martes, 19 de febrero de 2013

La Nueva Ola y entonces



Ninguna corriente cinematográfica tuvo mayor influencia entre los estudiantes universitarios cubanos de las décadas de 1960 y 1970 que la Nueva Ola, esa forma de hacer cine que respondió más a la voluntad y el empeño de un grupo de realizadores franceses que a estética alguna, pero que terminó definiendo lo que en muchos países se consideró un movimiento cinematográfico.
Si el neorrealismo está en el origen de las primeras producciones del ICAIC y el cine norteamericano es el primero en el gusto del público —y luego en la añoranza por las películas que no se veían—, la Nueva Ola fue una definición para considerarse intelectual por entonces en Cuba.
El 10 de enero de 1959 se estrenó en París El bello Sergio, de Claude Chabrol, y la fecha marca el nacimiento oficial de un movimiento que no sólo tuvo repercusiones en todo el mundo, sino que también definió una manera de ver el cine, una actitud hacia la crítica cinematográfica y hasta una forma de enfrentarse a la vida.
A diferencia de los movimientos cinematográficos anteriores ―neorrealismo, expresionismo― la Nueva Ola no fue tanto una estética como una toma de posición, o mejor aún: una toma de poder. No por gusto se caracterizó por ser un movimiento juvenil, en una época en que los jóvenes pensaban que había llegado su momento.
Ese grupo de realizadores franceses, que hicieron películas disímiles y concretaron una estética fundamentada en un par de artículos, una revista (Cahiers du cinéma) y la adopción de los criterios de un crítico, al que algunos debieron ver como un padre, pero también como un viejo (André Bazin), repercutió en Cuba, y entre quienes estudiábamos en la Universidad de La Habana a más de veinte años del surgimiento de la corriente, ―cuando ésta ya estaba agotada desde el punto de vista creativo— principalmente por dos motivos: un libro y una revolución.
El libro fue Un oficio del siglo XX, de Guillermo Cabrera Infante, que entonces era una especie de Biblia prohibida pero mencionada a diario. La revolución, el proceso que permitió que las películas de la Nueva Ola fueran vistas como ''novedosas'' proyecciones en los cine-clubs cuando realmente habían dejado de serlo. Sin poder ver buena parte del cine que se estaba haciendo en el mundo por aquel entonces, disfrutamos de aquellas películas como si viviéramos en los años cincuenta. Más que cintas de cinematecas, eran verdaderos estrenos.
Estas circunstancias no deben, sin embargo, hacer perder de vista lo más importante. Por encima de la anécdota cubana, está la calidad de un grupo de películas que superaban a buena parte de la producción mundial de entonces. No más de diez, quizá hasta quince, pero que en la mayoría de los casos justifican el recuerdo, más de treinta años después de vistas, a cincuenta de haber sido hechas. El resto es historia del cine.

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