miércoles, 27 de julio de 2011

De intercambios y bravatas


“Gloria Estefan no ha ido a cantar a la isla, mientras que Silvio Rodríguez ya se ha presentado en Estados Unidos”.
El argumento, que se escucha a diario en Miami y en se lee en internet, parte de una premisa falsa. Cuando Washington habla de intercambios culturales entre Cuba y Estados Unidos se refiere a que artistas y grupos culturales de las dos naciones realicen visitas, sin incluir necesariamente la actuación de artistas exiliados incluso cubanoamericanos.
Se puede estar a favor o en contra de esa política, como cubano o exiliado, pero la premisa de que esta parte no fue establecida con el objetivo del régimen castrista en la mira, sino con anterioridad. Asistimos a una continuación de un modo de ver y hacer las cosas, por parte del Gobierno de Estados Unidos, no a una fórmula nueva.
La política de embajadores culturales, típica de la guerra fría, nunca fue concebida como una forma de confrontación, sino todo lo contrario.
A Moscú fueron Benny Goodman y Dave Brubeck, no una orquesta de balalaikas de inmigrantes rusos. Louis Armstrong fue de embajador musical a diversos países tras el final de la II Guerra Mundial y en plena guerra fría, incluso a varias naciones africanas que estrenaban su independencia, no Nina Simone, una excelente cantante y pianista de señalada participación en el movimiento de los derechos civiles.
El exilio cubano comete el error de juzgar los intercambios culturales bajo la ilusión de Miami como nación. Creen que cualquier aspecto de la política estadounidense hacia Cuba debe funcionar de acuerdo a sus intereses y de que ellos representan a EEUU en cualquier aspecto de la relación entre Washington y La Habana.
Por muchos años, la ilusión mayor ha sido trasladar a esta ciudad todo lo que tenga que ver con Cuba que se produzca con fondos federales. Su máximo triunfo en ese sentido fue la mudada de Radio y Televisión Martí, un disparate que ahora no se sabe cómo corregir.
En el caso de los intercambios culturales entre Cuba y EEUU, estos aun no llegan a la categoría de un programa del Departamento de Estado, sino que todo se ha limitado a la facilitación de visas de entrada y permisos de viaje por parte de Washington.
El rechazo con el cual se ha recibido esta flexibilización, por parte de los legisladores cubanoamericanos y el sector más reaccionario de la comunidad exiliada, es simplemente otra muestra de esa visión que predomina en esta ciudad, entre aquellos que viven encerrados en su frustración e intransigencia.

Ironía

"La ironía de la situación actual (...) es que la mayor amenaza al sistema financiero mundial viene de unos pocos locos derechistas del Congreso estadounidense en vez de la zona euro": el ministro del Gobierno británico Vince Cable.

