miércoles, 14 de diciembre de 2011

La cifra mágica


¿Constituye el envío de remesas a Cuba una fórmula para el financiamiento del régimen, como desde hace años vienen afirmando en Miami y recalcando los repetidores de ese exilio agotado en fórmulas caducas, o es simplemente una ayuda humanitaria?
La pregunta nace viciada por el giro torcido que adquieren las palabras en que se presenta.
Hablar de financiamiento del régimen implica un esfuerzo consciente dirigido a sostenerlo. Como aún gran parte de la economía del país está en manos del Estado ―es decir, del gobierno― resulta inevitable que cualquier envío de dinero contribuya a la economía nacional y por supuesto a las ganancias del gobierno de los hermanos Castro.
Hay, sin embargo, un matiz que vale la pena enfatizar: convertirse en cliente obligatorio de determinada empresa ―no importa que este caso esa empresa sea el Estado― no significa financiar un gobierno hostil. Con el énfasis que se le otorga a la palabra por el exilio recalcitrante, que rechaza los envíos de dinero y los viajes a Cuba, lo que se intenta es reducir a colaboracionista del régimen de Castro a cualquier hijo, hija, padre o madre de familia, tío o vecino que visite la isla. No es más que un simple acto de intimidación verbal. En este sentido, se trata de enmarcar en una disyuntiva política lo que cada vez se convierte en un asunto familiar para quienes decidieron o se vieron obligados a irse de Cuba.
El imperativo moral cuenta como paradigma o ideal ciudadano, pero en la práctica determina poco en las decisiones cotidianas de quienes viven bajo una dictadura o gobierno totalitario. Así ha sido siempre y Cuba no es la excepción. En medio del estancamiento que desde hace décadas enfrentan las diversas confrontaciones que en un primero momento definieron la situación cubana ―exilio-patria, Cuba-Estados Unidos, castrismo-anticastrismo― apelar al sacrificio y al sentimiento moral, resulta hipócrita mientras se vive fuera de la isla.
Al final, lo que aún sustenta la retórica de restringir los viajes y las remesas es una actitud revanchista, inútil por completo como estrategia a la hora de buscar el fin del castrismo, inservible como táctica si se quiere crear una situación que provoque una revuelta en la isla. Porque lo que se busca es eso: crear una situación de carencia que obligue a la gente a tirarse a la calle. Más allá de la crueldad implícita en la idea, deben señalarse dos puntos, que demuestran la estrechez de mente ―estupidez quizás sea la palabra más correcta― de quienes alientan un aumento del embargo y el aislamiento económico del régimen cubano. Uno es que ya está más que demostrado que cualquier cierre económico total sobre Cuba no sólo es imposible, sino que el país ha atravesado por diversas crisis en este sentido, tras las cuales el gobierno castrista ha demostrado su fortaleza. El segundo punto es que ha sido precisamente el gobierno de la isla quien ha utilizado la escasez como una forma de represión.
¿Por qué entonces este empecinamiento en fórmulas caducas? Por empecinamiento y soberbia. Empecinamiento que viene determinado por la falta de voluntad e imaginación para buscar fórmulas mejores en el camino hacia la democratización de Cuba. Soberbia como única vía de escape antes de reconocer el fracaso.
No por gusto ha sido el representante demócrata José E. Serrano, quien ha advertido de que el Congreso parece estar dispuesto a aprobar una proyecto de ley que incluye una vuelta atrás, a la época de George W. Bush, en lo que respecta a las restricciones para quienes viajen a la isla y envíen dinero a sus familiares.
Serrano no es un legislador que despierte las simpatías de ningún sector del exilio, ni siquiera entre los más moderados así que aquí el interés del político es más partidista ―y también más cercano al gobierno cubano― que cualquier otra cosa. Serrano lo que busca en llamar la atención sobre el intento de restablecimiento de una medida que tuvo el rechazo no sólo de un importante sector del exilio, sino también del pueblo cubano y gran parte de la disidencia. Y el legislador Mario Díaz Balart se la ha servido en bandeja de plata a Serrano.
Si se aprueba un acuerdo tentativo de presupuesto, que en la actualidad discuten legisladores demócratas y republicanos, éste contiene un proyecto de ley, propuesto por Díaz Balart, que limitaría los viajes de cubanos residentes en EEUU a uno solo cada tres años por razones de “reunificación familiar”, limitaría a 1.200 dólares el monto de las remesas anuales y volvería a establecer una definición más estricta del concepto de “familia”.
Es decir, no importa que Barack Obama se encuentre en la Casa Blanca, para los cubanoamericanos que quieren viajar a Cuba y mandar dinero a sus familiares seguiría gobernando Bush. Una vuelta a la hipocresía de que no se va a dejar a los familiares cubanos muriéndose de hambre, pero tampoco es para que tenga dinero para comprar una casa, un automóvil o poner un negocio.
Porque la propuesta realizada en julio por el representante por el sur de la Florida tiene que ver más con el futuro que con el pasado. El problema para los legisladores cubanoamericanos es que la fundamentación repetida por años, de que el dinero del exilio sirve para financiar el régimen de Castro, se está quedando sin sentido, a partir del surgimiento y desarrollo de un sector económico que opera dentro del sector privado. No importa lo limitado que este sector resulta aún, no se trata tampoco de formular pronósticos sobre su futuro. La realidad actual es que se han introducido elementos en la economía cubana ―cuentapropismo, compra y venta de casas y automóviles― donde el dinero proveniente de Miami está llamado a desempeñar un papel fundamental. Dinero de Miami, hay que enfatizarlo. Otras ciudades, otros ámbitos, es posible que contribuyan, pero el centro se encuentra aquí, en esta ciudad. Y lo que está ocurriendo es que las remesas están financiando menos al régimen y más al movimiento reformista. Esta realidad, muy contraria a lo que repiten los tontos inútiles, es lo que en verdad preocupa a los legisladores cubanoamericanos, como lo señaló en su momento Phill Peters.
Así que no tiene sentido preguntarse cuántos son los dólares que hay que permitir para librarse de la acusación de estar del lado de los genocidas. La pregunta ahora es otra: ¿queremos o no queremos reformas en Cuba? Discutir el alcance de estas reformas es válido, pero aquí ya entramos en otro terreno y debate.
Más información en:
Marcha en reversa.
La Línea Maginot de Mario Díaz-Balart.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Muy buena la pregunta final. La respuesta es que lo menos que quieren esos legisladores cubiches es que en Cuba haya reformas. Y menos ahora. Nada de eso. Si en sus manos estuviera, de la misma forma que han tratado de meter este proyecto de ley, echarían atrás todas las reformas que han tenido lugar en Cuba. Si ellos pudieran, lo harían. Así tendrían más mecha para seguir ellos viviendo del tema de Cuba y decir: ya vieron, se los dijimos. Y como ellos en realidad no tienen nada que ofrecer para promover cambios en Cuba, preferirían que allá también reinara el ambiente más opresivo del mundo. Una vuelta a los sesenta es lo que más alegría les provocaría.

La comezón del exilio revisitada

A veces en el exilio a uno le entra una especie de comezón, natural y al mismo tiempo extraña: comienza a manifestar un anticastrismo elemen...