A partir de la publicación en
1963 de Un oficio del siglo XX, la
obra de Guillermo Cabrera Infante busca siempre superar la contradicción entre
realidad y ficción, no mediante la recreación de un mundo desaparecido —La
Habana anterior a 1959 y durante los primeros años de la revolución— sino
inventando otro propio donde la palabra rige soberana; edificando una realidad
que el autor desarrolla y fundamenta en similitudes que busca de forma
obsesiva, para unir fragmentos que aparecen y reaparecen conformando un ciclo
narrativo único en la literatura cubana. Un cuerpo literario presentado bajo
formas diferentes desde el punto de vista formal, pero que se unen de acuerdo
al objetivo de lograr que el lector siempre participe de esta construcción,
según el orden otorgado a cada palabra, cada fragmento y capítulo; auxiliado
por la memoria y guiado por las diversas claves que debe y tiene que descifrar
para disfrutar a plenitud de la lectura.
Una lectura —y aquí aparece una
de las características que permiten afirmar su carácter único dentro de la
narrativa de la Isla— que es necesario emprender con el dominio de al menos dos
idiomas (español e inglés), y en algunos casos sin poder prescindir del
francés. No solo por la presencia de algunos trabajos escritos originalmente en
inglés, sino porque las versiones al inglés y francés de sus libros más
importantes constituyen verdaderas variaciones, sin las cuales no se puede
apreciar a plenitud el esfuerzo por desarrollar una narrativa que rompió
demasiadas barreras para limitarla a un esfuerzo vanguardista o al empleo de
otros idiomas cuando no encontraba en el español los medios de expresión
necesarios.
Aunque los recursos utilizados por Cabrera
Infante —la música popular cubana, la parodia, el juego de palabras y los
propios del cine, del comic y la
novela negra entre otros— han sido descritos en más de un ensayo y comentados
en multitud de entrevistas, queda por desarrollar un análisis global que
abarque la totalidad de su narrativa, misión imposible hasta que concluya la
publicación de textos que han quedado inéditos tras su muerte, y que felizmente
al parecer se irán incorporando a la edición de sus Obras Completas. El punto de partida de este análisis debe ser el
desechar la división superficial entre un Cabrera Infante crítico de cine, otro
periodista y un tercero narrador.
Un primer paso en esta
dirección lo dio Enrico Mario Santí, al señalar que Cabrera Infante no fue un
pensador político como Octavio Paz, sino un narrador político. En igual sentido
G. Caín, en Un oficio del siglo XX se
niega a “hacer estética” y le dice a su alter ego: “Deja eso a Bazin y a
Boileau y a Buffon”. Será luego Cabrera Infante quien afirme en una entrevista
que lo que menos le interesaba del libro eran las críticas o “crónica” de cada
película —es decir las opiniones cinematográficas—, y que éste podía leerse
como si fuera una novela.
Esta imposibilidad de
separar no solo la realidad de la ficción, sino incluso la ficción de la no ficción,
está presente en su libro más político. La primera edición de Mea Cuba (Plaza & Janés
Editores/Cambio16) incluye la sección Vidas
para leerlas, que van más allá del testimonio y la biografía de un grupo de
escritores cubanos, y pueden ser consideradas recreaciones literarias en que
los autores aparecen tratados como personajes. Si bien luego en las posteriores
ediciones de Alfaguara esta parte del libro se desprendió y adquirió categoría
propia, volvió a estar incluida en la edición estadounidense de la obra,
realizada por Farrar Straus Giroux.
“Nadie me considera un
escritor político ni yo me considero un político”, dice Cabrera Infante en la
misma Mea Cuba, y justifica sus
trabajos como una “actividad ética”.
Una y otra vez repetirá
que en sus obras narrativas fundamentales no hay referencia alguna a la
política, pero ésta lo persiguió siempre, y la necesidad de enfrentar el
problema desde el punto de vista literario es una de las claves aún por
descifrar. Antes hay que volver a repasar los otros temas que dominaron su
narrativa.
Desencanto
y amor
La mayoría de las obras
literarias de Cabrera Infante —Así en la
paz como en la guerra (1960), Tres
tristes tigres (1967), La Habana para
un Infante difunto (1979) y Delito
por bailar el chachachá (1995)— fueron tablas de salvación diversas y
dispersas, en las cuales se evoca el amor, y en las que las situaciones
aparecen envueltas bajo el disfraz del juego, la burla y la ironía, pero donde
nunca desaparece —es más, en ocasiones resulta preponderante— un sentido
agónico, latente o pronunciado, que por momentos deja un sabor más amargo y más
seco que una misa de difuntos sin música. Por ejemplo, un desengaño que en Delito por bailar el chachachá comienza
siendo amoroso en los dos primeros relatos del libro, termina siendo político
en el último.
Narraciones unidas bajo
varios denominadores comunes —la música popular, La Habana, las mujeres— no solo
resultan importantes por la calidad literaria de los textos, sino por
ejemplificar lo que hay de común en las obras de un escritor que siempre quiere
ser distinto y a la vez único.
