jueves, 30 de junio de 2011
Los culpables
Años atrás imaginé este argumento. Se desarrollaba en una Cuba donde Fidel Castro había muerto, víctima de un atentado, a los pocos meses de tomar el poder en 1959. La Habana era una gran ciudad, al estilo de Caracas, donde el narcotráfico, el lavado de dinero y el turismo habían creado una megalópolis dueña y señora del país: rodeada de grandes barrios marginales, con casi cuatro millones de habitantes e infestada de supercarreteras que conectan con centros turísticos en ambas costas. Más allá de la capital, pueblos empobrecidos con algunas áreas privilegiadas de maquiladoras libres de impuestos. Varios puertos comerciales y aeropuertos para turistas y playas exclusivas. La ganadería, la minería y los cultivos reducidos a una pequeña porción de la economía nacional.
Como protagonista, la obra tendría un escritor que intenta desarrollar una novela, cuya trama gira en torno a un Castro (en la realidad del texto un personaje secundario de la historia de Cuba, al igual que Antonio Guiteras Holmes) que sobrevive al atentado que en las circunstancias imaginadas por mí le habría costado la vida. Sin embargo, para la imaginación del alter ego de la trama, Castro estaba vivo y se habría mantenido en el poder, luego de una recuperación milagrosa. Gobernaba el país sin dar muestras de ceder el poder. Esa era la esencia de la obra que intentaba crear, en realidad una novela dentro de una novela. El dilema del protagonista era darle verosimilitud a lo escrito por él, que en resumidas cuentas no sería otra cosa que estrictamente lo ocurrido en Cuba. Mientras, yo, como escritor de la obra, tendría que luchar por rodearlo de un entorno lo menos irreal posible, pero completamente imaginario.
Por la misma época una revista de Miami me pidió un artículo sobre la novela Fatherland, de 1992, escrita por el columnista británico Robert Harris, que imagina la victoria de Adolfo Hitler, tras la cual los productos, la cultura y la política nazi dominan en 1964 a una Europa que se prepara para celebrar el cumpleaños 75 del Führer y a recibir al presidente norteamericano, Joseph K. Kennedy, después de largos años de guerra fría entre el bloque alemán y Estados Unidos. La novela fue llevada al cine en 1994, protagonizada por Rutger Hauer y Miranda Richardson.
En la búsqueda de información sobre Fatherland, descubrí la existencia de un antecedente, The Man in the High Castle, del escritor de ciencia ficción norteamericano Philip K. Dick, publicada en Estados Unidos en 1962 y en España con el título de El hombre en el castillo, en 1968. Dick, fallecido en 1982, tiene una importante obra en el campo de la ciencia ficción, pero para el público en general es más conocido por los relatos que sirvieron de argumento a dos célebres películas, Blade Runner, protagonizada por Harrison Ford, y Total Recall, con Arnold Schwarzeneger.
El hombre en el castillo parte de la victoria del Eje sobre los Aliados. Japón y Alemania se han repartido el mundo. África es una gran reserva de ganado y cultivos. En Europa no queda un judío. Los líderes del Tercer Reich están vivos. Uno de ellos, Goebbels, encargado de la opinión pública de todo el planeta, está preocupado por la existencia de un libro. Se trata de una novela que circula clandestinamente. Su título, La langosta se ha posado. La obra insurgente plantea otra realidad, que aterra a los hitlerianos: el fascismo se desmoronó en Italia, los norteamericanos derrotaron al Japón y los Aliados vencieron en Alemania. La novela clandestina es furiosamente perseguida por los nazis, que intuyen que el libro posiblemente contenga otra cara de los hechos.
La narración de Dick está escrita con la ayuda del I Ching, o Libro de las mutaciones, un texto clásico de la cultura china usado con fines adivinatorios y que consiste en una serie de hexagramas. El hexagrama al que arriban los personajes de la novela, al final del libro, es el referido a la verdad interior. El texto clandestino se torna real: Japón y Alemania perdieron la guerra.
Es posible que Harris esté en deuda con Dick. Hay, sin embargo, un texto de Borges que antecede a ambos: Tlön, Uqbar, Orbis Tertius, de 1944, en que el mundo, tal como lo conocemos, es suplantado poco a poco por un laberinto creado por una asociación mundial de conspiradores intelectuales. Una realidad omitiendo a la otra.
Desde hace tiempo me pierde una superstición que creo malsana, pero que no puedo evitar: tras tantas conjeturas se esconde otra idea, que es, a su vez, una nueva realidad. Quizá a Fidel Castro lo mantenemos vivos nosotros, hablando constantemente de él. Es por ello que yo y tú, que has llegado hasta este punto, somos también culpables.
Rutger Hauer en la versión cinematográfica de Fatherland
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