lunes, 11 de abril de 2011
El lugar de la pistola
Pekín- Está vacío el lugar que debe ocupar la pistola que Fidel Castro regaló a Mao Zedong, en la sala que muestra los más diversos obsequios, hechos por diferentes mandatarios a los gobernantes chinos. Las grandes vidrieras atesoran decenas de objetos, en el Museo Nacional de China, al este de la plaza de Tiananmen, pero la pistola no está.
No es la única arma que falta en esa galería, que recoge esa costumbre típica de dictadores y jefes de Estados totalitarios durante la guerra fría, de intercambiar pistolas en el más puro estilo gansteril. Pero la ausencia libra al visitante de la única presencia cubana en un museo recién renovado, donde es posible encontrar hasta una fotografía en que aparece George W. Bush durante una reunión cumbre.
El pequeño detalle de la falta de la pistola es casi un ejemplo nacional: si se busca alguna huella de la revolución cubana por Pekín solo se encuentra la conocida imagen del Che ―en gorras, bolsas y camisetas―, algo que por otro lado ocurre en cualquier parte del mundo. Además, la imagen del Che siempre aparece asociada a esa zona del arte y el consumo que ha convertido a la ideología en mercancía.
China es un buen ejemplo de lo mucho que se puede avanzar en el terreno del fetichismo revolucionario, o específicamente comunista, convertido en pieza de adorno. En el mercado de antigüedades de PanJia Yuan se venden fotografías de las humillaciones a que sometían a las víctimas de la Revolución Cultural, y además figurines de porcelana que representan a ciudadanos con carteles colgados al cuello o “gorros de burro” en la cabeza, como representaciones típicas de la época. No solo la retórica revolucionaria convertida en pequeña pieza de exhibición, sino la represión también.
La ausencia de referencias a Cuba o al gobierno de La Habana es también un indicador de lo diferente que son estos vínculos a los que por muchos años la isla mantuvo con la Unión Soviética. Ahora la influencia está determinada por inversiones y comercio, no por un modelo económico y político a exportar.
Porque lo fundamental en este sentido es que ni a China le interesa, ni tiene un modelo que exportar. Puede citarse como ejemplo ―y es posible que no solo Vietnam sino incluso el gobierno cubano, en algunos aspectos, siga sus pasos― lo que ha hecho el país al permitir la inversión extranjera y la banca internacional. Sin embargo, siempre hay que hablar de momentos concretos, de medidas específicas. La nación asiática es un rompecabezas demasiado complejo para atraer fácilmente a quienes tienen el poder en Cuba. Y no solo porque siempre está presente el fantasma de Tiananmen. El difícil equilibrio entre represión, censura y libertad empresarial y económica no es fácil de alcanzar. Además, da la impresión que el país es como una pelota a la que han ido agregando parche tras parche para que siga rodando, pero que en ocasiones asombra por la distancia enorme que hay de un añadido a otro.
Por ejemplo, en los museos impera el criterio de la exhibición como una forma de propaganda: abundan las lagunas en las biografías, las explicaciones todavía abusan de los adjetivos al peor estilo estalinista y en todas partes impera la retórica al uso, de por ejemplo hablar de una “repliegue estratégico” a la hora de mencionar una retirada o un retroceso. Los criterios conservadores predominan en las selecciones de pinturas e imperan las estatuas del más puro realismo socialista a la hora de escenificar batallas o mostrar acciones heroicas.
Sin embargo, en el Distrito de Arte el ambiente es completamente opuesto. La mirada y el modelo a imitar es Nueva York. Si Andy Warhol convirtió ―más que en ícono― en estereotipo a Mao, los tataranietos del Gran Timonel son la caricatura cotidiana de Warhol. La mayoría de ellos no llegarán a artistas, y tendrán que conformarse con ser camareros o empleados de banco, pero ahora viven su momento mejor: la adolescencia convertida en la representación del mundo de la revista de moda norteamericana.
Precisamente de revistas están llenos los estanquillos pekineses, que poco tienen que enviarle a los de Madrid, salvo el hecho de que no tener publicaciones extranjeras. Las principales revistas norteamericanas ya tienen su publicación en chino, desde National Geographic hasta Elle.
Pero los rostros de las modelos chinas conforman una muy pequeña parte de la historia de la transformación de la nación asiática. Junto a las inversiones internacionales hay un rostro de trabajo duro y constante. Es cierto que en algunos establecimientos, sobre todo los que aún pertenecen al Estado, da la impresión que hay un exceso de personal, pero no se encuentra a nadie inactivo. Las jornadas en los sitios que brindan servicio al público son por general de 10 horas, dividas en dos turnos de cinco. En tiendas pequeñas, puestos de verduras y frutas, trabajos de construcción y otros similares, se come en cuclillas de un pozuelo ―casi siempre arroz con algún vegetal―, sin soñar siquiera con el clásico break norteamericano y mucho menos con la siesta española. La costumbre, el hábito o la obligación llega al extremo de que hace unos días un reportero informaba de choferes con la (mala) costumbre de comer mientras manejaban.
Esa disciplina de trabajo desde hace años está ausente de Cuba, y en cierto sentido nunca existió. La isla siempre dependió de fuerza de trabajo importada para las labores más duras, especialmente de haitianos para el corte de caña y también de chinos en varias ocasiones. No quiere decir que el cubano no sea trabajador por naturaleza. El ejemplo de Miami abunda en lo contrario. El problema es cómo lograr una intensa motivación laboral cuando persisten formas marginales de lucrar, como la bolsa negra. El gobierno de Raúl Castro está apostando a la represión en este sentido, pero con resultados aún dudosos.
Para cualquier cubano de la isla, es lógico que el modelo chino resulte atractivo si tiene una oportunidad por un segundo, de mirar las vidrieras de los grandes establecimientos. Aunque tras esas vidrieras hay bajos salarios y largas horas de trabajo, es un paso más allá del estancamiento económico y la sensación de pobreza.
Fotos: © Rui Ferreira
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