Entre la denuncia de actos represivos en su contra y el anuncio de planes o propuestas de unidad transita el estancamiento del movimiento disidente en Cuba.
Las denuncias, en la mayoría de los casos, tienen que ver con actos y acciones ocurridos en el oriente de la isla. Por lo general, estas informaciones no pueden ser verificadas de forma independiente y los reporteros de las agencias de prensa extranjeras no muestran el menor interés en investigarlas o se ven impedido de hacerlo. Quizá todo se reduzca al miedo de hacer algo, o de meter las narices en algo, que puede acarrearles la expulsión del país. Sin embargo, meses atrás, los actos de repudio contra la Damas de Blanco, realizados fundamentalmente en La Habana, recibían una amplia cobertura internacional.
Tras la liberación de los presos políticos, se ha creado un doble rasero a la hora de cubrir estos hechos. Lo que ocurre en oriente no llega a los cables, y en La Habana sucede bien poco.
Todo ello crea una zona de incertidumbre: ¿hasta dónde son verdaderas las denuncias de hechos represivos que ocurren en pueblos alejados de la capital, en lugares en que la impunidad de los agentes del régimen podría estar dada, en buena medida, por su lejanía de los centros del poder, o incluso su aislamiento?
Cabe la duda de si esos hechos que se denuncian nos llegan en versiones exageradas, incompletas o incorrectas.
El problema es que, en el mejor de los casos, la táctica represiva puesta en práctica por el gobierno de Raúl Castro resulta muy eficiente a la hora de implantar el terror: reprimir de forma limitada, solo lo necesario, pero al mismo tiempo no permitir que se olvide o se pierda el miedo.
Hasta el momento, el instrumento ha resultado perfecto en impedir que cualquier protesta, la más mínima, adquiera un carácter generalizado.
Esa vendría a ser la mitad de la ecuación. La otra mitad radica en la existencia de horizontes alternativos, que hace que todo cubano lo piense dos veces, y hasta cuatro y cinco, antes de unirse a un grupo disidente.
Es decir, la alternativa entre la cárcel y el esperar la oportunidad de partir hacia Miami define desde hace décadas la realidad cubana.
¿Existe una salida al respecto? De momento la única posible parece radicar en una apuesta hacia un futuro incierto, determinado por la muerte de los hermanos Castro, lo que puede ocurrir en uno, cinco, diez o más años. Entregar el destino del país a la biología no deja de ser la ilusión de la impotencia. Pero de momento no se vislumbra otra.
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