jueves, 21 de febrero de 2013

Error de lista



Washington debe sacar a Cuba de la lista de los países que apoyan o amparan el terrorismo. Esta acción no debe considerarse como algo a negociar con La Habana, tampoco debe ser la consecuencia de algún gesto por parte del gobierno de la isla. Se trata de enmendar un error.
Desde hace años no se conoce que en la Plaza de la Revolución se elaboren planes ni se brinde apoyo a los grupos que realizan atentados terroristas por todo el mundo. No hay denuncias al respecto ni declaraciones de países que sustenten el criterio de que el gobierno cubano apoya o promueve el terrorismo. Solo en Miami se utilizan afirmaciones de este tipo.
Esto debe decirse con independencia de la mucha, poca o ninguna simpatía que se tenga hacia los hermanos Castro. Tampoco tiene nada que ver con la valoración respecto a la falta de democracia en esa nación, los derechos humanos o la represión a los disidentes. Se trata de algo muy simple: la definición empleada para incluir a un Estado en dicha relación no se ajusta a la realidad cubana.
Por demasiado tiempo en esta ciudad el desprecio a la inteligencia del ciudadano se ha cubierto con expresiones altisonantes. Las emociones se explotan para doblegar a los que desacatan y satisfacer a quienes disfrutan de la comodidad en el rebaño. Decir que en la actualidad Cuba no realiza ni promueve actos terroristas ha chocado contra las fórmulas inquisitoriales establecidas para intimidar a quienes se apartan de lo que se considera la “línea dura del exilio”, impuesta por quienes controlan determinadas parcelas de la opinión ciudadana. Sujetos que se disfrazan de guías y representantes de la comunidad exiliada, y no son más que censores de café con leche. Aprovechados y fanáticos por igual, listos y locos, han creado un círculo vicioso de inutilidad y engaño. Ahora el gobierno de Barack Obama tiene la oportunidad de romper ese círculo, si no en un sentido general en Miami, al menos en lo que respecta a esta nación. Y eso es lo importante: Estados Unidos y no una cuantas calles de esta ciudad, donde titiriteros y asesinos pueden pasearse a sus anchas.
Cabe preguntarse las razones que llevaron a la administración norteamericana a colocar a Cuba en la lista de naciones que favorecen el terrorismo, y la respuesta también es muy simple: para complacer al sector más recalcitrante del exilio de esta ciudad, que durante ocho años logró trasladar la Casa Blanca a La Pequeña Habana en algunas decisiones menores. De esta forma, si Estados Unidos sabía que la isla no constituye una amenaza militar, y tampoco existía el menor interés en tomar acción alguna que pudiera aumentar la tensión en la sociedad cubana, crear el caos y amenazar con un éxodo, como tampoco voluntad para impedir las ventas de los granjeros norteamericanos, algo había que hacer para que esos votantes fieles mantuvieran en alto su fervor republicano.
Más allá de durante años dificultar o impedir la entrada en este país de músicos, escritores y profesores procedentes de la isla, los resultados prácticos de la colocación de Cuba en el listado han sido pocos, debido a la gran cantidad de restricciones existentes en los nexos entre ambas naciones.
Debe destacarse además que es imposible someter a todos los países a los designios de Washington. Así lo indica el sentido común. Y solo los fanáticos no toman en cuenta el sentido común.
Durante décadas, en Miami hemos conocido muchas muestras de falta de sentido común. No han faltado en ese tiempo desde programas de televisión sobre la existencia de un programa de armas biológicas ofensivas, desarrollado por La Habana, hasta conferencias y artículos empeñados en preservar la visión imperante en la guerra fría. Pero estos cuentos siempre han chocado con la misma piedra: la carencia de pruebas objetivas divulgadas que disipen las dudas. La evaluación de los expertos nunca ha sido concluyente. Los testimonios de quienes supuestamente han conocido estos planes y luego roto con el régimen no han podido ser verificados de forma independiente, al menos de acuerdo a las informaciones publicadas. Tampoco se conoce que el gobierno estadounidense haya adoptado medida alguna al respecto.
Nada de lo anterior, sin embargo, detiene a dos o tres “expertos”, algún que otro ex agente de la inteligencia cubana, que siempre dejan la sospecha de exagerar sus conocimientos o incluso su cercanía a las esferas de poder en Cuba para mantener su presencia en la televisión local y una andanada de historiadores del patio, cronistas improvisados y analistas de guaraperas que pretenden dedicarse a testimoniar el pasado cuando lo que hacen es tratar de asegurar su presente.
Quienes proclaman la supuesta amenaza que representa para EEUU el régimen castrista chocan contra un par de verdades que convierten a sus argumentos en gestos ridículos. Una es que en las últimas décadas La Habana no ha estado interesada en agredir a la nación norteamericana. La segunda es que ambas naciones, pese a sus tremendas diferencias políticas, siempre han hecho lo necesario para impedir la verdadera amenaza, que consiste en crear una situación de confrontación a partir de supuestos falsos, y que ésta degenere en una crisis que se convierta en un peligro real: guerra civil en la isla, éxodo masivo, inestabilidad política a 90 millas de las costas de la Florida. La Casa Blanca no ha mostrado la menor disposición a tomar en cuenta los gritos de alarma de ciertos exiliados y actuar en consecuencia. Todo lo contrario.
En este segundo período del gobierno de Barack Obama, en que éste no depende de gestos electorales, donde además ya en dos ocasiones demostró que para triunfar en las urnas y llegar a la presidencia no es necesario el voto mayoritario de la comunidad exiliada cubana, se puede esperar una política sobre Cuba más ajustada a la realidad. Hay también una figura clave en el Departamento de Estado para lograrla: John Kerry. Está por verse si pondrá en práctica esta política y un enfoque más adecuado a la realidad latinoamericana.

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