Al lado de los dirigentes políticos, de los generales y miembros de los cuerpos represivos, de los funcionarios oportunistas, en Cuba han estado siempre —brindado su apoyo “desinteresado”— pequeños seres que no han obtenido grandes beneficios o privilegios, sino el placer de satisfacer sus rencores y envidias: los porteros que eran fieles guardianes a la puerta de los restaurantes y se complacían en no dejar entrar a nadie, pero que se inclinaban ante un uniforme verde oliva que ni siquiera se molestaba en mirarles; los encargados de distribuir los trabajos voluntariosentre sus compañeros de trabajo, mientras los miembros del Partido apenas se excusaban de no asistir debido a sus reuniones; los delatores de cuadra y los que asistían indolentes a gritar y ofender a quienes se atrevían a disentir del sistema. Si no llegaron más lejos en su bajeza, fue en muchos casos porque no se les pidió hacerlo.
Algunos de ellos un día marcharon al exilio y quizás nunca se han cuestionado que hicieron su pequeño mal de forma gratuita e injustificada. Son los que participaron en actos de repudio mientras aguardaban la llegada de un bote por el puerto del Mariel, los que aún hoy asisten a la manifestación del Primero de Mayo, mientras alientan en sus corazones la esperanza de ganarse una visa en la lotería de la Oficina de Intereses.
Muchos han continuado en el exilio esa senda oportunista, amparados en su conocimiento de las “reglas del juego”, siempre dispuestos a no arriesgar sus pequeños cargos, fieles a lo aprendido en las reuniones de la juventud comunista y presos del temor a perder privilegios logrados gracias a su servilismo.
Para tales seres, la ansiada “libertad” adquirida en el exilio no pasa de unas cuantas ventajas económicas. Practican un cinismo de café con leche, con el que intentan cubrir su cobardía. Son la explicación mejor de la permanencia del régimen de Fidel Castro. Jamás se arriesgaron a un desacuerdo y aprovecharon una circunstancia propicia para abandonar la Isla sin levantar sospechas.
Si ayer se proclamaban fieles partidarios de las ideas del Comandante en Jefe, hoy alaban a cualquier “líder del exilio” y se proclaman fanáticos de la libre empresa, cristianos de corazón y anticomunistas de nacimiento. Olvidan palabras, actos y cuna con la misma persistencia que antes persiguieron a sus compañeros.
Herederos de una tradición revolucionaria caricaturesca, son ellos una caricatura, no como una forma expresiva sino como una vulgaridad ramplona. Trazos mal hechos, seres deformados, existencias vanas.