domingo, 24 de julio de 2011

Cubano, no: cubanos

De convertirse en ley una enmienda del legislador David Rivera, aprobada por el Comité de Asuntos Exteriores de la Cámara de Representantes, entrarían de nuevo en vigor las restricciones de viajes a Cuba establecidas por el gobierno del expresidente George W. Bush.
Uno puede estar a favor o en contra de la medida. Pero ello no impide reconocer que el legislador Rivera está cumpliendo con la voluntad de quienes lo eligieron. Lo que no se puede pasar por alto es que este político se impuso en las urnas, y antes de ser elegido para ir a Washington, sus actitudes, opiniones y conductas eran ampliamente conocidas en esta comunidad.
Así que el exilio de Miami podría llegar a recibir lo que quiere, por lo que varios legisladores vienen años luchando y ganando elecciones una y otra vez. Se trata de uno de los ejemplos más simple de democracia, según se entiende en Estados Unidos.
Ahora bien. ¿Toda la comunidad exiliada quiere eso? No hay que apresurarse a contestar esa pregunta. Parece que aquí la democracia funciona para unos, pero para otros no. Lo que está a favor de los resultados electorales es que, en un sentido general, reflejan la opinión de la mayoría de los votantes. Lo otro es que en este país no resulta difícil votar, luego de cumplir una serie de requisitos mínimos. El principal: ser ciudadano norteamericano.
Sin embargo, en el caso de los exiliados residentes en EEUU, la situación es un poco más compleja. Porque para elegir a quienes van a influir o determinar las medidas que afectan a cualquier cubano, hay que dejar de serlo.
Es posible afirmar que las acciones de los actuales congresistas cubanoamericanos reflejan el sentir de la mayoría de los ciudadanos norteamericanos de origen cubano. No hay problema en ello, solo que este enunciado no puede extenderse a toda la comunidad cubana, decir que es sinónimo del pensar y parecer de todo exiliado.
Hay dos características más de ese proceso democrático, que durante años ha llevado a que más de un millón de exiliados esté representado por un grupo de legisladores de ideas invariables a través de los años, al tiempo que se ha ido transformando la base no de electores, sino de residentes a los que supuestamente representan.
Una es que esa tendencia dentro del exilio cuenta con una poderosa maquinaria de cabildeo y un fuerte poder político, capaz de influir o incluso decidir la política de una superpotencia hacia el país de origen de sus miembros.
Capacidad e influencia que tiene un límite ―y que en más de una ocasión ha sido utilizada como pretexto más que como resultado―, pero que indudablemente afecta en algunas decisiones que hacen más fácil o más difícil la vida para quienes viven en Miami o en Cuba. Tendencia que sólo es comparable al cabildeo judío, que le sirvió de modelo, en Washington.
Curiosa esta distinción que se establece cada vez con más fuerza dentro del exilio cubano en Miami, donde el nacionalismo y la preocupación por el futuro de Cuba ha abrazado la bandera de adoptar una ciudadanía extranjera. Eso por una parte. Por la otra, miles de inmigrantes llegados en los últimos años que han reducido el concepto de patria al entorno familiar. Por sus vínculos con quienes viven en la isla, gustos y actitudes, representan mejor la cubanía actual. Pero aquellos que llegaron antes ―que por décadas han fundamentado sus valores patrios en una quimera― son quienes tienen más posibilidades de actuar en la política respecto a Cuba.
La segunda característica es que no siempre democracia es sinónimo de lo mejor. Sobre todo, cuando se le reduce al terreno local, de parroquia o enclave. Si se hubiera respetado plenamente la democracia, los deseos del sector más poderoso de ciertas comunidades y la actuación de los políticos democráticamente electos, todavía existiría segregación racial en varios lugares del sur del país.
Sin embargo, en el caso de la comunidad cubana las diferencias no llegan a esos extremos. Se trata de otro tipo de fenómeno. En comparación con los logros políticos de los primeros exiliados, las generaciones llegadas después de 1990 demuestran un gran retraso. Da la impresión de que los nuevos inmigrantes tienen menos interés y capacidad en ese terreno. Al principio, las candidaturas tuvieron que transformarse debido a la llegada de gran número de inmigrantes. Ahora son los nuevos votantes quienes tienen que adaptarse a los candidatos.
A diferencia de quienes salieron primero de la isla, el refugiado que se establece en esta ciudad a partir de 1980 está obligado a adaptarse a una comunidad antes que a una nación. Y lo que es peor, vive en un ambiente donde se considera a Miami como si fuera un país. La asimilación establece la necesidad de convertir a la ciudad en una nueva patria, sumarse a una sociedad ya creada, en la que se participa pero donde se comparte muy poco poder político. La independencia reducida asistir a un concierto de un artista de la isla. A esto se une la “saturación política” de los recién llegados: un cansancio de discursos, retórica y consignas que lleva a un rechazo generalizado a cualquier proceso de participación ciudadana.
La integración tiene un precio. ¿Se reducen las nuevas generaciones de exiliados a ciudadanos que prefieren buscar la manera de adaptarse o esquivar una política antes de cambiarla, tal como ocurre en Cuba? La respuesta se define en las urnas.
Fotografía: el legislador David Rivera.

