Desde que se anunció la visita de Mariela Castro a Estados Unidos, se
han multiplicado las críticas a Hillary Clinton, la Secretaria de Estado, por
haberle otorgado el permiso de entrada.
Estas denuncias se fundamentan en parte en el reglamento presidencial,
establecido en 1985, que prohíbe que el Departamento de Estado conceda visados
a “oficiales o empleados del Gobierno de Cuba o el Partido Comunista de Cuba”,
independientemente del tipo de pasaporte que presenten.
Por la radio de Miami se ha repetido una y otra vez que se trata de una
nueva muestra de debilidad del gobierno demócrata de Barack Obama, hacia el régimen
de La Habana, al permitir que una miembro del Comité Central del Partido
Comunista de Cuba viaje a Estados Unidos.
Que en esta ciudad se mienta con impunidad no es noticia. Aquí se lanzan
comentarios falsos o sin sentido, y si provienen de determinados círculos de
poder en Washington, o de grupos de presión en el exilio con el dinero
suficiente, posiblemente se repitan en todos los medios de prensa de la ciudad.
Luego vienen los ignorantes, que expanden estos comentarios y magnifican
los detalles hasta convertir a la noticia en mentira. Esto contribuye a que
cualquier denuncia ¾muchas de
ellas válidas en su origen¾ se conviertan
en alboroto local, y se apaguen al poco tiempo.
En el caso de la visita de Mariela Castro hay que señalar varios puntos,
a los que en esta ciudad se le resta importancia o se omiten, pero que más allá
de las fronteras del Versailles se toman en cuenta.
Mariela Castro viene a un evento académico que lleva años realizándose,
incluso en Miami, y donde siempre han sido invitados académicos e
investigadores de la isla. La participación más o menos numerosa de estos
siempre ha dependido del grado de flexibilidad que esté aplicando el gobierno
estadounidense de turno.
Mariela Castro es directora del Centro Nacional de Educación Sexual de
Cuba (CENESEX) y de la revista Sexología y Sociedad. Tiene una licenciatura del
Instituto Pedagógico Enrique José Varona, en La Habana. Ha publicado 13
artículos académicos y nueve libros. Uno puede cuestionarse la labor del
CENESEX, la calidad de los trabajos académicos o la autoría de los libros. Lo
que no puede obviar es que con tales credenciales no hay que extrañar su participación
en un congreso académico, más en el caso de que este evento se desarrolla en
San Francisco, el principal (o uno de los dos principales, el otro sería Nueva
York) centro de la comunidad gay en Estados Unidos.
El nombre de Mariela Castro no aparece en la lista de miembros del
Comité Central del Partido Comunista de Cuba y no está oficialmente vinculada a
la actividad política del país.
Tampoco es la primera vez que Mariela Castro viaja a Estados Unidos, ya
lo hizo en 2002, para recoger un premio por su labor. En aquel entonces la
nación era presidida por George W. Bush y Condoleezza Rice desempeñaba las
funciones de Secretaria de Estado, ambas figuras muy queridas por el exilio
ultra reaccionario de Miami.
Lo demás, es cuento para bobos en año de elecciones.
Por supuesto que Mariela Castro no es una figura neutral políticamente y
lleva a cabo una intensa labor de propaganda, presentándose como la tendencia
benevolente del castrismo y no solo la cara más bonita sino el rostro más
apacible y alegre de una larga dictadura. Pero oponerse a su visita a Estados
Unidos es, precisamente, hacerle el juego al intento de vender a la actual
sociedad cubana como un sistema en proceso de “actualización”, mientras que el
exilio de Miami representa la versión retrógrada, el pasado de guerra fría y el
fanatismo.
Hubiera sido mejor dejar la visita de Mariela Castro a Estados en el
nivel de anécdota, o como muestra de la dependencia de Cuba a Estados Unidos,
una señal más de tener que acudir a este país para buscar legitimidad,
académica o de todo tipo.
Sin embargo, los legisladores cubanoamericanos no pueden prescindir del
alboroto. Es curioso ver como, en lo que respecta al caso cubano, se turnan
ante el spotlight.
No por gusto le tocó el turno al senador demócrata Robert Menéndez, al
encabezar las críticas a Hillary Clinton. De esta manera se trató de esquivar
en lo posible que la denuncia se viera como una jugada partidista, y
anticiparse al momento en que apareciera la visita anterior de Mariela Castro.
Sin embargo, esto fue simplemente un esfuerzo limitado, porque en un año de
elecciones no se desaprovecha argumento alguno.
Así que Mitt Romney, el virtual candidato republicano a las elecciones
presidenciales, rechazó el viernes el otorgamiento de la visa a la directora
del CENESEX.
“La decisión de la Administración de Obama de concederle un visado a
Mariela Castro, la hija del dictador cubano Raúl Castro, es una bofetada a
todas aquellas valerosas personas en Cuba que sufren una persecución constante
por luchar por los valores universales que tan queridos nos son a los
americanos”, declaró en un comunicado el director político de la campaña de
Romney, Lanhee Chen.
Ileana Ros-Lehtinen solicitó el jueves pasado, en una misiva a Clinton
la anulación del visado a Castro. ¿Envió una carta similar en su momento a
Condoleezza Rice?
Por su parte, el representante
por la Florida Mario Díaz Balart comentó: “Permitirle a estos altos
funcionarios de un régimen que promueve el terrorismo que entren en nuestro
país está en contra de las proclamaciones presidenciales vigentes”.
Las declaraciones de Mario Díaz siempre se caracterizan por este afán de
emprenderla a garrotazos. Resulta difícil comprender a quién se refiere el
legislador cuando habla de “altos funcionarios”: ¿Mariela Castro?, ¿las decenas
de investigadores de diversos organismos cubanos?, ¿los escritores? ¿los
profesores universitarios?
Es absurdo que quienes no admiten una opinión contraria pretendan
promover la puesta en marcha de una sociedad democrática en Cuba. Porque si hay algo de que acusar a Mariela
Castro, en relación a su visita a Estados Unidos, es que viene a este país a
promover una opinión contraria. Solo que en la democracia las opiniones se
discuten, no se censuran.
Este grupo de legisladores, que solo representa al grupo del exilio que
vocifera una “línea dura”, pero que buena parte de las veces se ha
caracterizado por una actuación blanda cuando hay que ir más allá de las
declaraciones, influyó durante años de forma decisiva en la política
norteamericana hacia Cuba. Con Barack Obama en la Casa Blanca y un Senado
dominado por los demócratas han visto reducido su poder, aunque todavía
mantienen buena parte del mismo. Cada vez más ajenos a la realidad cubana, casi
a diario reaccionan con ira ante una situación que ven escapar de sus manos,
tanto en Washington como en La Habana. Asumen la intransigencia no como un
principio moral, un recurso emotivo y una justificación personal, sino como un
valor político, necesario para ser reelegidos en sus cargos en Washington. En
esto, y en muchas cosas, no se diferencian de quienes gobiernan en La Habana.