Los zapatos del pescador vuelven a estar de moda. Desde que Benedicto XVI anunciara su renuncia al Pontificado, los aspecto más diversos de su vida y trayectoria papal han sido comentados por la prensa, y ni sus zapatos se han visto libres del escrutinio.
Aunque en alguna ocasión su predecesor, Juan Pablo II, utilizó zapatos rojos, el calzado se ha convertido en algo distintivo en Benedicto XVI. Sin embargo, su llamativo color no obedece a un capricho estético. Se trata de una tradición que entronca con los emperadores de Bizancio, explica el periódico español ABC.
Según recoge la historia, en el Imperio Bizantino el color rojo simbolizaba el poder y sólo el emperador, la emperatriz y el Papa estaban autorizados a llevarlo en sus vestimentas. Al mismo tiempo, para la Iglesia católica el rojo cereza ha simbolizado siempre la sangre de los mártires que dieron su vida por Cristo.
Agrega ABC que Benedicto XVI se ha caracterizado por recuperar muchas de las antiguas vestimentas de los papas, como la esclavina, la capa que cubre los hombros. Los zapatos rojos, entonces, formaron parte de ese propósito.
En el 2007 la revista Esquire nombró al Pontífice como el “portador del accesorio del año”. El sacerdote, que ya para entonces ocupaba las sandalias de San Pedro, convertido en un símbolo del buen gusto en el vestuario por sus mocasines, que expertos de la moda atribuían erróneamente a la marca Prada, e incluido entre los hombres mejor vestidos del mundo, algo que L'Osservatore Romano consideraba “una frivolidad que es muy característica de una era que tiende a trivializar y no entiende”.
En otra época aún muy cercana, durante la guerra fría, las sandalias de San Pedro sirvieron de título a una película que no tuvo mucha aceptación, ni por la crítica ni por el público, pese a que la novela homónima en que se fundamenta fue elegida como la más vendida en Estados Unidos.
The Shoes of the Fisherman (1968) narra la elección de un pontífice no italiano, sino proveniente de la entonces llamada “Cortina de Hierro”. Un sacerdote ucraniano (Anthony Quinn en una excelente actuación) es liberado, después de 20 años de trabajos forzados en Siberia, por el premier soviético (Laurence Olivier) y trasladado a Roma, donde lo recibe un Papa débil y enfermo (John Gielgud), que lo hace cardenal. Cuando el papa muere, y ante una falta de acuerdo que amenaza volverse interminable, el ucraniano es elegido Papa. En la parte más inverosímil de una cinta demasiado larga, el nuevo Papa intenta evitar que el conflicto entre la Unión Soviética y China se convierta en una guerra nuclear que acabe con el mundo. Para ello no sólo trata de que Estados Unidos elimine las sanciones comerciales a Pekín, sino que ofrece las riquezas del Vaticano como garantes para que China comunista pueda obtener alimentos. Realmente, vale la pena repetirlo, un argumento inverosimil.
Más allá de la situación política presentada, típica del cine hecho durante la guerra fría, está también la duda y hasta la vacilación del sacerdote ucraniano frente al cargo que se ha visto obligado a aceptar. Estos dos últimos aspectos, así como la escapada del Papa a Roma y el intento de recorrer sus calles como incógnito, parecen haber contribuido a la trama de una película posterior, Habemus Papam (2011), la cinta del italiano Nanni Moretti, que trata de un cardenal (Michel Piccoli) que es elegido Papa en contra de su voluntad. El viento sopla dondequiera, pero no todos los reciben igual. El calzado del pescador puede resultar demasiado pesado a veces.
Eso parece haberle ocurrido a Ratzinger, aunque no por falta de zapatos cómodos. En los últimos días la prensa y la televisión han destacado los mocasines hechos por un zapatero mexicano, entregados durante la visita del Pontífice a ese país.
En una entrevista con la agencia Efe, el artesano mexicano Armando Martín Dueñas expresó una “profunda alegría” por la predilección de Benedicto XVI hacia los zapatos que le regaló durante su viaje a León en 2012 y dijo que tiene listos tres pares más para el Pontífice.
Sin embargo, el Papa nunca ha tenido que ir tan lejos para calzarse. Al menos un par de esos mocasines que ha llevado en sus ocho años de Pontificado fueron confeccionados a pocos metros del Vaticano, por el peruano Antonio Arellano. Establecido en Roma desde 1990, Arellano le ha dicho al diario ABC: “Cuando Joseph Ratzinger era cardenal venía a mi tienda a arreglarse los zapatos”.
Así que ambos latinoamericanos se han esforzado en que, para Ratzinger, la carga papal no fuera aún mayor, al menos en lo que respecta a los pies. Lo que sí llama la atención es que, de las sandalias de un humilde pescador a los zapatos hechos por expertos en la fabricación de calzado, más cercanos a zapateros prodigiosos que a simples artesanos, han recorrido mucho camino los papas.