Humanitarismo y propaganda


La organización Pastores por la Paz, que aboga por el levantamiento del embargo de EEUU contra Cuba, llegó el viernes a La Habana para entregar un cargamento de ayuda humanitaria, en desafío a esa política. Se trata de la vigésimo segunda caravana organizada por el grupo, que recorrió más de 130 ciudades de EEUU y Canadá, donde recopiló más de 100 toneladas de donativos, según reportó la agencia estatal cubana Prensa Latina.
Más que de organización humanitaria, es adecuado catalogar a Pastores por la Paz de grupo propagandístico. El gasto de mantener esta operación, que busca atraer adeptos y propagar una visión idílica del régimen castrista, debe superar con creces los supuestos recursos que llevan a Cuba.
Una vez más se repitió la divulgación, por parte del gobierno cubano, de la llegada de un cargamento que por lo general incluye medicamentos, computadoras, material escolar, herramientas, paneles solares portátiles y autobuses. Y una vez más el gobierno norteamericano decomisó algo del envío.
Una portavoz de “Pastores por la Paz”, Helen Bernstein, dijo que al cruzar la frontera con México, las autoridades estadounidenses les decomisaron siete computadoras, pero “aquí estamos para cumplir con el legado del reverendo Lucius Walker”.
El reverendo Walker es un buen ejemplo de figura que bajo el cariz religioso o humanitario se convierte en cómplice de un sistema totalitario.
A principios de este mes se conoció un cable del Departamento de Estado, donde se daba cuenta que Walker amenazó con eliminar las becas de todo estudiante estadounidense de Medicina en La Habana que se pusiera en contacto con la misión diplomática de EEUU en Cuba.
El cable― uno de cientos de miles obtenidos por Wikileaks― asegura que el pastor lanzó la amenaza el día antes de que uno de los estudiantes asistiera a una reunión de ciudadanos estadounidenses que en todo el mundo actúan como activistas voluntarios para contactar a otros en emergencias tales como huracanes, en 2007. Las embajadas de EEUU en el mundo entero organizan redes similares.
Es decir, que para el pastor Walker, ya fallecido, había acciones y gestos humanitarios buenos y otros malos. El no solo se consideraba un actor de los ´´gestos buenos´´ sino un guardián contra los ´´gestos malos´´. Pero su actuación también podría considerarse como una conducta propia de un esbirro de Castro.
En el juego político tipo guerra fría, que aún continúa vigente entre Estados Unidos y Cuba, las visitas de los Pastores por la Paz cumplen sobre todo una función de propaganda para el régimen de La Habana. La Habana recibe a los activistas religiosos con bombo y platillo y Washington los persigue. Ambos gobiernos han hecho todo lo posible por convertir a una supuesta misión de ayuda humanitaria en una actividad política.
Por supuesto que Pastores por la Paz no despierta las simpatías del exilio. Pero tampoco de la población de la isla. Allí muchos cubanos los ven como un grupo de aliados incondicionales del régimen, que se dejan utilizar por La Habana.
En otra ocasión en que escribí sobre este tema en el blog, un lector residente en México me comentó al respecto:
''Siempre hacen un show cuando a esa gente le quitan en la frontera cuatro computadoras viejas que ya nadie usan en Estados Unidos y las quieren llevar para Cuba.
Yo mismo he sido víctima en el aeropuerto de la Habana, cuando he tratado de ir a Cuba y pasar con mi pc personal, la cual te la retienen y no te la dejan pasar porque eres cubano, por no hablar de que te dejen entrar una pc nueva para un familiar, un médico o un amigo, por no decir que en Cuba no puedes comprar una pc ni en CUC, tienes que robártela o armarla a pedazos que te hayas llevado de una empresa estatal, y si tienes una pc en casa tienes que tenerla escondida porque te la pueden decomisar el gobierno.
Entonces de que se trata cuando el gobierno americano le retiene unas pc viejas a los pastores por la paz en la frontera con USA, cuestión esta que es por lo demás ilegal, si Cuba por sus aeropuertos no te deja entrar con una pc, estamos hablando de una doble moral que el gobierno aplica a su antojo''.
La doble moral a que se refiere el lector está más que demostrada.
Creo que una solución sería que a la organización se le permitiera enviar a Cuba la ayuda que recoge, sin decomisos ni problema alguno, incluidas las computadoras. Pero al mismo tiempo hay que poner en claro que el cartelito de grupo humanitario otorgado a esta organización― y que incluso hoy día los cables reproducen para categorizarla― resulta por completo inapropiado: se trata de una organización propagandística a favor del régimen, cuyos miembros disfrutan de unas vacaciones anuales en La Habana gracias a un reclamo caritativo falso.
Pastores por la Paz siempre ha mantenido esa dualidad, entre la propaganda política y el desempeño de una labor humanitaria. Al manifestar su oposición al embargo y a las prohibiciones de los viajes a la isla, no han encontrado una vía mejor de expresar su inconformidad que hacerle el juego al régimen cubano. Aunque eso le gana aplausos en La Habana, limita su papel y lleva a poner en duda su labor humanitaria.

