Mientras el exilio cubano continúa
empecinado en la bipolaridad castrismo-anticastrismo —el carácter emocional del término implica un más allá del simple pensamiento binario—, quienes rechazan el
régimen en Cuba han ampliado sus fronteras, abierto nuevas vías al debate y
transformado el panorama opositor. Esta
transformación ha ocurrido tanto en los terrenos del análisis y la información
como en el alcance y la prontitud de las denuncias. Estos cambios obedecen a
diversos factores ―algunos originados por el propio
gobierno cubano, otros debido al avance tecnológico y en menor medida gracias a
las reducidas modificaciones de actitud hacia el caso cubano en Washington―, aunque todos coinciden en un denominador común: la poca o nula
influencia de Miami, que ha evolucionado de factor beligerante a fuente de suministro,
y de motivo de preocupación para la Plaza de la Revolución a barraca de
visitantes.
Está en primer lugar el problema de las
palabras. Las definiciones y los términos habituales son cada vez menos aptos
para establecer posiciones. No es un fenómeno que afecta solo a la situación
cubana, pero que en esta ciudad se refleja en dos direcciones, tanto en lo
relacionado con la política nacional (estadounidense) como en todo lo que tiene
que ver con la isla. Dos patrias tienen algunos: Cuba y Miami.
De esta forma, los términos derecha,
izquierda, reaccionario, revolucionario, progresista y conservador han adquirido
nuevos matices, y en ocasiones su empleo emborrona, en lugar de aclarar la
discusión.
Para comenzar, tenemos a quienes aquí se
llenan la boca para afirmar que son conservadores. Esto equivaldría a decir que
obedecen a un pensamiento que no se sustenta en un conjunto particular de
principios ideológicos, sino más bien en la desconfianza hacia todas las
ideologías. En el mejor de los casos, estas personas no necesariamente están a
favor del ancien régime (la dictadura
de Batista) y sus iniquidades, ni tampoco proponen una ideología
contrarrevolucionaria, sino que al tiempo que advierten contra la
desestabilización que ha acarreado las políticas revolucionarias, se declaran a
favor que lo mejor para Cuba hubiera sido una serie de cambios paulatinos ―en muchos casos referidos a las costumbres y tradiciones pero
también económicos y sociales― que eran posible alcanzar por otros
medios opuestos a la acción política, ya que ésta terminaría por traer el
despotismo.
Ese conservadurismo que podría llamarse
tradicional, punto de referencia de la izquierda también tradicional para
identificar al exilio de Miami, prácticamente no existe aquí.
Lo que con los años ha alcanzado mayor
vigor en la parte más vocinglera y visible de la comunidad exiliada no es el
conservadurismo, sino una actitud ultra reaccionaria.
En muchas ocasiones, en el discurso
político y la información periodística, se asocian los términos conservadores y
reaccionarios, pero no son sinónimos. Mientras que la clásica confrontación
entre liberales y conservadores tiene que ver con los seres humanos y su
relación con la sociedad, la disputa ente revolucionarios y reaccionarios se
refiere a la historia.
(El término liberal está utilizado en su
acepción clásica de doctrina política y económica, tal y como fue planteada por
John Stuart Mill y se emplea en Europa; definió las luchas políticas en buena
parte de los siglos XIX y XX en Latinoamérica; así como caracterizó en buena
medida la contienda política en Cuba durante la primera mitad del siglo XX. No
tiene que ver con esa especie de nombrete que gustan repetir en la radio de
Miami, y en general en la prensa republicana, donde liberal es sinónimo de socialdemócrata, fabiano,
comunista o el mismo diablo.)
Hay dos tipos de reaccionarios, que
pueden coincidir en diversos objetivos, pero difieren fundamentalmente en su
actitud hacia el cambio histórico. Unos añoran el regreso a un estado de
perfección que ellos creen que existía antes de la revolución (la cual puede
ser política, pero también social, económica y cultural). Otros suponen que
cualquier revolución es un hecho que no tiene marcha atrás, pero que la única
respuesta a una transformación tan radical es llevar a cabo otra similar.
Para referirse al segundo grupo, en la
actualidad estadounidense no hay mejor ejemplo que los miembros del Tea Party,
unos contrarrevolucionarios que buscan destruir todas las leyes, principios y
normas que llevaron a la creación de una sociedad con servicios de seguridad
social, asistencia pública y beneficios para los más necesitados, y volver a la
época del capitalismo más salvaje de la década de 1920, existente antes del
establecimiento del New Deal/Fair Deal de
las décadas de 1930 y 1940 y de la puesta en práctica años después del concepto
de la Nueva Frontera/Gran Sociedad de los años 60.
En lo que se refiere a Cuba, en la
actualidad es correcto catalogar de conservador al actual mandatario Raúl
Castro, cuyas anunciadas reformas son pocas, superficiales y atrasadas. Pero al
mismo tiempo, la parte más visible del exilio -en lo que respecta a la opinión
política- se niega a adoptar una posición progresista y ha acogido con
beneplácito la actitud ultraconservadora incendiaria que caracteriza al Tea
Party. En una contradicción política
más, estos exiliados adoptan al mismo tiempo la nostalgia conservadora y la
combatividad de Tea Party. Son revolucionarios-reaccionarios.
Sin embargo, entre quienes rechazan al
régimen en la isla no está presente el afán contrarrevolucionario de destruir
por completo a la sociedad existente, ni tampoco la vuelta nostálgica a la Cuba
de ayer. Esto, al menos, es una esperanza.