Pensé que quienes iban a protestar del uso de la imagen del Che por la Mercedes-Benz eran los familiares del guerrillero asesinado en Bolivia, que la administran, o el Gobierno cubano. Sin embargo, han sido los exiliados de Miami los que se sienten ofendidos.
En primer lugar, decir que Ernesto Guevara fue asesinado en Bolivia es constatar un hecho y no justificar una trayectoria. El Che fue una figura que adquirió una dimensión trágica con su muerte y última campaña, pero al mismo tiempo una mezcla funesta de fundamentalismo y frivolidad intelectual, que en vida terminó definiéndose por lo primero, pero tras su muerte se impuso lo segundo.
Entre un destino centroamericano y luego caribeño y la aventura de París Guevara, escogió una consagración política que le abriría las puertas, más que a la literatura, a los intelectuales, especialmente los europeos. Eso fue quizá uno de sus mayores deleites. Era un hombre estoico y disciplinado con su cuerpo, pero de una estrechez mental que no logró nunca superar cierta sensibilidad indiscutible, pero que a veces rozaba o caía en la sensiblería del perrito que hubo que sacrificar en la sierra, un cuento que, por otra parte, lo acercó siempre a lo peor de Cortázar. El jardín de los escritores argentinos que no se bifurcan. Agregar que no solo no dudaba en matar, sino que lo recomendaba, especificar que esas muchas de esas muertes resultaron asesinatos, es caer en un lugar común.
Pero la anécdota, el capricho o la opinión pasan a un plano secundario ante el hecho de que, en la actualidad, el Che es menos un símbolo que un ícono, al que si se venera y admira es de forma torcida, entre el pecho y la espalda, pero más como una prenda al uso. Un eterno aspirante a santo cuyo relicario se reduce a una camiseta.
La idea de la Mercedes-Benz, de quitar la estrella de comandante de la Sierra y colocar el logo en esa boina que siempre aspiró a ser francesa resulta graciosa y saca a relucir la detestable socarronería del eterno guerrillero.
Sin embargo, es lamentable que al final la farsa se haya convertido en la estrella del sainete y no el emblema del sainete. En Miami quieren al Che de guerrillero, casi cabe la herejía de que lo añoran.
Sin embargo, es lamentable que al final la farsa se haya convertido en la estrella del sainete y no el emblema del sainete. En Miami quieren al Che de guerrillero, casi cabe la herejía de que lo añoran.
Los cubanazos del exilio histórico imponiendo con billetes su rechazo y lanzando la amenaza de no comprar más Mercedes; la firma pidiendo disculpas ―los ejecutivos de las grandes corporaciones siempre resultan tan repugnantes como los comisarios políticos― y la siempre presente declaración de la congresista Ileana Ros-Lehtinen. Lástima que lo que pudo haber sido un buen chiste contrarrevolucionario terminara en ridículo.