
Obsesionado con la muerte, la posteridad y su destino final, el Emperador manda a elaborar una serie de grabados que representarán sus conquistas, sus súbditos y familiares. Los principales eventos de su vida mostrados en un amplio panorama. Trata de asegurarse que nunca será olvidado, que las generaciones futuras podrán conocer y admirar los vistosos carruajes, los complicados instrumentos musicales, las ponderosas armas. ¿Cuántos lograrán ver esa obra? ¿Él solo, varios príncipes, un grupo de cortesanos? ¿O estará ésta a la disposición de todos sus súbditos, incluso de quienes nunca lo conocerán, salvo por referencias en los libros y grabados? De momento eso no importa. Lo fundamental es que la obra exista. El mismo la concibe, y dicta a su secretario como debe ser ejecutada. Lo demás queda en manos de los artistas que con los años, sus riquezas y poder, ha reunido en su corte (Altdorfer, Durero, entre otros).
No estamos ante un testimonio.La parada que se exhibe en La Procesión Triunfal nunca tuvo lugar. Refleja más bien una de esas obsesiones en que un emperador romano germánico se identifica con la antigua Roma. Más en el caso de Maximiliano I de Habsburgo, empeñado en fabricarse una genealogía absurda, que incluye tanto a Julio Cesar como a Carlomagno, sin olvidar algunos santos.
La Procesión Triunfal es así una obra de arte, pero también un acto de propaganda. Un proyecto para la globalización de algo más que un reinado, un imperio que nunca logra desarrollar un sentimiento nacional, pero que fue capaz de definir una unidad religiosa y política en torno a un monarca.
Maximiliano I de Habsburgo, además, fascinado con la idea de la muerte, con el temor a fallecer. En los últimos cinco años de su vida viaja siempre acompañado de su ataúd. Invierte fuertes sumas de dinero en asegurarse que su legado le sobreviva.

Obra de propaganda, pero sobre la que hay dudas respecto a su objetivo. El conjunto de paneles tenía originalmente una extensión de más de cien metros de largo (382 pies). Se ha hablado sobre la posibilidad de la reproducción de los grabados, para ser colocados en las dependencias del imperio. Otros estudiosos consideran que se trataba de una pieza de
performance, en la cual la obra era desenrollada ante los espectadores. Se especula incluso que la idea original es que ese despliegue se hiciese solo para los ojos del Emperador, quien sentado, la contemplaría como un espectador de cine.
Los 54 metros remanentes de La Procesión Triunfal se exhiben en el museo Albertina de Viena. La última vez que parte de la obra había sido exhibida anteriormente fue en 1959. Es la primera vez que se muestra en toda su longitud, como un friso.