lunes, 19 de septiembre de 2011

Errar el rumbo


Fernando Savater fue un buen amigo de Guillermo Cabrera Infante y es fiel a su memoria. Es por esa fidelidad que Savater escribe un artículo en el diario español El País donde denuncia que el gobierno cubano intenta rescatar para sí la figura de Guillermo Cabrera Infante, y que los últimos burócratas del régimen “fingen un reconocimiento tardío a sus méritos ensalzando sus logros creativos para mejor difuminar su oposición al régimen, que queda soslayado como algo circunstancial y menor”.
El hecho de que –no ahora sino desde hace años– el régimen de La Habana se ha convertido en un desenterrador a destiempo de cadáveres exquisitos bien merece un responso, y en este sentido Savater acierta. En lo que se equivoca es erigir como ejemplo un libro recién publicado de dos jóvenes periodistas cubanos residentes en la isla, Sobre los pasos del cronista: el quehacer intelectual de Guillermo Cabrera Infante en Cuba hasta 1965, y aquí comete el pecado común al periodista pero imperdonable para el filósofo: escribir sobre lo que no sabe.
Del artículo de Savater se desprende que el estudio sobre los primeros años de Cabrera Infante como escritor forma parte de una conspiración castrista para secuestrar la obra de quien fue uno de los intelectuales más críticos al sistema. Nada más lejos de la realidad. El libro surge como consecuencia de ciertos espacios abiertos a través de los años y se aprovecha más de un desgaste ideológico en el país que de una trampa abierta a los autores exiliados.
Es cierto que La Habana necesita controlar tanto la lectura como la escritura. Pero en ambos aspectos se han producido avances en Cuba, aunque más allá de casos específicos, géneros y momentos históricos, aún el régimen y los intelectuales que lo defienden fundamentan su política cultural en una administración territorial de la creación, así como en practicar una aduana ideológica, que permite pasar a unos y a otros no.
Si bien lo no publicado en Cuba no puede considerarse sinónimo de lo no leído en la isla, la presencia de libros, temas y autores marginados no es lo suficientemente fuerte como para romper la lógica de la exclusión. Sobre los pasos del cronista se sitúa en ese esfuerzo por extender la inclusión de los participantes en la cultura cubana. Sus autores, Elizabeth Mirabal y Carlos Velazco, necesitaron más de cuatro años para su elaboración y entrevistaron tanto a intelectuales que residen en la Isla y guardan una fidelidad al sistema, o la mantienen más o menos aparente, y otros que desde hace décadas viven en el exilio y tienen credenciales anticastristas más que demostradas. Tras resultar premiado –por suerte o desgracia en el proceso cubano hay tantos libros malditos que primero resultaron premiados y luego fueron prohibidos, que sospechar del premio es más que tonto –estuvo más de dos años sin ser publicado, y a la presentación de una obra tan singular no asistió Miguel Barnet, quien está al frente de la Unión de Escritores y Artistas de Cuba (UNEAC).