Los relatos reunidos en
la compilación Todo está hecho con
espejos (1999) —y que no forman
parte de los libros mencionados— no hacen más que confirmar esta regla. Se apartan
de esta normativa los textos breves agrupados en Vista del amanecer en el trópico (1974), cuya importancia obliga a
tratarlos en detalle más adelante.
Lo que tienen en común el
narrador de La Habana para un Infante
difunto, el alter ego Silvestre de algunos de los cuentos de Así en la paz como en la guerra, el
personaje de igual nombre de Tres tristes
tigres y el protagonista de dos de los relatos de Delito por bailar el chachachá es que al tiempo que busca la
felicidad a través de una relación sentimental duradera, teme alcanzarla. No
puede vivir sin las mujeres, pero a la vez no puede vivir con ellas. El cinismo
no hace más que ocultar una debilidad romántica.
Este empeño por momentos
neurótico no puede existir sin estar dominado por pasiones insatisfechas, donde
el amor, la locura y la pérdida aparecen enmascarados en un juego verbal que los
parodia pero no logra ocultarlos. El sentimiento trágico de la vida convertido
en su sentimiento cómico, siempre empecinado en ocultar la verdad: “María
Cristina me quiere gobernar”. ¿Me quiere gobernar? Me gobierna. Lo que pasa es
que no quiero que lo digan. Que lo sepan.
La relación con las mujeres es
similar, en otro plano, a la relación del autor con La Habana. La parodia de
Cabrera Infante al célebre verso martiano: “Dos patrias tengo yo: La Habana y
la noche” es también: Dos mujeres tengo
yo, una es La Habana. Es esencial en este sentido aclarar que los libros
de Cabrera Infante no son, como muchos confunden, evocaciones de un pasado,
sino reconstrucciones verbales, creaciones literarias. Alguien que sabe que “la
nostalgia es la puta del recuerdo. Siempre hay que pagarle por sus favores” no
es presa nunca de sentimentalismos fáciles.
La
historia sin H
Durante años Cabrera Infante se
negó a la reedición de Así en la paz como
en la guerra. No tenía nada en contra de la mayoría de los relatos que
formaban el libro, sino contra el libro mismo, hecho “bajo la influencia
perversa de Sartre y su idea de que el escritor no solo debe escribir sobre un
momento de la Historia (como Marx él siempre ponía la palabra en mayúscula),
sino también comentarla en su escritura”. El repudio a este punto de vista lo
llevó a reescribir y cambiar de título a Tres
tristes tigres, ganador del Premio Biblioteca Breve en 1964. El título original
y las viñetas que acompañaban a Tres
tristes tigres pasaron a formar parte de Vista del amanecer en el trópico.
Si Tres tristes tigres trata sobre la amistad y la traición y La Habana para un Infante difunto es
sobre el amor y la búsqueda de la felicidad en medio de la soledad, ambas
tienen en común el triunfo del desengaño; algo que —como ya se señaló— también
ocurre en Delito por bailar el chachachá.
En Vista del amanecer en el trópico, el desengaño adquiere carta de nacionalidad:
la tragedia de la Isla es que siempre ha imperado en ella la violencia. La
literatura debe olvidar la política, pero todo político aspira a la Historia, a
trascender la vida cotidiana y convertirla en una eternidad.
Desde la ironía del título, Vista del amanecer en el trópico no
aspira a otra cosa que a quitarle la mayúscula a la palabra Historia. A primera
vista parece una recreación literaria de la historia de Cuba, pero es más que
eso. Integrado a partir de las viñetas de la época de la insurrección contra
Batista, el recorrido que se inicia con el surgimiento de las islas y culmina
con el régimen de Fidel Castro omite nombres y fechas y acumula situaciones que
ejemplifican una actuación malvada por parte de muchos de los participantes de
las viñetas. Aquí la misión del escritor no es mostrar el mundo que le ha
tocado vivir, ni tampoco recrear el pasado ni imaginar el futuro. La historia
queda reducida al chisme y al incidente fortuito, rebajada de categoría.
Para lograr su objetivo,
Cabrera Infante recurre a libros de historia, grabados, fotografía y
narraciones. Pero a la vez que despoja de sublimidad a las batallas y de brillo
a los héroes, su narración no deja de humanizar a los personajes, algunos de
los cuales ya estaban convertidos en sus enemigos políticos en el momento de la
publicación de este libro. Lo que pierde la historia lo ganan los hombres. No
deja de resultar significativo que varias de las viñetas de mayor calidad
literaria son precisamente las referidas a la lucha contra Batista.
Vista
del amanecer en el trópico — uno
de los mejores libros de Cabrera Infante— está dividido de forma natural por una viñeta que no es tal, sino en realidad un
cuento, donde un mulato desafía temerariamente al poder, en este caso el
ejército batistiano, desde la ironía y la burla. La profesora y ensañista Nivia
Montenegro considera que el personaje del mulato representa al escritor y
simboliza al cubano. Me parece que es la clave para entender la vision ironica
de la historia que tenía Cabrera Infante, una persona y un autor donde hay que
hacer una distinción que quizá sea más fácil establecer en inglés, entre los
conceptos de fun y joy.
