ello.
De acuerdo a los publicado en este diario, quienes promueven la carta “afirman que la presencia de Barnet únicamente servirá de ‘plataforma de promoción’ de quienes apoyan y justifican la represión en Cuba”. Es decir, el escritor debe ser excluido, sacado del juego.
Lo que se propugna entonces es el franco rechazo, la oposición abierta, el desprecio y el odio. Este rechazo lleva a la pérdida de la confrontación, por la cual a veces vale la pena pasar por encima de las trampas del enemigo. Cerrarle el paso al Barnet funcionario, sin detenerse a pensar que existe también el Barnet escritor (cuán bueno o malo es un problema de la crítica literaria, no de la policía del pensamiento). Lo peor en estos casos es que la ideología sustituye a la literatura y la visión en blanco y negro lleva a generalizaciones injustas. Eso ha ocurrido aquí, pero no hay que llegar a la novela para comprobarlo, basta mirar las primeras páginas del libro.
Aunque no ha sido la intención de los autores de la carta, en internet ya se ha movilizado la chusma diligente y la han emprendido contra el novelista exiliado José Manuel Prieto, quien escribió el prólogo a la edición en inglés del libro de Barnet.
Si hay escritor callado y reservado es José Manuel Prieto. Dedicado por completo a su literatura, salvo cuando tiene que ganarse el sustento como profesor universitario, Prieto es una figura ausente de los debates políticos, las batallas ideológicas y los bretes entre exiliados o entre los escritores que viven en la isla y en el extranjero. Nada de esto lo salva ahora para ser colocado en la picota, insultado y vejado por tres o cuatro que desperdician su tiempo en escribir sandeces, en vez de intentar mejorar una escritura deficiente.
Resulta asombroso que unos cuantos escritores y artistas no aprovechen el exilio para distanciarse de una valoración en que la política es la única guía, la cual por décadas imperó en Cuba. Un código que censuraba principalmente películas y libros, no por su falta de valores artísticos sino porque se apartaban de un patrón cederista de fidelidad absoluta. Esa fidelidad sin Fidel es la que sigue operando en la mente de algunos exiliados.