domingo, 15 de mayo de 2011

Un documento contrarrevolucionario


Un documento contrarrevolucionario recorre la isla de Cuba. Es la versión, aprobada en el Sexto Congreso del Partido Comunista de Cuba, de las propuestas de reformas económicas y del final de una larga serie de prohibiciones, que durante décadas han imperado en el país.
El documento ha dado lugar a crecientes expectativas, desde el poder vender viviendas y automóviles hasta la posibilidad de viajar al extranjero como turista, pero seguramente también ha hecho pensar a muchos sobre el absurdo de un gran número de medidas que por años han restringido la vida de los cubanos. ¿Por qué abolirlas ahora y no hace treinta o cuarenta años? ¿Por qué surgieron en primer lugar? Todos estos años destinados a complacer el ego de Fidel Castro o su afán de figurar en la historia mundial. ¿Valió la pena tanto sacrificio que al final ha resultado absurdo?
La respuesta a estas preguntas no se encuentra solo en el mecanismo de un régimen que ha sabido desarrollar un mecanismo de represión casi perfecto, que ha mantenido doblegada a una población durante más de 50 años. Tiene su fundamentación también en una ideología inculcada desde las escuelas primarias, donde el sacrificio a la patria es un valor fundamental. Sacrificio que en lo fundamental ha sido simplemente una patraña utilizada por demagogos y oportunistas, pero que en el ideario nacional ha sido repetida hasta el cansancio y ha servido de soporte retórico a grandes abusos y falsas explicaciones históricas.
Desde la colonia hasta nuestros días, a una actitud pragmática capaz de sacarle provecho a cualquier situación,― la cual ha sabido vadear las situaciones de inestabilidad social e inexorablemente obtiene provecho de ellas― se ha unido una vocación emocional terca, dispuesta a la acción, que se guía por principios o prejuicios, pero siempre alienta la inmolación y el abandono personal. A esta última se deben las páginas más heroicas y los errores más costosos de nuestra historia.
El proceso de independencia cubano no fue nunca una lucha contra los españoles, al estilo de las guerras anticoloniales de América Central y del Sur, sino un combate por la purificación del país y la abolición de los frenos al desarrollo económico. Se ensayaron diversos métodos, pero terminó por imponerse el sacrificio heroico como único medio para alcanzarlo. Aunque este ideal fracasa en la práctica, queda como aspiración y bandera de lucha. La inutilidad del sacrificio no se reconoce como un medio inadecuado para alcanzar la plenitud como nación, sino como frustración republicana.
Las apariencias son buenas para la literatura y el arte, pero no para la historia. La independencia es un largo proceso en el que a la población le toca la peor parte. La guerra se nutre de sacrificios, pero no se gana a cambio de ellos. Sirvió para el enriquecimiento de la oligarquía peninsular, por las emisiones de bonos. Fue financiada principalmente no por el aporte de los tabaqueros, seducidos por la elocuencia martiana, sino por los grandes intereses azucareros, cuyo principal mercado no se encontraba en España sino en Estados Unidos.
Entre la salida emocional del disparo de Chibás y la entrada calculada de Batista media la tragedia cubana. El heroísmo es, en muchos casos, sólo la salida desesperada ante la mediocridad y la estulticia, pero un gesto condenado a consumirse en su propio esplendor, incapaz de dejar huella duradera en la vida nacional, salvo en el reino de lo anhelado y ausente.
Nunca al cubano se le ha dado la posibilidad de no tener que sacrificarse para ser libre. Nuestra historiografía se reduce en la mayoría de los casos a un afán desmedido de relegar las vicisitudes cotidianas como necesarias y carentes de valor, al tiempo que se exaltan las virtudes del martirologio. La galería de héroes se traduce en un llamado a dejar a un lado la disciplina mediocre para justificar la indisciplina heroica. Cuba es una isla que vive –siempre ha vivido– bajo un cielo de mártires y héroes, cuya sombra oculta la ineficiencia e injusticia que crea y alimenta la corrupción. Cuando se abandona la mítica del héroe, solo queda abrazar el cinismo, la amoralidad y el oportunismo.
Tras la llegada al poder de Fidel Castro, en Cuba se exaltó la necesidad del sacrificio no sólo como una vía hacia el desarrollo ―idea capitalista ya superada de que el ahorro es la base del capital―, sino como principio moral. Esa unión católica, judaica, revolucionaria se enquistó en la figura de Ernesto Guevara, convertido en héroe del jardín en la isla.
Lo que se está poniendo en evidencia cada vez con mayor fuerza no es la inutilidad de esos sacrificios de la población, algo que se sabía desde hace tiempo, sino su lo innecesario de éstos. ¿Por qué, por ejemplo, los niños en Cuba están condenados a no poder viajar como turistas? ¿Qué justifica que el Gobierno los retenga como rehenes salvo una mentalidad medieval? No vale la respuesta de que en muchos países los niños no solo no pueden viajar sino que no cuentan con la comida necesaria a diaria. Es cierto, pero no justifica el destino triste al que por décadas han estado condenados todos los cubanos, que han visto sus vidas limitadas por los caprichos de una elite gobernante incapaz de poner una taza de café en cada hogar cubano.
Fotografïa: la criatura mitológica de la Tarasca volvió a pasear el 29 de abril del 2011 por La Habana, tras 200 años de ausencia, en un carnaval callejero en el que el público "lanzó" sobre el muñeco las cosas malas de su vida, antes de que fuera quemado en pleno Malecón. Con cuerpo de dragón, la tarasca cubana tomó vida convertida en un "chivo expiatorio", que protagonizó tres días de desfile inspirado por las antiguas procesiones del Corpus Christi en la isla.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Esta claro que no hay justificacion para el tiempo perdido pero creo que hay cosas que al fin van a resolverse, mas vale tarde que nunca, es como la discriminacion racial en los Estados Unidos que existio durante muchos anos hasta que finalmente fue desterrada de la sociedad al extremo que hoy tenemos un presidente negro.

