Si por algo se destacó la 84ª edición de los premios Oscar, celebrada el pasado domingo en Los Ángeles, no fue por aferrarse al pasado ―Hollywood es demasiado oportunista para ello―, desbordar una nostalgia incosteable ―demasiado frío a la hora de las cuentas― o lanzar un canto agorero. Lo que dejó en claro la Academia, desde la presentación inicial de Billy Crystal , es que pese a una lucha sostenida tanto la institución como su evento más destacado se han vuelto anticuados. Ayer, cada dos minutos todo parecía destinado a recordarnos que cualquier tiempo pasado fue mejor, de las películas premiadas ―The Artist, Hugo y Midnight in Paris― a las declaraciones filmadas de amor al cine. Junto a este sentimiento, otro de recato recorrió no solo los vestidos de las actrices, sino también casi todas las palabras que se escucharon. Cierto que más de una controversia han convertido a la entrega de los Oscar en un guión preconcebido, aprendido e inexpugnable ante lo inesperado, pero si algo salvó a los espectadores de un exceso de tedio la noche del domingo es que la ceremonia ha decidido adoptar el título de una cinta notoria: The Incredible Shrinking Oscar. Aunque este año hubo un pequeño aumento de audiencia respecto al anterior, la noche de los Oscars ya no es lo que era. Con 39.3 millones de televidentes, se sitúa muy por detrás del Super Bowl ( más de 113 millones) e incluso ligeramente por debajo de los Grammy (cerca de 40 millones). Sin embargo, lo más notable es que ni los Oscars, ni Hollywood ni toda la producción estadounidense representan lo que una vez fueron o aparentaron ser: el cine. Con el acto de ver una película convertido en un hábito doméstico, la audiencia a las salas no solo sigue en caída vertical, sino que cada vez con mayor rapidez cualquier estreno llega en DVD o blue ray o la producción internacional que no se exhibe en las salas de este país se encuentra en Netflix, Facets o Amazon. Al igual que cada año, ayer se reparó alguna injusticia ―por primera vez se le otorgó el galardón a Christopher Plummer, con 82 años― y se asistió a alguna que otra muestra de histrionismo ―Meryl Streep, no pudo estar peor al aceptar el premio―, al tiempo que se llamó la atención sobre cintas que al parecer vale la pena ver y que de no mediar el Oscar no alcanzarían mayor difusión ―A separation―, y como en las competencias deportivas romper algún récord al premiar una película casi silente ―algo que no ocurría desde 1928― y para colmo extranjera, lo que nunca había ocurrido. Sin embargo, nada de lo anterior salva a la ceremonia de no encerrar solo ´´esa materia de la que parecen estar hechos los sueños´´ sino también la vulnerabilidad al tiempo que siempre ha desafiado, y que ahora, finalmente, comienza a ganarle la partida.
Fotografía: Michel Hazanavicius acepta el Oscar por mejor película para The Artist.