lunes, 3 de diciembre de 2012

Madrid, Madrid, ¿por qué nos has abandonado?



Cuando tras la desastrosa gestión del gobierno socialista de José Luis Rodríguez Zapatero el Partido Popular de Mariano Rajoy llegó al poder, el sector más anticuado del exilio cubano en Miami saludó con sonrisas y esperanzas el triunfo de la derecha en España. Hoy muchos de esos exiliados ven con amargura que, en lo que respecta a las relaciones con el gobierno cubano, La Moncloa ha cambiado poco. Se puede enfatizar que muy poco. Agregar que casi nada. Ir un paso más allá y repetir la afirmación del secretario de Estado para la Unión Europea, Iñigo Méndez de Vigo, quien asegura  que el “gobierno español está teniendo unas relaciones con Cuba mucho más fluidas que antes”.
El anuncio de que los ministros de Asuntos Exteriores de la Unión Europea acordaron iniciar trámites para negociar un acuerdo de cooperación con el gobierno cubano fue un pequeño balde de agua fría para ese sector del exilio, aunque se debe reconocer que, a estas alturas, en Miami no se espera mucho de Madrid.
El momento de mayor acercamiento de las estrategias europeas y norteamericanas para lidiar con La Habana ocurrió en diciembre de 1996, cuando promovida por el gobierno español de José María Aznar se adoptó la ''posición común'', que La Habana considera un ''obstáculo fundamental'' para el avance de las relaciones.
Si se recorren las fechas de los hechos, queda claro que dicha ''posición común'' fue en cierta medida la excusa perfecta que el gobierno de Bill Clinton buscaba para no poner en vigor el ahora casi olvidado acápite o capítulo III de la ley Helms-Burton, que permite a los norteamericanos demandar a las firmas extranjeras cuyos negocios con Cuba implican alguna forma de participación de propiedades o empresas confiscadas por el gobierno de la isla, desde un inmueble hasta una fábrica.
Este vínculo entre una ley norteamericana y una medida de la Unión Europea (UE) no se menciona o se ha olvidado en esta ciudad, donde por lo general las acciones políticas que llevan a cabo las naciones se reducen a un juicio fundamentado en la simpatía o el rechazo hacia los gobernantes de los países respectivos.
Así que Aznar sigue siendo considerado casi como un héroe de la reconquista española, mientras no se menciona que siempre ha estado opuesto al embargo norteamericano contra Cuba. Zapatero y Moratinos fueron por lo menos hijos de Satanás y Obama un comunista que quiere destruir Estados Unidos. Por su parte, el ex presidente Clinton recibe una y otra vez las peores valoraciones, y nadie recuerda que su gobierno desempeñó un papel en lograr que la UE adoptara esa ''posición común'' que ahora algunos lamentan pudiera desaparecer.
Una de las cuestiones que inciden en contra del mantenimiento de la actual política europea de supuesta presión política es que ésta tuvo, paradójicamente, un efecto "liberalizador" para el gobierno de Castro: un distanciamiento político que no afectó los vínculos comerciales ni paralizó por completo las inversiones, al tiempo que limitó las visitas gubernamentales y redujo los intercambios culturales. Las razones pueden haber sido válidas, pero los resultados fueron pobres o nulos.
Tras este argumento hay un hecho. En última instancia, se trata de abandonar una política que no se practica. Cada nación europea ha hecho sus propios arreglos con La Habana, la cooperación económica europea siempre ha sido limitada ⎯a los efectos de las necesidades de la isla y en comparación con lo que recibe del gobierno venezolano de Hugo Chávez⎯ y tanto Fidel Castro como ahora su hermano nunca se han sentido cómodos con Europa.
Durante los últimos años, han estado debatiéndose dos tendencias, una que busca una vuelta a la tradicional política europea hacia Cuba y otra más cercana a la postura norteamericana. No resultaba extraño que las naciones europeas más alineadas con Washington apoyaran el mantenimiento del status quo. También es comprensible que algunos países que se vieron obligados a girar en la órbita soviética, y ahora por gusto o vocación hacen lo mismo con respecto a Washington, sean quienes defienden con más fuerza la inmovilidad.
Lo que ocurre es que tanto el asumir el principio de condicionar la colaboración con la isla a un avance de la democracia, como la posterior imposición de sanciones tras la ola represiva de la ''Primavera Negra'' del 2003, resultaron poco efectivas. Esto sin olvidar que en la formación de la estrategia se tuvo en cuenta tanto el respeto de los derechos humanos como consideraciones comerciales y económicas. Se puede argumentar que la actitud de la UE ha tenido una buena carga de hipocresía, a lo que la respuesta más evidente —y también quizá más cínica— es que ello no resulta nuevo en Europa.
Lo peor, para ese exilio tradicional de Miami, es que malgasta sus limitadas energías en un ejercicio constante de lamentaciones y resentimientos, cuando en realidad lo que debería hacer, para su beneficio, es enfrentar su principal problema: la dependencia excesiva en factores externos para lograr sus objetivos. 
Publicado en El Nuevo Herald, 3 de diciembre de 2012.

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