Savater, que reconoce que no ha leído el libro, y evidentemente tampoco sabe de estos detalles, se agarra del argumento de que la viuda de Cabrera Infante, Miriam Gómez, no figura en el libro. Escribe al respecto: “Falta la voz esencial de la compañera constante y más intima colaboradora del escritor, Miriam Gómez. Cuantos conocimos a Guillermo no podemos recordarlo ni imaginarlo siquiera sin Miriam. Fue la primera lectora de todas y cada una de sus páginas, la destinataria de muchas y la mecanógrafa que puso en limpio la mayoría”. No hay duda que la fidelidad a una amistad, valor encomiable, lo lleva a exagerar.
Si bien la participación de Gómez hubiera contribuido a la obra, dicha colaboración no ha resultado imprescindible. Es más, estoy seguro que Guillermo Cabrera Infante se hubiera negado a contribuir al proyecto, y ello tampoco lo habría invalidado. Es el argumento baladí, esgrimido por Zoé Valdés, de que esta “biografía”, que no es tal, queda invalidada porque no es una “biografía autorizada”, como si en muchos casos las biografías mejores –repito que este no es el caso– son las biografías autorizadas.
Lo que hay que reconocer en primer lugar es que el estudio trata de los años formativos de Cabrera Infante, y muchos de los artículos, reportajes, críticas de cine y de música, entrevistas y cuentos a los que se hace referencia en el libro Miriam Gómez no los leyó por primera vez y mucho menos los mecanografió, sencillamente porque no existía en la vida del futuro novelista.
Lo que Savater omite en su argumento es que buena parte de los años a que se refiere este libro son los del primer matrimonio de Cabrera Infante. El primer libro de cuentos de éste, Así en la paz como en la guerra, está dedicado “A Marta y Anita y a Carola”, en referencia a la primera esposa y las dos hijas con ésta. Cuando en Un oficio del siglo veinte, Caín dice que las recopilaciones de las críticas “las hizo mi mujer” se está refiriendo a Marta Calvo, su primera esposa, que era quien guardaba todos las “crónicas” que aparecían en la revista Carteles en unos scrap-books que luego sirvieron para elaborar el libro.
Más bien lamentable es convertir esta argumentación en un asunto doméstico, casi de alcoba, pero no queda otro remedio que hacerlo cuando precisamente una disputa doméstica se quiere hacer pasar por conflicto político o batalla ideológica. Cabrera Infante dedicó decenas de páginas a su primera esposa y casi siempre no fueron agradables. Lo que fue y es disputa, rivalidad y odio enconado forma parte de la vida de un escritor y no puede echarse a un lado. Siempre es válido referirse a ello. Convertirlo en motivo político es otra cosa. Sobre los pasos del cronista debe verse como un texto necesario –no único– para conocer mejor a Cabrera Infante y su obra. Reconocer que sus autores fueron valientes al escribirlo, pero sobre todo persistentes. Su publicación en Cuba es una ventana, pequeña pero ventana al fin.

