lunes, 27 de febrero de 2012

Anticuado


Si por algo se destacó la 84ª edición de los premios Oscar, celebrada el pasado domingo en Los Ángeles, no fue por aferrarse al pasado ―Hollywood es demasiado oportunista para ello―, desbordar una nostalgia incosteable ―demasiado frío a la hora de las cuentas― o lanzar un canto agorero. Lo que dejó en claro la Academia, desde la presentación inicial de Billy Crystal , es que pese a una lucha sostenida tanto la institución como su evento más destacado se han vuelto anticuados. Ayer, cada dos minutos todo parecía destinado a recordarnos que cualquier tiempo pasado fue mejor, de las películas premiadas ―The Artist, Hugo y Midnight in Paris― a las declaraciones filmadas de amor al cine. Junto a este sentimiento, otro de recato recorrió no solo los vestidos de las actrices, sino también casi todas las palabras que se escucharon. Cierto que más de una controversia han convertido a la entrega de los Oscar en un guión preconcebido, aprendido e inexpugnable ante lo inesperado, pero si algo salvó a los espectadores de un exceso de tedio la noche del domingo es que la ceremonia ha decidido adoptar el título de una cinta notoria: The Incredible Shrinking Oscar. Aunque este año hubo un pequeño aumento de audiencia respecto al anterior, la noche de los Oscars ya no es lo que era. Con 39.3 millones de televidentes, se sitúa muy por detrás del Super Bowl ( más de 113 millones) e incluso ligeramente por debajo de los Grammy (cerca de 40 millones). Sin embargo, lo más notable es que ni los Oscars, ni Hollywood ni toda la producción estadounidense representan lo que una vez fueron o aparentaron ser: el cine. Con el acto de ver una película convertido en un hábito doméstico, la audiencia a las salas no solo sigue en caída vertical, sino que cada vez con mayor rapidez cualquier estreno llega en DVD o blue ray o la producción internacional que no se exhibe en las salas de este país se encuentra en Netflix, Facets o Amazon. Al igual que cada año, ayer se reparó alguna injusticia ―por primera vez se le otorgó el galardón a Christopher Plummer, con 82 años― y se asistió a alguna que otra muestra de histrionismo ―Meryl Streep, no pudo estar peor al aceptar el premio―, al tiempo que se llamó la atención sobre cintas que al parecer vale la pena ver y que de no mediar el Oscar no alcanzarían mayor difusión ―A separation―, y como en las competencias deportivas romper algún récord al premiar una película casi silente ―algo que no ocurría desde 1928― y para colmo extranjera, lo que nunca había ocurrido. Sin embargo, nada de lo anterior salva a la ceremonia de no encerrar solo ´´esa materia de la que parecen estar hechos los sueños´´ sino también la vulnerabilidad al tiempo que siempre ha desafiado, y que ahora, finalmente, comienza a ganarle la partida.
Fotografía: Michel Hazanavicius acepta el Oscar por mejor película para The Artist.

¿Qué nación? ¿Qué emigración?


