Durante décadas en Cuba, el uso
operativo de consignas, frases, discursos y hasta siglas no formó parte
de la superestructura ideológica —tal como lo enunciaba el marxismo
tradicional— sino se integró al acontecer nacional e internacional como motor
económico y al mismo tiempo parte del desastre administrativo. La ideología era
parte de la estructura. Esto comenzó a cambiar desde la llegada de Raúl Castro
a la presidencia.
Tras la desaparición
de la Unión Soviética, el sistema cubano colocó en primer lugar al nacionalismo
en su escala de valores, el cual ha venido a sustituir al marxismo leninismo
como fundamento o sostén. No es que el uso y abuso a la apelación nacionalista
no existiera antes; tampoco se trata de argumentar la falsedad de ese soporte o
lo tergiversado del término cuando lo aplica el gobierno de La Habana. Lo
importante aquí es señalar que el régimen se vio en la necesidad de insistir en
la existencia de una base ideológica —que iba mucho más allá de una
justificación o derivado de factores estructurales y económicos, y constituía
su esencia— y también hacer énfasis en el éxito obtenido con ese paradigma, a
los efectos de la sobrevivencia del modelo cubano.
Una ideología que
sirvió de ejemplo a imitar, esquema de importación y coyuntura importante a los
efectos de una confrontación mundial que se caracterizó no por la disputa entre
naciones sino por el enfrentamiento entre dos sistemas.
En este sentido,
tanto la Unión Soviética como la Venezuela de Chávez sirvieron como medios de
sustentación de un objetivo político y económico. Lo curioso del caso es que,
en el momento en que parecía agotada la confrontación ideológica, el régimen de
La Habana encontró un reverdecimiento político en donde, con anterioridad, sus
fines y principios habían fracasado una y otra vez: Latinoamérica.
De enclave
geopolítico para los soviéticos pasó a factor de legitimidad, dentro de la
izquierda radical, para Hugo Chávez.
Al mismo tiempo, reconquistó
no tanto un factor de movilización —ya que esta capacidad está asegurada,
incluso por medios mecánicos desde hace mucho tiempo— sino de unidad en una
cuestión política bajo el disfraz de disputa familiar: la campaña por el
regreso del niño Elián a Cuba (campaña, por otra parte, que siempre fue jugar
al seguro, porque en ningún momento Washington se opuso al regreso del menor
junto a su padre).
Con estas dos
conquistas, en el terreno nacional e internacional, Fidel Castro coronó su
mandato hasta enfermarse.
Lo demás ha sido
una preparación para un “posfidelcastrismo”, en que poco a poco se relega la
ideología y se impone una realidad simplemente económica.
No importa que,
de momento, continúe la ayuda venezolana y que se siga proclamando el nacionalismo
como razón de ser del país. Cuba avanza —o retrocede— hacia un país donde cada
vez más la sustentación doctrinaria se encuentra en una especie de limbo o se
encierra en la burla.
Lo importante del
proceso de actualización, reforma o cambio del sistema cubano es que avanza
―con mayor o menor lentitud― a través de un derrumbe de barreras. Pero cada
barrera que cae no significa, para el gobierno, una liberación. Es más bien un
nuevo reto. Y los retos son cada vez mayores. Se busca en ocasiones posponerlos
o esquivarlos; en otras ignorarlos y, por último, reírse de ellos: tirarlos a
relajo, para decirlo en buen cubano.
Pesimismo y soluciones infantiles
En fecha reciente
hubo un ejemplo de esas situaciones en que la propuesta de remedio más parece
una burla que una solución posible.
Raúl Castro hizo
un llamado a su ejecutivo para no dejarse vencer por el “pesimismo” y enfrentar
las adversidades con “resistencia”, en una reunión del consejo de ministros que
analizó temas de la economía cubana.
Ya el hecho de
que el gobernante de Cuba tenga que hacer una advertencia contra el pesimismo
en el consejo de ministros resulta insólito.
En la época de
Fidel Castro un llamado de este tipo podría oírse en la Plaza de la Revolución,
durante un discurso o una arenga pública. Esa especie de llamada al orden
quedaba para hacérsela al pueblo, no a los colaboradores más cercanos.
Eso de admitir,
al menos la posibilidad, de que sus ministros no tuvieran el espíritu en
alto —la “moral combatiente”, llena de
ilusiones en el futuro— no entraba en la agenda de Fidel Castro. Antes los
destituía, se los quitaba de en medio, no volvía a oír de ellos, y mucho menos
verlos.
Raúl Castro
invierte los términos. Advierte primero a los que tiene más cerca, para no
tomarse el trabajo de tener que decírselo a toda la población. Ya los otros
(los advertidos) lo harán por él.
“No nos
contaminemos de pesimismo. Si trabajamos bien, todo tiene solución”, afirmó
Castro en la sesión de ministros celebrada el 15 de marzo en La Habana, informó
el diario Granma.
No hay que ser
experto para conocer la razón que origina esta información: el fantasma de Hugo
Chávez recorre la isla.
Esta es la parte
rara y fea de la noticia. Ahora viene lo insólito:
Granma indicó que el mismo día de esa junta, el gobernante Castro invitó a sus
ministros y a los miembros del Consejo de Estado y de la cúpula del Partido
Comunista de Cuba a presenciar una obra teatral infantil por cuyo contenido
consideró parte de su “preparación política y cultural”.
Según el diario,
Castro advirtió que la obra Y sin embargo
se mueve, de la compañía La Colmenita, convida a “buscar siempre la verdad,
a creer en los sueños, a no claudicar aunque otros insten a ello, a defender
con valentía nuestros puntos de vista a pesar de no coincidir con la [sic] de
otros”.