4 comentarios:

Anónimo dijo...

Alejandro Armengol, pues mire usted, el que me parece que está erando el rumbo es usted. Me explico: No hace falta haber leído todo el estudio sobre GCI para que Fernando Sabater pueda opinar sobre las razones que ha tenido la dictadura para publicar el estudio de Mirabal/Velazco sobre Guillermo Cabrera Infante antes de que abandonara definitivamente su país.
Usted sabe escoger muy bien las citas para reforzar sus argumentos quitando así las frases claves del artículo del escritor y filósofo español. Sabater escribe: “Pero lo más chocante no son las presencias, sino una gran ausencia de esas páginas. Falta la voz esencial de la compañera constante y más intima colaboradora del escritor, Miriam Gómez”.
Usted también omite partes importantes de la vida de GCI de esos años para llevar a buen puerto su malevolente crónica. Le refresco la memoria: Marta Calvo solamente estuvo casada con Cabrera Infante 8 años (1953-1961) aunque ya desde 1958 estaban separados y GCI ya había conocido a Miriam con la cual se casaría en diciembre de 1961. Miriam Gómez y GCI estuvieron casados 47 años hasta su muerte y es su viuda y albacea.
Cuando en 1962 GCI es enviado a Bruselas como agregado cultural (Ya había sido prácticamente separado de la vida política-cultural del país después del fatídico discurso “Palabras a los intelectuales” de Castro en la Biblioteca Nacional), se va de Cuba con Miriam Gómez y sus dos hijas, y es en Bruselas, junto a Miriam y sus dos hijas –de GCI y Marta Calvo- que escribe “Un oficio del siglo XX” (1963), no junto a la Sra. Calvo como usted trata de convencernos. Vivieron en Bruselas hasta 1965 cuando Guillermo regresa a Cuba a los funerales de su madre y después salen definitivamente de Cuba, primero a Madrid, después a Barcelona (Franco les puso trabas para que no pudieran permanecer en España), y finalmente a Londres. Si bien es cierto que la señora Calvo tenía seguramente anécdotas importantes que contar a los cronistas, es absurdo pensar que se haya podido cubrir esa biografía sensatamente si la participación no sólo de Miriam Gómez, que la vivió a su lado día a día hasta la salida de Cuba, sino también con otro de los más cercanos amigos y colegas del escritor, el propio director de Lunes de Revolución, Carlos Franqui, que murió el pasado año en Puerto Rico, cuando el libro ya había sido escrito y que tampoco fue entrevistado.
Es muy posible que los jóvenes periodistas hayan hecho, a pesar de todo, un buen trabajo, que sus intenciones han sido buenas, y que han deseado dar a conocer el nombre de GCI a las nuevas generaciones de cubanos, pero las intenciones de los cancerberos culturales-políticos no lo son. Por último deseo reproducir el último párrafo del artículo de Sabater para situar en su verdadero contexto el debate que nos atañe: “Se quiere presentar la pieza académica como la reconciliación de Cuba con GCI. Pero eso es un gran fraude, porque Guillermo jamás estuvo enfrentado ni enemistado con Cuba ni con los cubanos. Todo lo contrario, nunca la isla ni sobre todo La Habana fueron literariamente celebradas con mayor amor, con más desgarradora nostalgia y con mejor conocimiento. Y nadie vivió como él tan pendiente de la libertad secuestrada y los padecimientos de los cubanos en la isla o en el exilio. No hay que reconciliar a GCI con Cuba, con su Cuba: pero es el caso que con quien quieren "reconciliarle" a título póstumo es con el castrismo, porque son los castristas quienes consideran a sus enemigos "anticubanos" lo mismo que los franquistas llamaban a los opositores del régimen "la anti-España". Y esa reconciliación mientras la dictadura sigue machacando a los cubanos jamás la hubiera consentido Guillermo”.
Al mismo tiempo deseo como Sabater invitar a los lectores a leer el número de homenaje que la revista ARS Magazine le dedica a Guillermo Cabrera Infante (el ejemplar se consigue en http://arsatelier.magcloud.com ).

Anónimo dijo...

Armengol, hay un detalle que me llama mucho la atención; y es sob re el tema de la censura y el veto de personalidades en Cuba, que se asume como una "cosa" perfecta e impenetrable. Siempre, el concepto de la amistad en Cuba y la fidelidad personal ha estado por encima de cualquier directiva; y siempre ha habido individuos que encuentran resquicios en la estructura, por donde colar sus preferencias intelectuales. En pleno veto sobre José Lezama Lima se publicaron cosas suyas, aunque fuera por rejuego y conveniencia política; y aunque el veto sobre Cabrera Infante ha sido más ferreo dadas las circunstancias, es lógico que se debilite y algunos promotores logren "colar" su visión del asunto. Nada más lejos de la realidad que una organización perfecta donde se canalizan las directrices de la cultura en Cuba; de ser así no habría sido posible ni el impass que creó la Facultad de Periodismo de la UH cuando la Perestroika, tampoco el projecto Paideia. Que pusieran a El caimán barbudo a tratar de manipular los acontecimientos, prueba la permeabilidad de la política cultural cubana; que es ciertamente enloquecida y arbitraria, pero que por eso mismo es muy ineficiente.

Un saludo

MatheusII dijo...

muy interesante su articulo. La pasion ciega, y este parece ser el pecado original de casi todo lo referente a lo cubano.

Anónimo dijo...

Toda esta tormenta en una taza de te sobre estos escritores e intelectuales en realidad solamente le interesa a un infimo grupo de cubanos viejos aqui nuestros hijos y nietos no saben quines son estas personas que tu mensionas y mucho menos van a leer sus libros en español pues malamente lo hablan y todos son irrelevante en sus vidas aqui.

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