martes, 19 de julio de 2011

Las apariencias del cambio


Por momentos da la impresión que Cuba alberga dos naciones distintas. Durante los últimos años hemos asistido al desarrollo de una política exterior exitosa, multiplicarse los acuerdos, diversificarse las fuentes de ingresos y consolidarse un importante número de inversiones. También se ha permitido la expresión de opiniones diversas —bien es cierto que en limitados asuntos— y la aceptación de comportamientos alternativos, más allá de lo que por décadas fue el patrón oficial de conducta, en aspectos que van de las preferencias sexuales al modo de ganar dinero por medios lícitos.
Con una consistencia absoluta, que desafió los pronósticos, asistimos a un traspaso de poder —por momentos de alcance limitado, otras veces más amplio de lo esperado— que ha logrado despreciar cualquier intento de acercamiento por parte de Washington.
Sin embargo, donde el Gobierno cubano no logra levantar cabeza es en un desarrollo económico que se exprese en mejoras en el nivel de vida de la población, y el “enemigo” que de forma pausada pero constante ha comenzado a ganarle batallas es el sector privado de la economía.
Permitido a una escala que ha motivado que —a veces con desprecio y otras con razón— se le considere simplemente como la multiplicación de timbiriches, esos pequeños negocios y esfuerzos personales han comenzado a cambiar no solo la situación del país sino hasta su paisaje.
El sector privado ha demostrado una mayor eficiencia en la construcción de viviendas que el Estado. Pero no solo eso. Los trabajadores privados, que incluye a campesinos y a cuentapropistas, fueron los que más ganaron en el año 2010 en la isla..
De acuerdo con un informe de la estatal Oficina Nacional de Estadísticas (ONE), los 589.000 campesinos que trabajan de manera privada ganaron el año pasado 4.949 millones de pesos (197 millones de dólares), mientras los 147.000 cuentapropistas ingresaron 1.805 millones de pesos (73 millones de dólares).
Esto significa que los campesinos tuvieron un promedio de ingresos mensuales de 700 pesos (28 dólares) y los cuentapropistas de 1.023 pesos (41 dólares), muy por encima de los 448 pesos (18) que ganaron como promedio los 3,9 millones de trabajadores del sector estatal ese año, que ingresaron 20.782 millones (831 millones de dólares).
Asombra la distancia entre ese aparato efectivo de control nacional que ha logrado mantenerse sin variaciones, por una parte, y esos resultados tan pobres, en lo que tiene que ver con la satisfacción de las necesidades de la población. Por ello no resulta singular encontrar convertido en noticia el surgimiento de un puesto de fritas o la reapertura de una tienda de tarecos con precios exagerados. Como si fuera necesaria la actuación de un Estado poderoso para poner a la venta candados y tuberías. Ridículo que un aparato tan completo y complejo, a la hora de actuar con éxito en la represión, sea tan torpe y limitado cuando se trata de ofrecer unos cuantos artículos.
Del ensanchamiento o la disminución de la brecha entre la Cuba del ciudadano de a pie y la Cuba que a los ojos del mundo intenta ofrecer una visión de permanencia, estabilidad y desarrollo depende el fracaso o el triunfo del gobierno de Raúl Castro.