Anónimo dijo...

Raramente, entre lo que escriben aquí nuestros paisanos, te encuentras identificado con un artículo como el que ha escrito Armengol. Él mismo, en muchas ocasiones, se deja llevar por la presión del exilio sabroso y escribe una sarta de tonterías que dejo de leer a la mitad. Creo que si todos los cubanos hiciésemos este tipo de reflexión, si analizáramos profundamente nuestras raíces y expusiéramos nuestros criterios como lo ha hecho Armengol en este artículo, avanzaríamos hacia un debate limpio y necesario para hallar una verdadera solución a la situación de Cuba. Se unirían muchos que no pueden estar de acuerdo con lo que pasa en Cuba, ni con lo que ha pasado en cinco décadas, pero que no pueden compartir espacio con aquellos que apoyan causas insostenibles como las del terrorista Posada Carriles, ni aquellos que prefieren que Cuba se hunda en el océano. Leer los comentarios de cierto tipo de personas del exilio sabroso que escriben en estos comentarios es a veces peor que leer el Granma. La utilización de un lenguaje soez, el recurrir al insulto como medio de imposición de ideas, es una forma desunión en nombre de la libertad de expresión y de tratar de imponer un criterio único de cómo solucionar nuestros graves problemas. Pero, por ejemplo, leer en este artículo preguntas a las que ningún ser racional (por muy "revolucionario" que sea) puede contestar es a lo que me refiero cuando de lo que trata de analizar las tribulaciones por la que ha pasado el pueblo de Cuba. ¿Por qué entender como imprescindibles medidas que hace dos años (y durante 50 años) han sido "caca"? Y no quiero hablar de las prohibiciones absurdas que han estado presentes en la vida de los cubanos desde el 59. ¿Realizarlas ahora, porque el agua da al cuello, no hace recapacitar a los gestores de la revolución de que han estado manteniendo un absurdo? Quiero, que quede mi respeto y mi felicitación a Armengol por un artículo que vale la pena leer tres veces.

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