El dictador Bachar el Asad está prácticamente desaparecido. La guerra aumenta a diario en Siria y la familia El Asad, que por 42 años ha gobernado el país, ve como su imperio se desmorona.
Mientras que la oposición siria asegura que el gobernante ha huido de Damasco para instalarse en la ciudad costera de Latakia, un consejero del mandatario informó de que El Asad se hallaba en el palacio presidencial, en Damasco, una ciudad casi paralizada, con las calles desiertas y casas y tiendas cerradas.
El Asad y sus secuaces están tratando de recuperar terreno mediante bombardeos indiscriminados y matanzas diarias, pero lo que resulta cada día más cierto es que su régimen no sobrevivirá mucho tiempo. Con el ejemplo de Libia presente, a lo mejor Bachar el Asad prefiere buscar refugio en Rusia.
De pronto la vida se ha tornado frágil para los hijos de los dictadores. Es un fenómeno nuevo que los debe tener sorprendidos. A diferencia de sus padres, que para llegar al poder tuvieron que luchar durante algún tiempo, dar un golpe de Estado o ascender a la cumbre mediante intrigas y asesinatos, los delfines se la tenían bastante fácil: una escolta constante no solo para proteger sino para soportar las peores majaderías, estudios en universidades y sitios privilegiados en los que nunca pudieron, a su edad, poner un pie sus padres y lo que vendrían a ser placeres sin límites, una frase banal pero verdadera. Cierto que existían rivalidades entre hermanos que a veces se resolvían con la muerte, pero esos eran simples problemas domésticos. La clave, en todo caso, era convencer a la figura paterna, porque en ocasiones no bastaba el simple hecho de ser el primogénito, y lo demás una dulce mezcla de halagos y habilidades. En ocasiones, un accidente, una muerte más o menos fortuita, un atentado o un misterio servían para que el lugar asignado originalmente para el primer hijo pasara a otro.
Por otra parte, los hijos no solo heredaban el poder a veces lo compartían con el padre y prolongaban las dictaduras. Ya se ha demostrado también que eso no funciona. En la etapa final de la Era Gadafi, no sirvió de nada la astucia de Saif el Islam, uno de sus hijos, ni la bestialidad de otro de ellos, Khamis, jefe de policía y de la Brigada Khamis, el núcleo duro de las fuerzas especiales..
Era un guión que se repetía casi sin modificaciones. El todavía gobernante sirio es un buen ejemplo de ello. Hijo del exdictador Hafez el Asad, Bachar estudió medicina en Damasco y luego en Londres, donde residió por un tiempo y ejerció como oftalmólogo. Pero esta vida holgada y sin graves alteraciones, aparentemente al margen de la política, parece que no era suficiente para él.
Al fallecer su padre, y tras la muerte accidental de su hermano, heredero de la presidencia del país, fue ascendido a general del Estado Mayor y Jefe Supremo de las Fuerzas Armadas. Nombrado candidato por el partido Baath para la presidencia de la República, fue elegido mediante referendo el 10 de julio de 2000. Como resulta común en estos casos, más que una elección fue una burla: candidato único de un partido único. Aunque al inicio existieron esperanzas de que adoptara un rumbo reformista, pronto se supo que su interés era solo continuar la política dictatorial de su antecesor.
Hay cierto empecinamiento en la historia y la política, que lleva a estas repeticiones. Tras largos años de poder absoluto, gobiernos totalitarios que parecían eternos se desmoronan en semanas, días, incluso horas. Las plazas en que por décadas se realizaron discursos en que se ensalzaba al dictador caen en manos de los opositores y son rebautizadas de inmediatos, los cientos, miles de carteles con la imagen del hasta entonces poderoso jefe de Estado son pisoteadas, escupidas, desechas en minutos.
Podrá demorarse más o menos, pero en la vida de muchos de estos dictadores llega el momento en que, como que se les agota la cuerda. No hay sucesión segura. Es más, se impone que los herederos piensen sobre la testarudez paterna, cuando aún es tiempo, y dediquen un momento a hacer las maletas.