Siempre me pregunto si alguien se detiene a pensar que el resultado final de la lucha entre ‘’el heroico pueblo vietnamita’’, según se repetía en La Habana, y ‘’nuestros muchachos’’, los también heroicos marines estadounidenses ―de coraje y consumo de marihuana demostrados―, de acuerdo a los exiliados históricos de Miami, se resume en la actualidad en un viaje al supermercado, donde se adquieren unos camarones a sobreprecio, cultivados en granjas y cuyo sabor más cercano es el de una bolsa de plástico cocinada en una marmita durante horas, y luego puesta a congelar.
Hay muy pocos enfrentamientos armados inevitables. La mayoría de las guerras, zonas de tensión internacionales, conflictos de baja o alta intensidad y confrontaciones de todo tipo obedecen a intereses y ambiciones, la actuación de políticos deshonestos o simplemente prejuicios e ignorancia.
Como afirmó E.M. Cioran, la Historia no es más que un desfile de falsos absolutos, una sucesión de templos elevados a pretextos.
Para las naciones, la justicia y el desarrollo marchan casi siempre por caminos opuestos. La estabilidad y mejora del nivel de vida de los ciudadanos se logra, en muchas ocasiones, a través de las vías más mediocres y menos gloriosas. Los japoneses han dejado atrás el rencor por los millares de inocentes muertos en los bombardeos a sus ciudades durante la II Guerra Mundial. No se trata del simple olvido ⎯aunque en muchos casos esto es lo que ocurre⎯ sino de sustituir el rencor por la memoria y el análisis de lo ocurrido.
Los negocios no tienen ideología. O tienen simplemente la ideología de hacer negocios, sin detenerse en otro tipo de razones. No es un problema de partido político. Si durante el mandato de George W. Bush las principales compañías que se beneficiaron con contratos en Irak fueron las de los mayores contribuyentes al Partido Republicano, es porque ese partido estaba en el poder entonces. Nada garantiza que los demócratas no hubieran hecho lo mismo. Tampoco Estados Unidos es el único país que ha hecho negocios con dictadores.
Un artículo de la AP de 2008 explicaba que miembros del Congreso habían invertido colectivamente $196 millones en compañías dedicadas a hacer negocios con el Departamento de Defensa. Según un estudio de un grupo no partidista, los congresistas habían ganado millones desde el inicio de la guerra de Irak.
Se trataba de miembros de ambos partidos, algunos con cargos importantes en comités u ocupando funciones de dirección. Entre ellos se encontraba el senador demócrata John Kerry, el senador independiente Joseph Lieberman y el coordinador republicano de la Cámara Roy Blunt. Nada indica que, salvo algunos nombres, esta situación haya cambiado cuatro años más tarde, ahora que nos enfrentamos a una nueva elección presidencial.
En fecha reciente, el aspirante a la candidatura presidencial republicana, Mitt Romney, buscó sacarle lasca a la represión en Siria, y aprovechó la oportunidad para criticar la política exterior de Obama, al intentar mostrarlo débil e indeciso frente a una violencia que lleva más de un año.
Si algo no ha sido Obama es débil en política internacional. La ejecución de Bin Laden es sólo una muestra de ello. Otra lo es la muerte reciente del número dos de Al Qaida, el libio Abu Yahya al Libi. El actual mandatario estadounidense ha demostrado en múltiples ocasiones la capacidad de trabajar con los líderes mundiales para solucionar conflictos internacionales, y no practicar una política de golpe y porrazo, como en los comienzos del siglo pasado, al gusto del expresidente George W. Bush.
No es mostrarse partidario de la sanguinaria dictadura de Bashar Ashar o del gobierno totalitario de Raúl Castro. Es tener la decencia mínima para no tratar de sacar beneficios personales de ambas situaciones. La población estadounidense está cansada de guerras que comienzan bajo la bandera de una buena causa y terminan con miles de muertos, gastos de billones de dólares y el resultado de una situación política inestable.
Por supuesto que nada de lo anterior detiene a los que en Miami y La Habana intentan eternizarse en la retórica de la guerra fría.
Con una irresponsabilidad absoluta, en la Florida se aprobó una ley estatal que prohíbe a los gobiernos locales contratar empresas que tienen lazos comerciales con Cuba y Siria. Ya hay una demanda en su contra. Curiosamente, el abogado que representa a la compañía demandante, la firma de construcción Odebrecht USA, es Raoul G. Cantero III, un exmiembro del Tribunal Supremo de la Florida ⎯nominado a ese puesto en el 2002 por el entonces gobernador Jeb Bush⎯ y nieto del ex dictador Fulgencio Batista.
La ley que se debía establecerse en este estado es otra. Una que obligue al gobernador y a los legisladores a pagar los gastos de corte y abogados en el caso de leyes frívolas, patrocinadas por políticos demagogos y destinadas a ser impugnadas en las cortes.
Sin embargo, el cambio fundamental debe ocurrir en el comportamiento del votante estadounidense. El impulso pueril a votar por el candidato que mejor luce ante las cámaras o, en el caso del exilio cubano, el político que afirma que va a lograr el fin de la dictadura castrista. El guiarse por unos anuncios políticos machacones como parte de la indolencia que acarrea toda democracia. Una indolencia que contribuye a la riqueza de pocos y a la miseria de muchos.