Toda mafia implica, al mismo tiempo, lo tenebroso y lo cursi. Asesinatos y operaciones ilegales junto a la hipocresía familiar, los gestos grandilocuentes, las emociones sin freno; frialdad y aspavientos que se unen en una mezcla destinada a conservar el poder y la riqueza a cualquier precio. Las mafias de La Habana y Caracas no son ajenas a estos signos.
Quizá cuando se publique esta columna ya esté en ejecución pública el programa de transición post-chavista que en Cuba se diseña con tanto empeño. Para los venezolanos no sólo se trata de una humillación más: es la humillación mayor que se puede infringir a un pueblo. Definir los destinos de un país en tierra extraña, como si se tratara de una simple colonia.
Incapaz de avanzar en la producción de alimentos y todo tipo de bienes, el régimen cubano está empeñado en mantener su sobrevivencia mediante lo que podrían considerarse dos “enclaves coloniales”.
Uno se encuentra en Caracas. Venezuela le suministra el imprescindible petróleo. Otro radica en Miami, desde donde salen millones de dólares para Cuba en forma de remesas y viajes. Ambos se fundamentan en la exportación más exitosa del régimen: el envío de ciudadanos al exterior. Ya sea como fuerza de trabajo, fundamentalmente médicos, bajo contratos gubernamentales, o como simplemente inmigrantes que buscan fuera del país lo que este es incapaz de brindarle.
Mediante cambios en la política migratoria se busca garantizar que el envío de dinero desde el exterior vaya en aumento. Con el suministro de petróleo no parecía haber graves problemas, hasta que la enfermedad del presidente Hugo Chávez adquirió una gravedad que parece fatal.
Así que en estos momentos La Habana está empeñada en asegurar una sucesión chavista que, al tiempo que resulte efectiva, le mantenga los privilegios. ¿De qué depende ese éxito para la cúpula del poder en Cuba? De lograr un reparto que complazca, o al menos contenga, a las diferentes “familias” o capos, para que no se entren a tiros y pongan en peligro la estabilidad del mando en Venezuela. La oposición no cuenta, la ciudadanía no interesa. Lo único importante es ponerse de acuerdo en el reparto.
En eso de dirigir un reparto, de hacer componendas y manejar intrigas, los hermanos Castro son expertos. Es por ello que, de momento, el logro de una transición pautada desde La Habana parece garantizado. Esto se debe a que, al igual que viene ocurriendo en Cuba, el reparto de poder se garantiza mediante una estructura en que la familia como institución pasa de desempeñar un papel doméstico a jugar un rol político, donde la pertenencia se define por el apellido y no por los méritos. Al igual que los Castro en Cuba, los Chávez en Venezuela.
Sin embargo, hay una variación en el esquema. El hermano de Chávez, Adán Chávez, ex embajador en La Habana y actual gobernador del estado de Barinas, se mantuvo todo el tiempo como finalista, pero no llegó a la meta. De momento, el triunfo es para el vicepresidente de dedo y sucesor designado por Chávez, Nicolás Maduro. Se ha especulado sobre las razones para dejar fuera a Adán Chávez, y al parecer La Habana no es ajena a ellas, pero lo importante es que la transición no ha podido limitarse a la simple sucesión familiar, como en Cuba, y hay que permitirle a un capo formar una nueva familia: Maduro y Cilia Flores, la versión venezolana de los nicaragüenses Daniel Ortega y Rosario Murillo. Lo demás es darle una participación importante a un capo mayor, Diosdado Cabello; y al yerno del presidente y ministro de Ciencia y Tecnología, Jorge Arreaza, que ⎯¡ah, casualidad!⎯ es yerno de Chávez.
Así que para comprender la transición chavista fabricada en La Habana no hay que consultar análisis políticos, sino dedicar el tiempo a una labor más amena y provechosa: ver un par de películas norteamericanas, especialmente la saga de El Padrino.
Sólo que un ejercicio tan burdo no puede realizarse sin, por otra parte, al mismo tiempo brindarle un entretenimiento al pueblo: alimentar un fervor convertido en fanatismo, explotar la lastima frente a una enfermedad fulminante en una persona relativamente joven y sembrar el miedo sobre un posible estallido de violencia y caos.
“Llegó, junto a su compañera, la Procuradora de Venezuela, Cilia Flores. Ella con un sencillo atuendo deportivo, como quien viene de caminar por esa maravilla para los andantes que es el oeste de la capital cubana. Él, con una fresca combinación, mitad camisa, mitad guayabera, medio verde, medio azul, con pantalón de caqui oscuro y mocasines anchos de usarse”. Son palabras de la “periodista” cubana que entrevistó a Maduro para la cadena Telesur. También, como parte de ese mecanismo de adormecimiento, la expresión cursi. Los venezolanos no merecen tanta infamia.
Esta es mi columna, que aparece en la edición del lunes 7 de enero de 2013, en El Nuevo Herald.