domingo, 24 de febrero de 2013

Actor de reparto



La gran jugada política de Raúl Castro este domingo, en la Asamblea Nacional del Poder Popular, ha sido echar a un lado a  José Ramón Machado Ventura y a Ramiro Valdés Menéndez. Y lo ha hecho con el respaldo de Fidel Castro. Como suele ocurrir casi siempre con el proceso conocido como Revolución Cubana ⎯no tiene sentido en esta ocasión cuestionar el nombre sino simplemente usarlo⎯, durante las últimas décadas, ha sido un acto de una enorme importancia y al mismo tiempo de una pasividad inquietante. A estas alturas no deja de asombrar la capacidad de control que sobre el país mantienen los hermanos Castro.
Raúl ha inaugurado no solo el preámbulo de una transición posible, eso es lo que se cansarán de repetir los analistas y periodistas, sino dado el primer paso hacia la posible vuelta de un “hombre fuerte” en Cuba, esa figura capaz de dirigir al país en las sombras, sin necesidad de acceder a la presidencia o luego de haber estado en ella. Asombra e irrita que tras tantos años ahora el raulismo vaya a terminar en una forma de “batistato”. Ya existían señales de la adopción de este rumbo, en la esfera represiva, pero no un planteamiento institucional que abriera esta posibilidad en un futuro más o menos cercano. Por supuesto que hay un factor biológico que puede dar al traste toda esta elaboración, pero lo importante aquí es la existencia de un plan: un camino para vestir al totalitarismo de dictadura, que en primer lugar les tira por la borda algunos argumentos a los políticos, legisladores estadounidenses, y hasta al presidente de turno de este país.
Mientras se podrán discutir las similitudes con los modelos chino, vietnamita e incluso ruso, la esencia de la sucesión ha comenzado a presentar posibles escenarios que ya la nación cubana ha vivido con anterioridad. El avance se presenta también mirando al pasado. No hay que dudar que Raúl Castro dejará la presidencia, lo que no garantiza que abandone por completo el mando, la tutela y el control en sus dimensiones más fundamentales, y se convierta en una especie de “hombre fuerte”, en el mejor estilo latinoamericano y caribeño. Juzgando por la legendaria longevidad de la familia Castro, no hay que descartar del todo esa posibilidad. Todo depende de hasta dónde pueda establecer un modelo pautado que garantice una permanencia estructural a esa amalgama económica, política y social que intentará desarrollar en los próximos cinco años.
En cuanto a la táctica, la jugada ha sido fulminante. Como suele ocurrir en el cine, especialmente en el cine norteamericano y en particular durante la Época de Oro de Hollywood, hay actores secundarios y de reparto que siempre fueron muy buenos, pero que nunca llegaron a papeles estelares. El ejemplo surge en la noche de entrega de los Oscars, pero es adecuado para definir una vida que con paciencia cree esperar su turno en la cumbre y nunca llega.
Más que en el caso de Machado Ventura, que en cuerpo y alma identifica una función segundona, Ramiro Valdés es el perdedor no de una estatuilla sino de un papel protagónico. Finalmente los Castro aparentan dar luz verde a una sucesión, llevar a la práctica aquello anunciado hace años por Fidel Castro en la Universidad de La Habana, cuando advirtió que la revolución podía ser destruida por ellos mismos, los dirigentes del momento, pero lo han hecho sin mirar a los lados, sino simplemente abajo. Con Miguel Díaz-Canel Bermúdez, de 52 años, se inicia el camino del relevo, el fin de los “históricos”, aquellos que aspiraron, se ilusionaron y nunca pudieron, como “Ramirito”.

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