La
escena es de la película Casablanca,
y muchos la saben de memoria:
“—No.
Por favor, señor —dijo el capitán y le arrebató la cuenta al camarero.
Se
apresuró en explicar su generosidad a la pareja de refugiados.
—Es
un juego muy sencillo. Lo ponen en la cuenta y yo rompo la cuenta.
Y
agregó complacido y aún sonriente:
—Resulta
muy conveniente”.
Con
igual cinismo al del capitán Renault, el gobernador de la Florida Rick Scott
firmó una ley que limita el comercio del estado con los regímenes de Cuba y
Siria y una hora después envió una carta a Washington en que afirma que la ley
no se puede aplicar, según informa el diario español El Mundo. Con la misiva
Scott intenta arrojar la pelota al Congreso y a la Casa Blanca, al solicitar
que se apruebe una ley federal que faculte a los estados a tomar este tipo de
medida.
No
es la primera que un truco similar se utiliza en relación al embargo
estadounidense contra el gobierno de los hermanos Castro. Desde que el ex
presidente Bill Clinton firmó la ley Helms Burton, tanto mandatarios demócratas
como republicanos se han mantenido fieles al ejercicio de firmar una prórroga
de la puesta en práctica del Título III de la legislación. Para empeorar las
cosas, tanto en el caso del gobernador de la Florida como de los presidentes
norteamericanos, el cinismo está justificado; al menos desde el punto de vista
político.
En
el caso de la medida a la que Scott ha dado aparentemente el visto bueno, pero
al mismo tiempo negado la luz verde, es el ridículo en que ha puesto tanto a
los legisladores federales y estatales —que aparecieron jubilosos en
el acto— como a los llamados “líderes” de línea dura del exilio que acudieron presurosos
al acto en la Torre de la Libertad en Miami.
La
mejor descripción de lo ocurrido la ofrece el periodista Rui Ferreira, en el
mencionado artículo de El Mundo:
“El martes, rodeado de la crema y la nata del
anticastrismo local y un par de desconocidos opositores sirios, Scott dijo que
si bien ‘quiero más empleos, los
principios son importantes’ y ‘esta ley recuerda (a los empresarios) que
hay que decidir si se está a favor de una dictadura o de la libertad’.
Fue una ceremonia florida, donde Scott abrazó a ex presos
cubanos, estrechó las manos de políticos y empresarios, se fotografió con los
activistas exiliados, les dijo a todos que pronto "acabará el régimen
comunista" y hubo muchos ‘abajo los Castro’”.
Es
natural que ante una ceremonia tan “florida”, por la tarde, y tras saberse el
envío de la carta que apenas permitió una hora de alegría a los que apoyan la
medida, en la radio de esta ciudad llovieran las críticas al gobernador Scott.
Uno de esos críticos fue el representante federal David Rivera, quien afirmó
que si la compañías que serían afectadas por la medida quieren demandar que
demanden, pero que ese derecho de acudir a los tribunales también lo tienen que
tener los que favorecen la ley si ahora no es puesta en vigor por el temor de
los litigios. Rivera también afirmó que está listo para llevar al gobernador a
las cortes, en caso de que no hubiera otra opción.
“Como
contribuyente de la Florida que no quiere que su dinero de los impuestos vaya a
las empresas que hacen negocios con regímenes terroristas, estoy más que
dispuesto a demandar al gobernador y al estado de Florida para forzar la
aplicación de esta ley”, manifestó Rivera, de acuerdo a un artículo publicado
en El Nuevo Herald.
Hay que señalar que entre los legisladores de origen cubano o
cubanoamericanos, Rivera es uno de los más consistente en sus posiciones
anticastristas. Solo que ese anticastrismo corre paralelo a su
irresponsabilidad. Precisamente varias medidas legislativas patrocinadas por
Rivera, cuando era legislador en la Florida, fueron impugnadas en las cortes.
Por supuesto que los costes legales los tuvo que pagar el estado.
El problema tanto con esta ley firmada por Scott como con el
Título III de la Helms Burton es que son medidas obsoletas por definición y
origen, que no guardan relación alguna con esta época de comercio globalizado —que por otra parte tanto defienden republicanos como demócratas
en Estados Unidos, pero especialmente los republicanos— y resultan muy vulnerables en los tribunales. Lo que el
gobernador de la Florida ha intentado es precisamente evitar esas demandas.