Uno se pregunta
si el cinismo de Raúl Castro ha llegado a un grado tal que se burla de su
equipo de Gobierno, y los considera simples marionetas; si es que los pocos
años en el gobierno diario de la isla lo han convertido en una réplica de menor
tamaño de su hermano; si simplemente ha decidido tirar a relajo lo que, según
él, es su último período de mandato.
Congreso espiritista
Hay otro ejemplo
aún más reciente.
Este fin de
semana se celebró en La Habana el Séptimo Congreso Espiritista Mundial, una reunión en que participaron al menos mil delegados de 24 países.
El evento se
celebró bajo el lema de “Ponle corazón al espiritismo de Cuba”, pero no todo
fue pura espiritualidad en las reuniones.
Los delegados
también rindieron homenaje al fallecido presidente venezolano Hugo Chávez, que
recibió un atronador aplauso cuando se dijo que “su espíritu nos acompaña”. Por
su parte, Olga Salanueva, esposa de René González, uno de los espías que cumple
condena en Estados Unidos, pidió la solidaridad del movimiento espiritista
internacional en la petición a Washington para que sea liberado.
El recién electo
presidente de la Federación Espírita Brasileña, César Perri, dijo a la agencia
de noticias Prensa Latina que pidieron a sus espíritus que concluya el embargo
norteamericano a Cuba, “un país que conocemos y queremos, y donde el pleno
ejercicio de la libertad religiosa es una de las razones por las cuales estamos
celebrando este congreso en La Habana”.
La utilización o
el aprovechamiento de las organizaciones más disímiles con fines de propaganda
no es nuevo en Cuba. Tampoco lo fue durante la guerra fría. Agrupaciones como
el Consejo Mundial de la Paz nunca pasaron de ser un frente para los comunistas.
No se trata de establecer comparaciones, sino de mencionar ejemplos históricos.
Lo que
caracteriza a la actual etapa cubana es la reducción en el nivel —podría
decirse en la calidad— de los simpatizantes a utilizar. Tras el 1 de enero de
1959, el nombre de Allan Kardec pasó a ser solo un recuerdo de los viejos
anuncios en las revistas Carteles y Bohemia. En Cuba está ocurriendo que, de
un consumo excesivo de ideología, el país se refugia con cada vez mayor
frecuencia en el oscurantismo.
Al mismo tiempo,
el referir este evento entre espiritistas a una muestra de “libertad religiosa”
en la isla es un argumento bastante burdo.
No es negar que
en Cuba se ha logrado un avance en el derecho individual e institucional a la
práctica religiosa. Es aclarar que este avance tiene un concomitante político.
Si bien en Cuba
existen 574 centros espiritistas reconocidos, además de un considerable grupo
que aún se encuentra en proceso de legalización, otros grupos religiosos han
enfrentado problemas o dilaciones a la hora de legalizar sus cultos.
Un informe de la
agencia misionera británica Christian Solidarity Worldwide, expresa que en 2012
el Gobierno cubano “intensificó” su ofensiva contra la libertad religiosa y
ordenó al menos 120 actos represivos contra grupos religiosos protestantes.
El informe
denunció las presiones de las autoridades y una serie de acosos sistemáticos
contra iglesias de origen metodista, pentecostal y bautista. Asimismo deploró
la negativa del gobierno cubano de permitir actividades comunitarias de sus
feligreses y reuniones de grupos como el llamado Movimiento Apostólico.
Un proyecto agotado
El proyecto
revolucionario está agotado, pero los mecanismos de supervivencia permanecen. Este afán de sobrevivir genera
tanto caos y violencia —que atentan contra la población hacen dudar sobre un
mejor destino para la nación— como desilusión, apatía y cinismo, que se expresan
de las maneras más diversas: desde la superficialidad hasta el fanatismo
Cuba sigue siendo
una excepción. Se mantiene como ejemplo de lo que no se termina. Su esencia es
la indefinición, que ha mantenido a lo largo de la historia: ese llegar último
o primero para no estar nunca a tiempo. No es siquiera la negación de la
negación. Es una afirmación a medias. No se cae, no se levanta.
Cualquier
estudioso del marxismo que trate de analizar el proceso revolucionario cubano
descubre que se enfrenta a una cronología de vaivenes, donde los conceptos de
ortodoxia, revisionismo, fidelidad a los principios del internacionalismo
proletario, centralismo democrático, desarrollo económico y otros se mezclan en
un ajiaco condimentado según la astucia, primero de Fidel Castro y ahora de su
hermano.
No se puede negar
que en la isla existiera por años una estructura social y económica —copiada
con mayor o menor atención de acuerdo al momento— similar al modelo socialista
soviético. Tampoco se puede desconocer la adopción de una ideología
marxista-leninista y el establecimiento del Partido Comunista de Cuba (PCC)
como órgano rector del país. Todo esto posibilita el análisis y la discusión de
lo que podría llamarse el “socialismo cubano”.
Sin embargo, este
análisis es solo una fracción necesaria a la hora de comprender una realidad
simple y compleja a la vez.
Raúl Castro ha
intentado reanimar ese proyecto partidista, desde el punto de vista
administrativo y político, pero en lo ideológico se ha limitado a desestimar el
esquema trazado por su hermano —con todos sus vaivenes e incongruencias— para dejar
un limbo que se busca llenar con frases del momento. Por supuesto que no es
para sentir nostalgia por la verborrea fidelista, aunque tampoco vale la pena
sustituirla ahora por la Ouija chavista.
Este trabajo también aparece en Cubaencuentro.