Las apariencias de estabilidad, sin embargo, no deben hacer olvidar que lo que hasta ahora ha resultado determinante —en casi todas las naciones que han enfrentado una situación similar—, a la hora de definir el destino de un modelo socialista, es la capacidad para lograr que se multipliquen no mil escuelas de pensamiento sino centenares de supermercados y tiendas.
El mantenimiento de un poder férreo, que sobrevive por la capacidad de maniobrar frente a las coyunturas internacionales ―y se sustenta fundamentalmente en la represión y el aniquilamiento de la voluntad individual― resulta obsoleto, en el sentido más nefasto para las libertades individuales, frente al desarrollo de una sociedad que avanza en lo económico y en la satisfacción de las necesidades materiales de la población, sobre la base de una discriminación económica y social creciente —fiel reflejo de la existente en las democracias occidentales— y conserva a la vez el monopolio político clásico del sistema totalitario.
Esta disyuntiva, que abre un camino paralelo a las esperanzas de adopción de cualquiera de las alternativas democráticas existentes en Occidente, no es ajena a la realidad cubana. Poco a poco ha surgido en Cuba —frente a una impotencia occidental que de forma hipócrita mira sin querer ver y un temor nacional que no se atreve a declararlo— la necesidad de decidir un camino entre la China de hoy, de cara al futuro, o al menos en la adopción de la versión vietnamita (más limitada), y la Corea del Norte aferrada al ayer.
Por supuesto que ambas vías arrojan por la borda cualquier ilusión democrática, pero no por ello son cada vez más reales ante la aceptación —con disimulado júbilo o a regañadientes— de que la transformación política en la isla es a largo plazo. Y sin embargo, se mantiene la presión económica que obliga a reconocer que el proyecto nacional de un país pequeño y tan interdependiente del espejismo de una imaginaria ciudad-Estado, que simboliza Miami, puede definirse sólo de forma frágil sobre el concepto de excepcionalidad.
¿Cómo conformarse con una nueva tienda cada tres o seis meses, si en esta ciudad, donde viven tantos cubanos, surgen decenas cada semana? Hasta ahora, la política de aislamiento —practicada con éxito en lo político por quienes controlan el poder en ambas orillas— ha sido el obstáculo principal, que ha impedido que la influencia de aquí para allá sirva poco más que de ayuda para la subsistencia de los residentes en la isla, y de vía de escape que sustituye por la fuga cualquier esfuerzo en pro de una difícil acción política nacional.
Vía de escape que desde hace años también se trata de limitar —con la complacencia declarada de un sector del exilio cuyos miembros desde hace años se han convertido en votantes estadounidenses— no solo para hacer realidad la táctica de aumentar la presión mediante el cierre de la válvula de escape, sino para limitar la incidencia, a la hora de dar a conocer sus puntos de vista en las urnas, de las nuevas oleadas de refugiados, y tratar de conservar la resquebrajada —o ya superada por completo— “unidad del exilio”.
Está por verse si el pragmatismo de Raúl Castro termina por brindar frutos mayores a los expresados por unos pocos indicadores económicos y el avance lento del sector privado en la esfera de la producción y los servicios, con cifras que superen esos números raquíticos que la prensa cubana da como grandes logros.