El
carácter inconstitucional de la ley no es algo nuevo ni en la Florida ni en
Miami. Desde que se supo de la aprobación de la ley en el congreso estatal, el principal
abogado del condado Miami-Dade, Robert Cuevas, advirtió al gobierno condal que
no la admitiera y objetó su alcance, al indicar precisamente que la legislatura
no podía instaurarla hasta que el gobierno federal autorizara a los estados a
imponer limitaciones comerciales de adquisición o un tribunal decidiera sobre
la constitucionalidad de la medida.
Por
otra parte, la Cámara de Comercio de Florida y los dos principales socios
comerciales del estado, Brasil y Canadá, advirtieron que esta nueva ley
ahuyenta la inversión extranjera y frena la generación de nuevos empleos.
Uno de los
problemas con esta ley, es que nunca la prensa de esta ciudad se ha preocupado
por señalar el alcance de la medida. En este sentido, desde que era un proyecto
en la legislatura estatal se asoció con el gigante brasileño de la construcción
Odebrecht y sus proyectos en el sur de la Florida, como la construcción del
estadio de la Universidad Internacional de Florida y el plan millonario, que se
encuentra bajo revisión, para construir dos hoteles y locales para oficinas y
tiendas en el Aeropuerto Internacional de Miami. Odebrecht también tiene a su
cargo la ampliación y mejora del puerto del Mariel en Cuba. Así que si una
firma brasileña resultaba perjudicada —no importa que su proyecto
fuera el mejor, algo que por otra parte tampoco se ha establecido o divulgado— poco iba a cambiar la
situación en el sur de la Florida. En otras ocasiones propuestas de sedes para
actividades internacionales, deportivas y culturales, proyectos de urbanización
y los planes más diversos han sido cancelados ante apenas el temor de que
alguna de las partes realizara o hubiera realizado negocios con Cuba.
Sin embargo, en
el caso de esta ley las implicaciones son mucho mayores. Para citar un posible
ejemplo. Todas las tardes, a las cinco hora local, sale de esta ciudad un avión
de la compañía Iberia con destino a Madrid. Es por otra parte un vuelo
preferido por los exiliados cubanos, por diversas razones entre las cuales se
encuentra atención en su propio idioma y el viejo parentesco entre cubanos y
españoles. Iberia, por supuesto, también vuela a Cuba. ¿En que situación
quedaría la compañía española si se pone en práctica esta ley? ¿Será acaso que
a España le ha caído la maldición de los populismos de izquierda y derecha?
Porque si hay
una forma de catalogar esta ley es la de considerarla una medida populista. Mejor sería que nuestros representantes dedicaran su tiempo
a enfrentar los graves problemas económicos que enfrenta el estado, pero ellos
no están para minucias: su lucha es contra el comunismo, como si fueran una
reencarnación de los Halcones Negros, aquellos comics de la época de la guerra fría, ahora convertidos en cómicos
del pasado.
Una
de las tragedias lo siento, pero
no encuentro una palabra mejor para catalogar el problema¾ de la política en esta ciudad y desde hace unos años en el
estado, es que en muchos casos lo que define el triunfo o el fracaso en las
urnas es la rabia anticastrista que demuestre el aspirante.
La
lógica es que los políticos sean elegidos de acuerdo a sus potencialidades para
ayudar al avance de sus comunidades, el estado o la nación; que en el caso de
los legisladores provenientes de determinado grupo étnico o demográfico éstos
se preocupen fundamentalmente de lograr que ese grupo al que pertenece logre
una mayor integración al país o existan recursos para una asimilación a la
nueva sociedad. A ninguna comunidad italiana, alemana, irlandesa o incluso
vietnamita en este país se le ha ocurrido tratar de cambiar el gobierno de la
nación de la cual salieron. Me refiero a la comunidad en su totalidad, no a un
sector de ella, y la comunidad de cubanos en Estados Unidos no se limita a un
exilio de supuesta militancia anticastrista. Pero en el caso de Miami ocurre un
fenómeno que solo tiene puntos de contacto con el cabildeo judío —puntos de contacto y diferencias, pero ese es tema para otro
artículo—, en que determinado sector
poblacional del país tiene un poder político desproporcionado. Y por supuesto,
quienes aspiran a cargos públicos son también “víctimas” de esa especie de Catch 22, que les obliga a destacarse en
la esfera anticastrista cuando no lo pueden hacer en otras.
