El lujo parece haber regresado a la isla,
no sólo como parte de los privilegios de la élite política sino para disfrute
de algunos ciudadanos particulares, que están aprovechando para enriquecerse,
tanto de los pequeños cambios producidos en el país como del caos imperante.
Pero vale la pena preguntarse si se trata de una avanzada en la vuelta al
capitalismo o solo una situación temporal, que más que una señal de cambio es
un indicador de la inseguridad social y económica.
Un cable de la agencia AFP señala que el
lujo reaparece tímidamente en Cuba, tras medio siglo de igualitarismo y
austeridad, gracias a las reformas económicas del gobernante Raúl Castro.
La información menciona que por las
calles de La Habana se ven vehículos Audi, Mercedes Benz, BMW y Hummer que pertenecen
a particulares. Agrega que hay restaurantes que venden platos de tortuga o
ciervo, que no figuran en la carta, porque su venta es ilegal, sino que se
ofrecen verbalmente a clientes habituales. También describe la existencia de gimnasios
que cobran a sus socios una mensualidad anual de al menos 700 dólares, así como
la posibilidad de pasar la luna de miel en un hotel de cinco estrellas.
En gimnasios de hoteles de cinco
estrellas de La Habana, ahora solo la mitad de los usuarios son huéspedes
extranjeros.
“De los socios, son más los cubanos que
los extranjeros” residentes, dice a la AFP el entrenador del gimnasio de un
hotel de una cadena española.
En los hoteles también hay clases
privadas de tenis (10 a 15 dólares la hora), a las que asisten cada vez más
cubanos, tanto adultos como niños, ya no sólo huéspedes extranjeros.
La oferta de estos establecimientos ya no
está dirigida exclusivamente a extranjeros, sino también a cubanos con mayores recursos
económicos, con dinero suficiente para darse esos lujos, de acuerdo a los
estándares de Cuba.
Es posible que en algunos casos se trate
de dinero proveniente de Miami, sea mediante remesas familiares o a través de
las visitas, en las que resulta usual que los familiares que viven en el
exterior aprovechen la ocasión para llevar a sus parientes de la isla a
restaurantes y hoteles que están fuera de su alcance.
Sin embargo, a pesar de la falta de
cifras concretas, el volumen de los negocios independientes del Estado y los trabajos
por cuenta propia permite afirmar que en la esfera privada ya se están
produciendo historias de éxitos en que las ganancias superan los niveles de
supervivencia y permiten una acumulación de capital.
La cuestión aquí es si el régimen de La
Habana va a permitir el continuo crecimiento de este sector, sin otro freno que
las excesivas tasas tributarias y las repetidas inspecciones, formas de control
que son habitualmente violadas debido a la corrupción imperante en el país.
En este sentido, estas señales de lujo
—que por otra parte en muchos casos no rebasan el nivel anecdótico y no están
ampliamente extendidas, lo cual no impiden que sean un indicador del inicio de
un cambio social— serían también una muestra de desconfianza e inseguridad: un
vivir al día lo mejor posible, sin perspectivas de futuro.
En la práctica en Cuba hay dos modelos de
supervivencia en competencia. Por una parte la economía socialista clásica, que
combina la propiedad estatal con la coordinación burocrática, no importa lo
disfuncional que sea su labor. Por la
otra, una economía capitalista elemental, que une la propiedad privada con la coordinación
de mercado.
Uno de los aspectos negativos de la
mezcla de ambos sistemas en una misma nación es el aumento del desperdicio de
recursos. Mientras que un sector privado vive constantemente amenazado en un
sistema socialista, al mismo tiempo se beneficia de un aumento relativo de
ingresos al poder fácilmente para satisfacer necesidades que el sector estatal
no cubre.
Sin embargo, buena parte de esos
cuentapropistas y propietarios de restaurantes y cafeterías no están motivados
en acumular riquezas y darles un uso productivo, debido a que la existencia
prolongada de su empresa es bastante incierta. Como resultado, muchos emplean
sus ingresos en un mejoramiento de su nivel de vida mediante un consumo
exagerado.
Esta actitud y conducta no difiere de la
del burócrata que sabe que sus privilegios y acceso a bienes y servicios
escasos dependen de su cargo.
Aunque las agencias de noticias gustan de
enviar informaciones en que se muestra la mejora casi cotidiana de los
establecimientos privados más visibles, en especial los restaurantes conocidos
por “paladares”, lo que impera en la isla son actividades propias de una
economía informal en que impera la sobrevivencia, junto a otras ilícitas que
caen dentro del mercado negro y la corrupción.
Está por verse si esas tímidas
manifestaciones, de lo que podría considerarse lujo para la mayoría de los
cubanos, contribuirán al desarrollo del capitalismo o se quedarán en un simple
alarde del momento.
Esta es mi columna de los lunes en El Nuevo Herald.