lunes, 18 de julio de 2011

Vándalos en Washington


Desde que finalmente Ronald Reagan pudo ganar una y luego otra elección presidencial, un grupo cada vez mayor dentro del Partido Republicano está empeñado en destruir la sociedad norteamericana, como se le conoce hasta ahora, y sustituirla por otra en que impere la ley de la jungla. Su afán demoledor es comparable a los barbudos de Castro o los bolcheviques de Lenin.
Son fanáticos ideológicos al igual que los trotskistas y los grupos radicales musulmanes, y para ellos no existe el término medio, el razonamiento común y el balance. Entre demagogos, explotadores y políticos de pacotilla, el Congreso y en especial la Cámara de Representantes de este país se ha convertido en una olla de grillos en que parece imperar el desatino, donde reinan los intereses de un grupo cada vez más poderoso, que se dedica a invertir sumas millonarias en la política para imponer sus dictados. Lo demás es ruido, frases huecas, consignas y prejuicios que varios charlatanes con vertidos en legisladores han utilizado como parte de sus recursos para llegar a Washington. Todo ello gracias a un electorado que cada vez es más apático, más inculto y más indolente.
Si hubiera al menos una pizca de decencia en Washington, los republicanos en estos momentos estarían corriendo detrás de un buen equipo de abogados, para que representaran al expresidente George W. Bush y otros personeros de la pasada administración, que merecen ser enjuiciados como criminales de guerra.
No se trata de un exabrupto liberal, como ya deben estar pensando algunos que han llegado hasta aquí en la lectura. Human Rights Watch (HRW) considera que el gobierno del presidente Barack Obama está incumpliendo las obligaciones internacionales de Estados Unidos porque no ha investigado a Bush por supuestas torturas.
Hay "información sustancial que amerita la investigación criminal de Bush y otros funcionarios de su Gobierno, incluidos el exvicepresidente Dick Cheney, el exjefe del Pentágono, Donald Rumsfeld, y el exdirector de la Agencia Central de Inteligencia (CIA), George Tenet", dice HRW.
Sin embargo, los republicanos se sienten hoy más fuertes que nunca, y su único empeño es hacer fracasar en todos los aspectos al gobierno de Obama. No importa si con ello arruinan a Estados Unidos y afectan negativamente a las economías de una cifra considerable de otros países. Su meta es sumir a la nación americana en una crisis de tal envergadura, que el electorado decida imponer un voto de castigo a los demócratas y colocarlos a ellos tanto en el Congreso como en la Casa Blanca.
De lograr este objetivo, los republicanos volverían de nuevo a intentar destruir el Medicare, Medicaid y cualquier tipo de programa social que beneficie a los estadounidenses, privatizar los planes de retiro gubernamentales y acabar con cualquier programa que brinde beneficios a cualquiera que no es millonario. Basta imaginar por un momento lo que hubiera ocurrido, durante la última crisis financiera, si las intenciones de privatizar el seguro social se hubieran logrado. La mayoría de la población de la tercera edad ahora estaría en la miseria más absoluta. No los bancos, que están obteniendo ganancias extraordinarias en estos momentos. Tampoco los millonarios, que perdieron millones y los han recuperado. Simplemente aquellos que esperan vivir en parte gracias a sus pensiones del seguro social, a las que han contribuido durante toda su vida.
Uno de los aspectos más graves de la situación actual es la falta de memoria de la población de este país. Dos preguntas bien sencillas: ¿Qué presidente dejó un superávit al salir de la Casa Blanca? ¿Quién acumuló un déficit enorme durante sus dos mandatos, sin que republicano alguno alzara con vigor su voz de protesta?
En un primer momento, tras el triunfo de Obama, hubo la impresión de que tras los dos períodos presidenciales de Bush, los republicanos tendría que habérselas con las consecuencias de una presidencia que fracasó, en gran medida, por su compromiso ferviente con la ideología del movimiento: su unilateralismo agresivo en la política exterior; la fe ciega en que un Wall Street ejerciendo un papel dominante y sin ser regulado en forma alguna y una desagradable y punitiva “guerra cultural” contra las “élites” liberales.
Gracias a la persistente crisis internacional, los elevados precios del petróleo y los errores presidenciales de Obama ―que por una parte, durante los dos primeros años de su presidencia trató da abarcar demasiado, y por la otra ha tratado de complacer a todos y se ha mostrado pusilánime en más de una ocasión― estamos frente a una situación completamente distinta.
Desde hace años el Partido Republicano tiene que hacer― si quiere realmente ser un movimiento conservador e interesado en enmendar la sociedad civil― es liberarse del control que sobre él viene ejerciendo la ultraderecha sureña, en especial en su vertiente más reaccionaria, dominada en buena medida por los diversos grupos y sectas evangelistas.
Lo que impera, sin embargo, es un partido que cada vez más está empeñado en una contrarrevolución revanchista, que busca destruir todas las leyes, principios y normas que llevaron a la creación de una sociedad con servicios de seguridad social, asistencia pública y beneficios para los más necesitados, y volver a la época del capitalismo más salvaje de la década de 1920. El Partido Republicano debería, al menos, dejar a un lado la hipocresía y decirlo a las claras.
Fotografía: el senador Marco Rubio.