La
cuestión aquí no es mostrar un férreo anticastrismo. De lo que se trata es de
ocupar la función que le corresponde a una legislatura estatal y no estar
siempre aparentando ser nación cuando no se pasa del ámbito provinciano, de los
comentarios de esquina y de estar inventando leyes a la medida de unos cuantos.
Si bien algunos objetivos le han salido bien a estos legisladores, como son el
fabricar distritos a la medida de los candidatos republicanos, otros solo le
sirven como propaganda.
En
tres ocasiones anteriores los tribunales han echado abajo medidas destinadas a
restringir las relaciones de negocios en la Florida con compañías vinculadas a
regímenes represivos. Dos de los casos están relacionados específicamente con
la Florida y Miami-Dade. No es que nuestros bravos legisladores sean unos
férreos opositores al comunismo y el resto del país esté en manos de liberales
izquierdosos. Es, sencillamente, que quienes nos representan en el estado de la
Florida son unos entrometidos, que se meten en asuntos que nos les corresponde,
en lugar de dedicarse a mejorar la educación, crear mecanismos para incentivar
el empleo, luchar contra la corrupción y mejorar los sistemas de salud, índices
todos en que la Florida obtiene calificaciones bien bajas.
No
es casual que esta ley aparezca en un año electoral. Por una parte evidencia un
interés renovado en Miami, que se extiende a toda la Florida, de mantener una
política hacia Cuba mucho más rígida que la acordada en Washington. Con un presidente
demócrata, los legisladores que responden al sector más fanático del exilio
cubano están incrementando sus esfuerzos para sacar a Barack Obama de la Casa
Blanca.
El
objetivo no sólo es una vuelta a las normas establecidas por el gobierno del
expresidente George W. Bush, sino convertir la política estatal en una avanzada
de los objetivos nacionales, en lo que respecta al tratamiento del caso cubano.
Esto se ha hecho muy evidente con relación a los viajes a Cuba, el envío de
remesas y los llamados ´´intercambios culturales´´, pero no son éstos los únicos
aspectos que preocupan a los legisladores republicanos de la Florida. Hay un
objetivo primordial de largo alcance: consolidar el poder político en uno de
los estados más importantes para las elecciones presidenciales, de forma tal
que la política norteamericana hacia la isla no esté influida sólo por la labor
de cabildeo y los poderosos contribuyentes cubanoamericanos del sur de la
Florida, sino por una maquinaria republicana que puede resultar clave a la hora
de elegir al próximo mandatario de la nación más poderosa del planeta.
No
hay que olvidar que miembros de este grupo ya desempeñan un importante papel en
la confección de la política norteamericana hacia la Isla, al formar parte del
cuerpo legislativo federal. El objetivo es continuar ampliando una política que
es compartida por una buena parte de los votantes cubanoamericanos con más años
en el exilio. En última instancia, lo importante para ellos no es la
efectividad de esa política, en lo que se refiere a poner fin al régimen
castrista, sino que ésta ejemplifique su influencia política.
Considerar
que medidas como esta ley tienen solo que ver con la libertad de Cuba es
realmente ingenuo. La demagogia republicana hacia Cuba está en plena campaña.
Sin embargo, el gobernador Scott ha tocado un punto clave con el envío de su
carta. ¿Hasta donde llega el poder y las funciones de los estados? La fortaleza
de esta nación se debe en gran medida a la respuesta a esta pregunta. Una norma
que otorgue las facultades que se atribuye la ley que firmó el gobernador
abriría una brecha que posibilitaría, en un futuro hipotético, que Hawái le
declarara la guerra al Japón y una compañía de lanzadores de cocos se
concentrara en las costas de las islas para preparar el ataque a otra isla. Es
de esperar que todavía exista la cordura suficiente en Washington para no
hacerle mucho caso a Scott, a los legisladores cubanoamericanos siempre
entusiastas y a los fanáticos del exilio histórico o histérico, y lo dejen todo
en mano de los tribunales, para ganancia de los abogados.
También aparece publicado en Cubaencuentro.