A comienzos del mandato del general Raúl Castro, cuando todavía se especulaba sobre la vuelta de Fidel Castro al poder y el uso de los términos pragmatismo y reforma albergaban una ligera esperanza ―vaga, ingenua y confusa, es cierto, pero al mismo tiempo una pequeña ilusión casi desesperada― comenzó a circular el rumor de que era casi inminente la celebración de una nueva reunión, al estilo de las conferencias anteriores, tituladas pomposamente “Nación y Emigración” y celebradas en La Habana, pero que ahora sí por fin tendrían una agenda más completa y una participación amplia. El rumor, que nunca trascendió más allá de estrechos círculos, murió casi al nacer. En su lugar, se llevó a cabo en Cuba uno de tantos encuentros en que los de siempre ―conocidos como “el coro” incluso entre las esferas del poder castrista― acudieron a la cita y recitaron la monserga de “abajo el bloqueo” y ´“liberen a los cinco héroes antiterroristas condenados por el imperio”. Otro fin de una ilusión y una nueva espera. Ahora el Gobierno de La Habana “convoca” a lo que será un selecto grupo de cubanos residentes en Estados Unidos, y el escueto anuncio parece destinado a dejar claro que no tienen cabida nuevas ilusiones.
Para comenzar, una aclaración necesaria. En esta ocasión no se trata de algunos escritores hablando desde La Habana, sobre la necesidad imperiosa de incorporar la literatura del exilio “dentro del corpus de la literatura nacional”; de un columnista hablando a favor de “abrir la muralla” al turismo del emigrado o de expertos que instan a preparar paquetes especiales de esparcimiento para emigrados cubanos residentes en Estados Unidos. Esto es un llamado desde el centro de mando. Cabe considerar que todo lo anterior forma parte de una campaña de preparación ―según el gusto que cada cual tenga por las teorías conspirativas― o decir simplemente que se trata de una cuestión que desde hace largo tiempo gravita sobre el extenso y complejo problema de los vínculos y desencuentros entre la isla, Estados Unidos y el exilio o la diáspora cubana. Pero lo que sí deja bien claro la nota de prensa es que quien convoca, escoge y determina es el régimen. Las únicas opciones que quedan son acatar o rechazar.
Coincido con Haroldo Dilla ―en su excelente artículo publicado en Cubaencuentro― que quien decida asistir al encuentro “no cruza un rubicón ético, ni se convierte en un impresentable político. Pero si acepta debe saber que estará legitimando un proceso que no lleva a la normalización, sino a la perpetuación de la separación, del ostracismo y de la explotación de los emigrados por un Estado parasitario y autoritario”.
De entrada, una lectura rápida de la nota de prensa deja claro que el deseo manifiesto es un encuentro con el coro de siempre, aquellos que son llamados a vincularse con lo que el Gobierno de Cuba define como “su país”, aunque a estas alturas hasta sus más cercanos acólitos ya son ciudadanos norteamericanos, “de manera respetuosa, conscientes de la urgencia de defender su soberanía e identidad nacional”, y están dispuestos a desarrollar un intenso cabildeo en contra de “los efectos de la política norteamericana de hostilidad y bloqueo hacia Cuba y su manipulación del tema migratorio, así como la situación de los ‘Cinco luchadores antiterroristas’, presos injustamente en los EEUU”.
No creo que exista urgencia alguna, por parte de los inmigrantes cubanos, de defender la soberanía e identidad nacional. Tales conceptos los aplica el Gobierno cubano apelando a sus significados más arcaicos y con un remedio oportunista ante el desmoronamiento de la ideología leninista que declaró profesar y sólo llevó a la práctica en sus esenciales aspectos represivos. Si el régimen castrista está tan preocupado por el “nacionalismo” debería reflexionar sobre los miles de cubanos a los que no les ha importado una peseta el recobrar la ciudadanía española, y echar a un lado las luchas independentistas. En cuanto a los “Cinco” ―que de antiterroristas tienen nada más que el sonsonete castrista―, hace rato que algunos de ellos debían haber sido devueltos a comer chicharos en Cuba, pero eso no quiere decir que sean algo más que unos vulgares espías.
El problema que tiene que enfrentar el gobierno cubano, si de verdad está interesado en un mejoramiento de las relaciones con quienes viven fuera del país ―no solo en Miami, o Estados Unidos en general, sino en todo el mundo― es la abolición de las barreras que impiden entrar y salir de la isla sin mayores problemas; el diferenciar la cuestión migratoria del orden político y represivo y el permitir el regreso a la patria de forma permanente, sin que en ninguna de estas categorías intervenga un “código político”, de forma más o menos explícita, que lleve a quienes viven en el extranjero a actuar por sus hábitos y convicciones, y no por  el temor a “buscarse problemas”.
 La solución tiene que partir de Cuba y ha de venir sin restricciones. La entrada libre al país y la posibilidad del regreso si alguien lo desea. Abandonar la excusa de repetir una y otra vez la justificación del embargo para mantener una represión sin tregua y la cantinela de la soberanía cuando escucha una opinión contraria. Hay que ser demasiado optimista para pensar que este nuevo encuentro logre un avance significativo en este sentido. Si se puede considerar al anuncio de prensa como un comienzo, no es otra cosa que un mal comienzo.

