La pregunta a formular en los próximos días tiene que ver más con Irak que con Libia: ¿hubiera resultado igualmente fructífero emplear contra Sadam Husein la estrategia que está llevando a la caída de Muamar el Gadafi? Con el dictador libio en paradero desconocido, y una situación confusa y aún cambiante en el país africano, casi ni es posible siquiera un cuestionamiento a las claras, aunque la pregunta es tentadora: ¿hasta qué punto es necesario invadir a un país para salir de un dictador?
Cada hora que pasa se hace más evidente que la eventual caída de Gadafi va a tener repercusión en Estados Unidos. Quizá no en el mayoría de la ciudadanía, de corta memoria, desconocimiento total de la geografía, la historia y la política, y una visión que no va más allá de lo que ocurre en la gasolinera de la esquina. Pero hasta esa estación de servicio automovilístico pueden llegar los efectos. Por lo pronto, ya hoy se registró una modesta baja en el precio del crudo.
El resultado de una derrota de Gadafi iría mucho más allá del precio de la gasolina. El último argumento que quedaba a los republicanos, al mencionarse el descalabro que para Estados Unidos ha significado el fin de Husein, era que había un dictador menos en el mundo. Desde este punto de vista, un argumento irrefutable, que por lo general solo admitía una respuesta negativa, al enfatizar quien contestaba que lo que sobran son dictadores, y que uno menos no hacía la diferencia. Sin embargo, la respuesta tenía una carga pesimista muy grande, y cuando uno la apuntaba no dejaba de caer en falta con la humanidad.
Esta situación parece estar cambiando, aquella estrategia criticada por los legisladores republicanos, al final parece estar dando resultado. Sin los bombardeos, primero de Estados Unidos y luego de la OTAN ―que en gran medida y desde el punto de vista bélico es el nombre europeo de Washington― los rebeldes nunca se hubieran situado cerca de la victoria.
Es verdad que hasta cierto punto y desde una perspectiva bélica, la guerra de Irak ―y podríamos añadir la de Afganistán― fueron el preámbulo para el desarrollo de los bombardeos ´´inteligentes´´ y las misiones de vigilancia, rastreo y ataque de los aviones predators. Sin embargo, este desarrollo no es más que un avance tecnológico, que en ningún caso sustituye las decisiones políticas.
Las actitudes y conductas de los legisladores republicanos, con respecto a Libia, transitaron por otras vías hace apenas unos meses.
En marzo de este año, la representante federal Ileana Ros-Lehtinen, presidenta del comité de relaciones internacionales de la Cámara, junto a otros republicanos, le planteaban al presidente Barack Obama que definiera bien sus objetivos con relación a Libia.
´´Estados Unidos siempre se ha mantenido firme junto a aquellos que son oprimidos y a los que se les niega sus libertades fundamentales´´, dijo Ros-Lehtinen en una declaración. ´´Sin embargo, este no puede ser el único criterio para Estados Unidos involucrarse militarmente´´.
Esto, dicho en cubano, fue echarles un cubo de agua fría a los rebeldes libios. Habría, por otra parte, que escuchar la gritería que la legisladora hubiera formado de escuchar formulados estos criterios con respecto a la situación cubana (de hecho, son los que Washington aplica a Cuba, es cierto, pero no sin que verbalmente los legisladores cubanoamericanos los rechacen).
´´El pueblo estadounidense espera que el Presidente, como nuestro comandante en jefe, determine cuando los intereses de seguridad nacional están en riesgo, y que él está preparado para comandar a los hombres y mujeres de nuestras Fuerzas Armadas, para proceder con el fin de proteger y defender estos intereses. Someterse a las Naciones Unidas y solicitarle a nuestro personal militar que haga cumplir el mandato de la comunidad internacional´ establece un peligroso precedente´´.
Es decir, en este documento la legisladora Ros-Lehtinen lo que hace es apoyar un unilateralismo y una actitud aislacionista típica de un republicanismo radical anterior a los dos períodos presidenciales de George W. Bush. Aislacionismo que fue uno de los puntales de la plataforma de campaña de Bush al llegar por primera vez a la presidencia, frente a la postura de Al Gore, que se inclinaba a la intervención de Estados Unidos en conflictos como el de Serbia.
A esto hay que agregar que figuras importantes dentro del Partido Republicano, como el presidente de la Cámara de Representantes, John Boehner; el jefe del comité de servicios armados de la Cámara, Howard McKeon y la propia Ros-Lehtinen estuvieron cuestionándose los ataques aéreos a Libia, por parte de Estados Unidos, en momentos de crisis presupuestaria.
Al inicio de los ataques norteamericanos, Ros-Lehtinen lo hizo aún más claro con esta declaración ´´La cuestión clave es que hay que preguntarse si es del interés de la seguridad nacional involucrase en Libia´´, dijo Ros-Lehtinen. ´´Porque disturbios hay por todas partes. Hoy es Libia, mañana puede ser cualquier otro lugar´´.
A medida que escribo, me resulta más necesario agregar que este comentario puede parecer apresurado y falta mucho para la terminación del conflicto en Libia, un lugar donde los rebeldes han manifestado, en ocasiones, una mayor predilección por posar ante las cámaras que por mantenerse fieles disparando las ametralladoras. La aparición repentina de Saif al Islam ―que supuestamente había sido capturado por los rebeldes y hasta el Tribunal de La Haya estaba disputándose su juicio― ante la prensa en un hotel de Trípoli, es una muestra más que esta guerra es además un juego de espejismos. Pero no hay que olvidar que Sadam Husein fue capaz de evitar a las tropas de Estados Unidos en Irak durante ocho meses. La captura de Gadafi en un plazo más corto no solo sería un alivio para el mundo, sino un triunfo necesario para Obama.
Fotografía: combatientes rebeldes libios celebran en el barrio Qarqarsh de Trípoli el 22 de agosto de 2011.
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