lunes, 11 de julio de 2011

La balsa y la noticia


Además de la materialización de un anhelo y un cambio total de vida, el emigrar define no sólo al individuo sino a su nación de origen. En lo que respecta a los cubanos, a través de los años ha ocurrido una transformación paulatina amplia y profunda al mismo tiempo de la forma en que se percibe a quienes llegan de la isla.
Vale la pena analizar brevemente el cambio en la representación del inmigrante, una simbología que ha evolucionado del mito del héroe-balsero a la denuncia del contrabando humano; de la epopeya de enfrentar la Corriente del Golfo en débiles embarcaciones o en muchos casos incluso en simulacros de embarcaciones a los guardafronteras persiguiendo las lanchas rápidas de los contrabandistas. Y aunque la tragedia no deja de estar presente, la entrada ilegal de cubanos ha perdido en parte su justificación política. Es vista ahora en el mejor de los casos como un drama familiar, al tiempo que es condenada por muchos que, por los medios más diversos, siguieron un camino similar con anterioridad.
Este esfuerzo que se ha llevado a cabo con éxtio en los últimos años, para poner fin a la inmigración ilegal y acabar con el contrabando humano, responde no sólo a los intereses fronterizos y de estabilidad nacional de Estados Unidos así como a la necesidad de frenar una actividad delictiva, sino que también avanza en la elaboración de una política migratoria respecto a Cuba de cara al futuro, cuando llegue el día en que los cubanos perdamos gran parte de nuestros privilegios a la hora de emigrar, debido a un cambio político en la Isla. No más el proclamar la llegada a “tierras de libertad” como salvoconducto de entrada.
Por encima de cualquier etiqueta política que identifique a quienes ocupan la Casa Blanca y el Congreso, con respecto a Cuba y desde el punto de vista migratorio, Estados Unidos no ha hecho más que proseguir el camino ya iniciado a mediados de la década de 1990, en que al tiempo que se estableció la devolución de los cubanos, y se convirtió a la fuga en un doble escape de las autoridades norteamericanas en alta mar además de las cubanas en mar y tierra, se empezó a observar el fenómeno migratorio, por parte de los propios exiliados cubanos, de forma similar al existente en otras naciones —México, Haití, Latinoamérica en general—, al considerar a los recién llegadosy al considerarse éstos también en muchos casos como inmigrantes económicos.
Durante muchos años la política migratoria ha sido utilizada como un instrumento político, por parte de EEUU y Cuba. Dos países disímiles unidos por un problema común, mientras miles de desesperados continúan buscando un destino mejor.
La Ley de Ajuste Cubano —promulgada en 1966, durante la presidencia del demócrata Lyndon Johnson— se fundamenta en que los cubanos no pueden ser deportados, ya que el gobierno de La Habana no los admite, que en cualquier caso estarían sujetos a la persecución y que en la isla no existe un gobierno democrático. La abolición de esta ley es el reclamo preferido y constante de los funcionarios cubanos, durante las diversas reuniones migratorias llevadas a cabo entre Washington y La Habana. Clinton logró darle un rodeo a la ley, con la infame política de “pies secos, pies mojados” y el acuerdo con Castro de que los inmigrantes devueltos no serían perseguidos y podían regresar a sus casas.
Cuando en julio del 2004 se promulgaron las medidas que limitaban los viajes familiares y las remesas a la isla, salió a relucir el argumento de que quienes iban a Cuba lo hacían fundamentalmente por motivos económicos.. En apoyo a las restricciones, los propios miembros de la comunidad exiliada, que defienden a ultranza la medida, recurrieron al argumento de negarles a la mayoría de los cubanos llegados en los últimos años la categoría de perseguidos políticos. Ahora que hay un nuevo intento de darle marcha atrás al reloj y restablecer las restricciones promulgadas por Bush, el mismo argumento ha vuelto a relucir. Con cierta envidia en el tono de voz, con indignación provinciana e ínfulas inquisitoriales, se vuelve a escuchar que quienes viajan a Cuba van a la búsqueda de placeres sexuales baratos o con el objetivo pueril de vanagloriarse con dinero sacado de las tarjetas de crédito. Afirmar que quienes llegaron primero son los verdaderos exiliados políticos, y quienes vienen ahora son simples inmigrantes económicos.
El error de esta discriminación radica en trasladar al sujeto que abandona el país la responsabilidad por las razones que lo llevaron a irse: confundir la causa con el efecto.No importa la fecha de llegada al exilio. Hasta ahora, la categoría de exiliado político la “otorga” el régimen de La Habana. Lo viene haciendo desde hace muchos años. Se la ha “conferido” a todo aquél que ha dejado la isla, con independencia de motivos, voluntad y aspiraciones.
A veces cargada de ironía, otras cómica o trágica, la obsesión de escapar del régimen castrista no deja de ser casi a diario. Imposible apartar la anécdota de los motivos; la astucia y el engaño de la desesperación y la angustia; la esperanza del fracaso. Pero siempre es una historia triste.
Fotografía: éxodo del Mariel.

 

