miércoles, 25 de julio de 2012

El escritor y el confidente


En la última biografía sobre Ignazio Silone, su autor considera —y trata de que los lectores compartan este sentimiento— que en realidad el escritor italiano no fue un colaboracionista, e intenta presentarnos uno de los lados más oscuros de una figura que por años se consideró un paradigma de la honestidad intelectual como el resultado de una campaña neofacista, dirigida a desprestigiar una conocida figura, que alcanzó la notoriedad internacional tras la Segunda Guerra Mundial, celebrado especialmente en ediciones extranjeras y comparado con Albert Camus, Bertrand Russell y Graham Greene.
Llama la atención este nuevo intento, ahora por parte de Stanislao Pugliese en Bitter Spring, de mantener abierta la polémica. Porque a pesar de asegurar que quiere alejarse lo más posible de una hagiografía, esta biografía reciente nos presenta una visión demasiado amable de la conducta del novelista, alejada por completo del análisis crítico, y mencionando que los documentos sólo “supuestamente demuestran que Silone había espiado para la policía fascista”. Casi desde los inicios de este siglo —un amplio artículo en The New York Review of Books, del 14 de marzo de 2002, es quizá la mejor muestra de ello— la discusión ha sido amplia, y está reflejada en publicaciones que van del Corriere della Sera a The New Yorker.
Los documentos de los archivos policiales, sobre los que se sustenta la acusación de que una década antes de convertirse en novelista Silone fue un informante de la policía fascista aparecen fundamentalmente en La doppia vita de un italiano, publicada en el 2005, donde Dario Biocca hace un análisis minucioso de los primeros años de la vida adulta del autor de Fontamara —una novela sobre la vida de los campesinos de Italia—, y en L’informatore: Silone, i comunisti e la Polizia, también de Biocca y Mauro Canali, del 2002.
En buena medida la polémica ha estado alimentada por el hecho de que, si bien no han sido refutadas las credenciales académicas de Biocca y Canali, y se reconoce que los documentos son aparentemente auténticos, todos salvo dos fueron preparados por funcionarios anónimos, que se limitaron a resumir la información suministrada por una “fuente”. En favor de Silone se ha argumentado, además, que incluso en el caso de ser de su autoría, los informes fueron inocuos y en gran medida estaban destinados a salvar a su hermano preso, quien murió en la cárcel a consecuencia de los maltratos recibidos.
Hay, sin embargo, una carta de renuncia, que Silone escribe a su contacto policial, que se admite es auténtica. En ella renuncia a la militancia política y decide concentrarse en la escritura, además de manifestar sus graves problemas de salud.
La cuestión clave con Silone es que fue mucho más que un escritor. Por mucho tiempo se le consideró una autoridad moral y un ejemplo de honestidad intelectual. Hoy sería más apropiado catalogarlo de hombre de su tiempo, que, como a otros, le tocaron tiempos difíciles.
Secondino Tranquilini, el hombre que fue Silone, fue uno de los fundadores del Partido Comunista Italiano. Luego, en la propia Unión Soviética, se enfrentó a Stalin en el Kremlin, y antes de los juicios de Moscú rompió con el Partido. Posteriormente no sólo participó en la célebre antología The God That Failed, donde también aparecen ensayos de Arthur Koestler, André Gide, Richard Wright y otros escritores decepcionados con el comunismo, sino que figuró entre los creadores del Congreso para la Libertad de la Cultura. También dirigió la revista Tempo Presente. Cuando en 1967 se enteró que ambas entidades eran simplemente pantallas de la CIA, negó haber tenido cualquier conocimiento previo al respecto y cerró la publicación. El cambio de nombre lo benefició, no sólo literariamente. Es difícil imaginar que esta fuera la vida de alguien llamado Tranquilini.
Tras conocerse los documentos que lo vinculan a actos de delación, han surgido dos interrogantes: ¿Pueden separarse los juicios del comportamiento de un escritor  del valor de su obra?, es la primera. La segunda, de más difícil respuesta, guarda relación la distancia que a veces surge entre el compromiso y la conveniencia.
La primera cuestión puede resumirse en la lectura de la obra. Con independencia de su conducta, aquí es donde se debe apreciar la permanencia de lo escrito por Silone. En la actualidad, el motivo principal para acudir a sus libros es más histórico y político que literario. Su popularidad fue momentánea y otros escritores de mayor importancia merecen mejor el tiempo del lector. Antes que dedicar el tiempo a las novelas de éste, es mejor volver o descubrir a Svevo, Pavese, Lampedusa, Moravia y hasta Calvino.
Queda luego el juzgar con más o menos rigor hasta dónde llegó la supuesta traición de Silone. No hay duda que al parecer hubo una doble moral en una temprana edad de su adultez, de la que decidió apartarse y tomar refugio en la literatura. No es un caso único, y quizá para comprender mejor lo ocurrido hay que enfatizar en la época y las ventajas y desventajas de un compromiso literario demasiado cercano no a la vida sino a la política.
En buena medida, y hasta el momento puede considerarse un signo de avance, los europeos actuales están menos politizados que en las generaciones anteriores. Son otros tiempos y no sólo el fantasma de la guerra es un hecho casi olvidado. Tanto en Roma como en Madrid se aprecian algunos signos de la crisis actual, en los precios, la cantidad de viviendas disponibles y los altos índices de desempleo, pero también la vida en los cafés callejeros no se ha interrumpido y los locales y mesas al aire libre están ocupadas casi siempre y los jóvenes llenan los aviones en excursiones de verano. Un mundo que, indudablemente, le fue negado a Silone y sus contemporáneos durante su juventud y parte de su vida adulta.

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