De todos los pasos predecibles dados por
la Asamblea Nacional del Poder Popular en Cuba, el nombramiento como
vicepresidente primero de Miguel Díaz-Canel Bermúdez, de 52 años, es el que más
comentarios desatará en la prensa. No porque tenga algo de novedoso ⎯desde que acompañó a Raúl Castro a la cumbre CELAC-UE en Chile, y
antes presidió la delegación cubana de apoyo a Chávez en Venezuela, quedó claro
que sería el designado⎯ sino porque
representa la respuesta del gobernante cubano frente al inicio de la imprescindible
sucesión de mando que el domingo acaba de arrancar en Cuba.
No hay que restarle importancia al hecho.
La presencia de Fidel Castro en la sesión parlamentaria no fue solo un
espaldarazo a los cambios económicos que intenta llevar a cabo su hermano, sino
también el cuño de aprobación a este ⎯otro más⎯ proceso
sucesorio. Quizá también un mensaje de despedida. Pero más allá de señalar el
inicio de esta suceción, poco puede agregarse. Díaz-Canel no es un misterio ni
un enigma, sino simplemente un desconocido, y lo seguirá siendo en un futuro
inmediato. No quiere decir esto que su figura no haya sido mencionada cada vez
con mayor relieve, y lo será más a partir de ahora. Lo que se desconoce es lo
que haría si en algún momento lograra llegar al poder verdadero en Cuba, a la
sombra de los hermanos Castro pero sin la presencia de estos.
Algo quedó claro el domingo. Si bien la
elite histórica de la revolución continúa manteniendo una cuota elevadísima de
poder, queda fuera de la transición. Tanto la biología como la legitimización
de origen termina en los Castro. Ni imaginar un gobierno con Ramiro Valdés como
sucesor, para poner simplemente un ejemplo. El plan no es nuevo y ahora es
evidente que era lo que tenía en mente Raúl Castro al seleccionar una figura
tan oscura como José Ramón Machado Ventura para vicepresidente primero durante
su mandato inicial. Ante la opacidad de Machado Ventura, no hay que dudar que
muchos analistas, inclinados o no a favor del régimen cubano, saludarán con
vítores o benevolencia al nuevo designado.
Así que los pretextos para la alabanza en
el exterior están garantizados y las especulaciones sobre si Díaz-Canel
representa el nuevo rostro del castrismo no se harán esperar.
Más allá de entretenimiento y
justificación, las conjeturas serán anticipadas ⎯por supuesto que este artículo no está libre de ese pecado⎯ y los resultados del nombramiento poco predecibles.
Se puede decir que hay algunos aspectos
en la biografía de Díaz-Canel que justifican la preferencia de Raúl: no es
habanero, estuvo en las fuerzas armadas cubanas, fue dirigente de la Unión de
Jóvenes Comunistas y primer secretario del Partido Comunista en la oriental
provincia de Holguín y ministro de Educación Superior. Tiene lo que en Cuba se
llamaría “una buena presencia”, claro está, para los estándares de la Isla. Es
además graduado de ingeniería electrónica. Su falta de carisma y pobre oratoria
parecen haber jugado a su favor y no en contra, durante los 30 años que le tomó
su ascenso al primer círculo del poder en Cuba. Pero si todos estos datos
identifican un perfil de miembro de un aparato político y administrativo, en el
cual ha ascendido en buena medida gracias a la obediencia, poco dicen sobre la
persona. El ser destacado y al mismo tiempo no destacarse que constituye la
carta de triunfo de quienes danzan ese difícil equilibrio, como son el
canciller Bruno Rodríguez y Díaz-Canel.
A través de los años, los delfines elegidos por Fidel Castro tuvieron un ascenso meteórico y una corta duración. Raúl Castro se ha caracterizado por esperar más tiempo, a la hora de seleccionar, y por una mayor constancia con sus favoritos. Precisamente es el tiempo quien
ahora juega a favor del nuevo vicepresidente, pero no se trata solo de una
paciente espera sino de un país sumido en perenes dificultades.
Por lo demás, la Asamblea Nacional hasta
el momento ha transcurrido con la precisión de un guión anunciado: Raúl Castro
fue ratificado como presidente del Consejo de Estado y del Consejo de
Ministros.
También fueron elegidos cinco
vicepresidentes, el secretario y 23 miembros del Consejo de Estado, de ellos 17
de nueva elección y 13 mujeres. Ocupan las vicepresidencias, además de Machado
Ventura y Valdés Menéndez, Gladys Bejerano, Mercedes López Acea y Salvador
Valdés Mesa. Homero Acosta fue reelecto como Secretario.
“Los restantes 23 integrantes del Consejo
de Estado representan a la generación histórica, dirigentes del estado, cuadros
principales de la UJC y las organizaciones de masas, representantes de los
órganos del Poder Popular, directivos de empresas, científicos e
intelectuales”, de acuerdo a la información en Cubadebate.
Para finalizar, una nota de color: a
partir de hoy Esteban Lazo Hernández preside ese organismo que se reúne un par
de veces al año y se dedica a la aprobación sin replica. Poner a un miembro de
la raza negra al frente de la institución no se limita al intento torpe de
tratar de oscurecer el racismo prevaleciente en el país. Es también una señal
de esa eterna dependencia de lo que ocurre en Estados Unidos. A partir de
ahora, el régimen de La Habana podrá replicar que también en Cuba los miembros
de la raza negra llegan a las mal altas posiciones políticas y gubernamentales.
Solo que en la isla el cargo de presidente de la Asamblea Nacional del Poder
Popular no pasa de ser un ornamento.