martes, 5 de julio de 2011

Dios, Fidel y el petróleo


No es poco el dinero que el presidente venezolano Hugo Chávez ha invertido en Latinoamérica, para lograr aumentar su influencia en la región. Pero su “ideal bolivariano” —el intento de convertirse en el líder que conduzca al continente hacia un sistema social más avanzado— siempre ha estado lejos de concretarse. Ahora, por lo que podría llamarse una jugarreta del destino (a veces las frases estereotipadas funcionan al describir situaciones que no escapan al estereotipo), ese ideal podría haberse alejado para siempre.
El anuncio de que el gobernante venezolano padece cáncer ocurre precisamente tras la suspensión de la Cumbre de América Latina y el Caribe (CALC), que estaba supuesta a inaugurarse el próximo 5 de julio, y ser la primera de la nueva Comunidad de Estados Latinoamericanos y del Caribe (CELAC).
Es decir, que el sueño de Chávez de impulsar una organización latinoamericana y caribeña que susitituyera a la Organización de Estados Americanos debe ser, al menos, colocado entre paréntesis.
Por supuesto que Chávez puede recuperarse y volver a gobernar a plenitud, y que sus partidarios sacarán a relucir el ejemplo de Fidel Castro para vender la idea de una continuidad del proceso. A la vez, también es cierto que hasta ahora en el país sudamericano la ausencia de su presidente no ha hecho más que provocar rumores y declaraciones. Pero esta situación podría cambiar luego de saberse que éste enfrenta un grave problema de salud. Y si bien es cierto que descansar en el padecimiento físico del adversario, para intentar ganar una batalla política, no es una opción encomiable ―y evidencia en primer lugar la debilidad de la oposición―, en el caso de Chávez se dan una serie de circunstancias que hacen que el factor enfermedad trascienda por completo al individuo y entra a jugar un papel fundamental en el destino de Venezuela.
En primer lugar por el caracter unipersonal y populista de su gobierno. También por la incapacidad demostrada por el movimiento chavista para instrumentar una organización más sólida, que permita una esperanza de mantenerse en el poder si esa presencia constante de su líder ―hasta en los más mínimos detalles de la vida ciudadana― desaperece o incluso disminuye. Dicho en otras palabras: es mucho más difícil mantener el chavismo sin Chávez que el castrismo sin Fidel (y sin olvidar que lo que actualmente rige en Cuba es un castrismo compartido entre Fidel y Raúl).
Sin caer en el facilismo del wishful thinking tradicional de exilio, se puede afirmar que la situación de Chávez y su gobierno es bastante seria. Para comenzar, está la apuesta a favor de que la recuperación de éste se lleve a cabo en Cuba y no en Venezuela. Además del desprecio hacia las instituciones médicas venezolana, es evidente que la decisión obedece sólo a razones de seguridad: un mejor control y un equipo médico más confiable en La Habana ―donde además se puede ejercer un control mayor sobre las informaciones― y una evalución llevada a cabo con anterioridad, que permite confiar en que el aparato de represión e inteligencia cubano establecido en Caracas es capaz de garantizar el control en ausencia del presidente. Todo esto, por supuesto, deja muy mal parado al pueblo venezolano y a la oposición antichavista, pero lleva el cuño de Fidel Castro. Al mismo tiempo, no es un mal punto para una campaña política: Chávez desconfía de los venezolanos, no sólo de sus médicos sino del pueblo venezolano.
Otra cuestión, más especulativa, es la posible reacción anímica del mandatario venezolano ante su padecimiento. Una persona tan locuaz, extrovertida y soberbia como él es posible que caiga en un estado depresivo. Es en este aspecto donde también La Habana parece estar jugando un papel clave. Chávez se ha convertido en el enfermo de Fidel, su caso particular de atención. Ironías de la vida, el comandante venezolano le ha proporcionado al comandante cubano un placer inédito para este último: la posibilidad de que aquel que estuvo en su lecho de muerte sea ahora el enfermo de cuidado. Esta inversión de roles nutre en estos días el ego de Fidel Castro y corroe el alma de Hugo Chávez, que naturalemtente tiene que hacerse la pregunta de rigor: ´´¿por qué a mí?´´. Peligro mayor para el bienestar de Chávez, cuando de portavoz de siniestros partes médicos Fidel ya debe estar convertido en psiquiatra de cabecera. El argumento es bueno para una película, si uno piensa en todas las posibilidades que se abren ante un diván en medio de una isla. Chávez siempre ha declarado una religiosidad que en múltiples ocasiones ha dado la impresión de una teatralidad barata, pero el jueves ―al hablar de su enfermedad por la televisión y mencionar a Dios― parecía sincero, lívido, con la desesperación apenas controlada a flor de piel.
Que el mandatario venezolano sea en la actualidad el centro de atención de Fidel Castro es un capítulo más de esa compleja y turbia relación entre los dos hermanos. Desde que llegó a la presidencia, Raúl ha hecho todo lo posible por buscar distintas vías que le permitan a Cuba superar la dependencia del petróleo venezolano. En cierto sentido ha tenido éxito, pero no lo suficiente. Los acuerdos con China en el campo energético dependen en buena medida del crudo venezolano, y lo que no va más allá de cartas de intención podría no materializarse si la situación cambia en Venezuela. No es por gusto que tras unas fotos iniciales y el recibimiento en el aeropuerto, Raúl ha desaparecido del lado de Chávez. Sabe que Fidel está a salvo de una asociación malsana. El no.
Fotografía: el presidente de Venezuela, Hugo Chávez, habla desde el denominado Balcón del Pueblo del Palacio de Miraflores para saludar a miles de simpatizantes que le recibieron con una estruendosa ovación. EFE

La comezón del exilio revisitada

A veces en el exilio a uno le entra una especie de comezón, natural y al mismo tiempo extraña: comienza a manifestar un anticastrismo elemen...