Cabrera Infante trataba de ser funny en ocasiones, pero siempre fue una
persona triste. El concepto de alegría, por otra parte, implica una concepción
religiosa, la felicidad. Al triunfo del 1 de enero de 1959 se habló de que Fidel
Castro y los rebeldes habían devuelto la alegria al pueblo de Cuba, pero poco
después se vió que la revolución empezaba a eliminar la diversión. De hecho, la
diversión se volvió algo negativo, “pecaminoso” si queremos emplear términos de
la Iglesia. Ese fue precisamente uno de los problemas con el documental PM, que mostraba a la gente divirtiéndose,
mientras el concepto revolucionario era, por ejemplo, estar alegre mientras se
realizaba trabajo voluntario. Mientras que el mulato del cuento es todo lo
contrario, una especie de juglar ¾al
decir de Montenegro- que se burla de autoridad.
En este sentido un aspecto a
destacar en Vista del amanecer en el
trópico son las diferencias entre las fuentes visuales y las sonoras, en
particular entre el papel de las fotografias y la canción del mulato o el
testimonio de la madre al final. Las fotos permiten un distanciamiento mayor, y
que por otra parte dan pie a algunos de los mejores textos desde el punto de
vista literario.
Al parecer Cabrera Infante
pensó en algún momento dar una visión más amplia al libro, presentar un
concepto de la Historia que trascendiera a Cuba. Eso, y la calidad literaria del
texto, podría explicar la permanencia de una viñeta se refiere a la famosa foto
de Capa durante la guerra civil española. Por otra parte, en los archivos de la
Universidad de Princeton hay otras inéditas, entre ellas una referida a la
guerra civil de Estados Unidos. Solo agregar que las ediciones en otros idiomas
de Vista del amanecer en el trópico — la inglesa, la
norteamericana y la francesa— difieren en la cifra de textos contenidos.
De
nuevo la historia
Otra vuelta a la rueda de la
historia, incluso más personal, que en parte permaneció inédita hasta la
publicación póstuma de Cuerpos Divinos,
tiene que ver con la participación de Cabrera Infante en la lucha contra la
dictadura de Batista ¾unas
pocas viñetas de Vista del amanecer en el
trópico adelataban algunos hechos, pero mediante una vinculación anónima¾ e incluso hay una experiencia posterior, que
expande su frustración y rechazo ante a la situación imperante a los pocos años
de triunfo del régimen castrista. Un libro fue escrito como testimonio de lo
que vio al regresar a la Isla para asistir a los funerales de su madre. Su
publicación fue demorada por diversos motivos en vida del autor, desde el temor
a las posibles represalias que pudieran sufrir algunos de los personajes incluidos,
aún viviendo en Cuba, hasta la necesidad de encontrar el tono justo que lo
librara de sentimentalismos. En un principio se llamó Itaca vuelta visitar. No “Itaca vuelta a visitar”, para así dar la
idea de volver, pero también de ciclo, de algo que comienza y termina en el
mismo punto. Ahora se llama Mapa hecho
por un espía.
El
libro de una vida
Mallarmé decía que se vive una
vida solo para terminar en un libro. Ese libro en Cabrera Infante puede que sea
Tres Tristes Tigres, pero durante
décadas sus lectores estuvieron a la espera de una obra cumbre, siempre
anunciada y siempre pospuesta. Cuerpos
divinos era una especie de mito, una eterna referencia en las entrevistas
al escritor y un desfile de excusas para justificar su demora en darlo a la
imprenta. Esa demora siempre alimentó la esperanza de encontrar allí la
solución literaria a la reticencia del autor por incluir la política como parte
de su narrativa, al tiempo de verse imposibilitado de prescindir de ella.
Para amparar esa esperanza,
resultaba significativo que la narración Delito
por bailar el chachachá —uno de los cuentos de Cabrera Infante donde está
más presente la política— se
anunciara en una época el primer
capítulo o prólogo de Cuerpos divinos (después
Cabrera Infante se encargó de negarlo). Entre
las contadas referencias dadas por el escritor sobre esta “novela” (palabra que
siempre rechazaba emplear para referirse a sus obras mayores), estaban que la
narración transcurría entre fechas muy precisas: el 13 de marzo de 1957 y una
semana de octubre de 1962. El fracaso del asalto al palacio presidencial
convierte al movimiento insurreccional de Castro en la fuerza decisiva para el
derrocamiento de Batista y la culminación de la
Crisis de Octubre garantiza la supervivencia del régimen con respecto a
la amenaza de Estados Unidos.
Este trabajo aparece en la edición de Cubencuentro del viernes 27 de abril de 2012. La segunda parte de este artículo aparecerá próximamente.