domingo, 19 de febrero de 2012

Una ilusión sin porvenir


Sorprende el afán de los marxistas cubanos por encontrar asideros en un mundo que sobrevive en medio de las ruinas. Habitan un país con un sistema que no llegó a derrumbarse —como ocurrió con el socialismo en Europa Oriental—, pero que lo único que ha logrado es una salvación fragmentada. Alguien con un convencimiento verdadero en la existencia de un porvenir para el socialismo —no viene al caso referirse a los montones de oportunistas— se enfrenta a la paradoja de vivir en una nación cada vez más alejada de este sistema político. Al tiempo que su vida es regida por un gobierno alabado como símbolo de la resistencia anticapitalista, encuentra que mencionar  esa resistencia es uno de los pretextos más socorridos para no emprender las transformaciones imprescindibles para salir de la crisis económica y social en que está inmersa la Isla. Al final, la retórica que impide hablar de reformas y cambios, y se limita a señalar una pálida actualización es un cubo de agua fría que cae a diario sobre los cubanos. Da la impresión que sus planteamientos sobre el futuro resultan más bien una racionalización para justificar el aferrarse al pasado.
En primer lugar, en Cuba nunca ha existido el socialismo. Fidel Castro, por conveniencia política circunstancial, jugó la carta de situar su gobierno dentro del campo del comunismo soviético. Lo demás son diferencias, matices que vale la pena estudiar y semejanzas bastante conocidas. El comunismo tal como se conoce y como se puso en práctica en la desaparecida Unión Soviética es un sistema malsano por naturaleza, como en su momento lo fue la esclavitud. No tiene ni nunca tuvo salvación. El engendro que llevó a la práctica Vladimir I. Lenin fue el de un sistema totalitario cruel e inhumano. Desde hace largas décadas muchos defensores del comunismo han buscado en las características personales lo que no es más que el fundamento de un programa que desprecia al individuo y encadena a toda una sociedad bajo un mando despótico. En lo que se refiere a forma de gobierno, Stalin no fue ni un desvío torpe y sanguinario, ni tampoco el hijo putativo de Lenin. El estalinismo fue el fruto y el logro de la práctica leninista. Por supuesto que existen diferencias tácitas y estratégicas entre el modelo adoptado por el primero, al inicio de la revolución rusa, y la puesta en marcha después por el segundo de una teoría centrada en la URSS y fundamentada en un nacionalismo ajeno a los planteamientos de Lenin, pero en cuanto a la maquinaria del poder, esta comenzó a edificarse tras la toma del Palacio de Invierno. Hay quizá una paranoia y un antisemitismo propios de Stalin que llenan su biografía, pero sólo en algunos aspectos particulares podrían trazarse diferencias. Lo demás, es aplicar al estudio de la historia una de las mejores tramas novelescas jamás creadas: Dr. Jekyll y Mr. Hyde.
Considerar al estalinismo como una desviación del comunismo, y no como el resultado a partir de su esencia, es un argumento repetido una y otra vez en las argumentaciones que muchos marxistas cubanos continúan sosteniendo. Tal asidero que ya no resulta conflictivo como años atrás encierra una esperanza que en un futuro justificaría trasladar igual tesis a la mayor parte del mandato de Fidel Castro o incluso de su hermano. Así, todo se limitaría a definir el momento de desvío dentro del proceso revolucionario cubano y a partir de ahí hablar de un Fidel o un Raúl similares a Stalin, pero al mismo tiempo salvaguardando el ideal leninista.
Cualquier estudioso del marxismo que trate de analizar el proceso revolucionario cubano descubre que se enfrenta a una cronología de vaivenes, donde los conceptos de ortodoxia, revisionismo, fidelidad a los principios del internacionalismo proletario, centralismo democrático, desarrollo económico y otros se mezclan en un ajiaco condimentado según la astucia de Fidel Castro. No se puede negar que en la isla existiera por años una estructura social y económica —copiada con mayor o menor atención de acuerdo al momento— similar al modelo socialista soviético. Tampoco se puede desconocer la adopción de una ideología marxista-leninista y el establecimiento del Partido Comunista de Cuba (PCC) como órgano rector del país. Todo esto posibilita el análisis y la discusión de lo que podría llamarse el “socialismo cubano”.
Cuba sigue siendo una excepción. Se mantiene como ejemplo de lo que no se termina. Su esencia es la indefinición, que ha mantenido a lo largo de la historia: ese llegar último o primero para no estar nunca a tiempo. No es siquiera la negación de la negación. Es una afirmación a medias. No se cae, no se levanta.
Por eso la pregunta de ¿por qué no se cayó el socialismo cubano? puede ser respondida en parte con otra interrogante: ¿qué socialismo? Y luego complementada con otra más correcta: ¿por qué no se cayó el castrismo? La desaparición de un caudillo no es igual a la de un sistema. En Cuba el PCC nunca ha funcionado como una estructura monolítica de poder real, que actua con una verticalidad absoluta, sino era y es más bien un instrumento de poder del gobernante
Son muchas las contradicción en que viven quienes aún defienden una vía socialista para la Cuba del futuro. Quizá la más importante es que la cúpula de gobierno que dice constituir la principal garantía para impedir el establecimiento de un capitalismo, al estilo norteamericano, es a la vez el principal obstáculo a la hora de buscar soluciones de acuerdo a un pensamiento revolucionario.

La comezón del exilio revisitada

A veces en el exilio a uno le entra una especie de comezón, natural y al mismo tiempo extraña: comienza a manifestar un anticastrismo elemen...