¿Qué acaba de ocurrir en Venezuela? Bien
sencillo. Un error de percepción. El mito de Chávez no ha resultado tan
duradero como se esperaba, ni el aparato del Estado tan poderoso, ni el dominio
sobre la población tan absoluto.
Ahora se buscará a un responsable, y todo
apunta que la culpa caiga sobre el aspirante presidencial chavista, Nicolás
Maduro. Ya Diosdado Cabelllo lanzó una primera dentellada en su cuenta Twitter:
“Profunda autocrítica nos obligan estos resultados, es contradictorio que
sectores del Pueblo pobre voten por sus explotadores de siempre”.
Ahora, un momento. ¿no acaban de ganar
los chavistas las elecciones?
Sí, pero… Y en este pero se encierra una
crisis de gobernabilidad. Es casi lo peor que le podría haber pasado a Maduro.
Por supuesto que es tonto saludar lo
ocurrido. Lo perfecto, para quienes pensamos que Venezuela merece un cambio,
hubiera sido un triunfo de Henrique Capriles. No se ha reconocido así y quizá
no ocurrió, por unos pocos votos.
De momento, conocer la verdad es un
asunto pendiente. Pese a los resultados
anunciados, los chavistas en realidad no tienen mucho que celebrar.
Lo que muchos esperaban —y buena parte
temía— era una victoria aplastante del candidato oficialista. Entonces se
podría haber hablado de prorroga del chavismo, más que de una victoria de
Maduro.
Sin embargo, el resultado que ha ofrecido
el Consejo Nacional Electoral (CNE) evidencia —y esto en el caso de que no se
produzca una crisis política de mayores dimensiones, con violencia en las
calles— una polarización tan extrema del país, que se hace necesario que quien
se encuentre al frente del Gobierno demuestre poseer una capacidad de liderazgo
adecuada a un momento de crisis. Y aquí radica el principal problema de Maduro:
que carece de liderazgo.
Así que suponiendo que el resultado
electoral termine por ser aceptado por la oposición, o simplemente impuesto por
el gobierno, las opciones del candidato vencedor se limitan a tres: tratar de
mantenerse en el poder mediante un mando compartido de manera tácita o extraoficial,
ya sea a través de un triunvirato en la práctica o cualquier otro ensayo
parecido; convertirse en un dictador pelele en manos del régimen de La Habana o
terminar renunciando y siendo sustituido. Aunque en al menos las dos primeras
de estas opciones también se requiere de cierto grado de habilidad para
sobrevivir.
La cuestión fundamental es que al parecer
Maduro ganó, pero sufrió un fuerte rechazo en las urnas.
El CNE anunció la victoria del heredero
de Hugo Chávez por el 50.66% de los votos frente al 49.07% logrado por
Capriles, con el 99.12% de los sufragios escrutados.
Lo que se ha llamado la última batalla
ganada por Chávez es una victoria pírrica, en el mejor de los casos: solo
234,935 votos (7,505,338 para Maduro frente a 7,270,403 de Capriles).
Aunque puede ser un error hablar de
victoria.
La mínima diferencia, que la presidenta
del CNE, Tibisay Lucena, subrayó que marcaba una “tendencia irreversible”, fue
rechazada por Capriles, quién exigió “que se cuenten uno por uno todo los
votos”. “El derrotado hoy es usted y su Gobierno, señor Maduro”, clamó el líder
antichavista. “Yo no pacto con la mentira ni con la corrupción”, añadió.
Los datos oficiales confirman la división
de los venezolanos en dos mitades irreconciliables y siembra de incertidumbre
el futuro del país, afirma el diario español El País.
Es que no resulta poco lo obtenido por
Capriles, en las circunstancias más adversas.
El candidato de la oposición ha
fundamentado su rechazo al resultado en 3,200 irregularidades acreditadas por
la oposición durante la jornada electoral.
“No luché contra un candidato sino contra
el abuso del poder”, subrayó. “Esta lucha no ha terminado. Le digo a Venezuela
que esto es un mientras tanto hasta que se conozca la verdad”, afirmó.
Si nos limitamos a los números, hay
motivos para comprender y apoyar la queja de Capriles. No se trata solo de las
irregularidades, denunciadas durante todo el día. También se desconocen los
resultados de muchas votaciones en el extranjero. Es posible que las cifras de
estas últimas no logren cambiar la “tendencia irreversible”, que enfatizó Lucena,
pero señalan los fallos de un proceso electoral cuestionable, incluso si se realiza
con plena transparencia una auditoría solicitada por uno de los rectores del
CNE.
Una
justificación “diabólica”
El resultado debe haber sorprendido al
centro de poder chavista. El aparentemente “candidato ganador” demostró su
falta de liderazgo al dedicar demasiado tiempo a justificar las cifras mediante
el volver a referirse una y otra vez a la derrota de Chávez en 2007 e incluso a
elecciones en otros países. En uno de sus momentos más bajos en su discurso de
aceptación, Maduro cito, como prueba de legitimidad, al otorgamiento de la
presidencia de Estados Unidos a George W. Bush en el año 2000. De pronto, “el
diablo” no era tan diablo, sino un ejemplo de presidente electo en una votación
controversial. ¡Como para que Chávez se revolviera en su tumba, precisamente a
sus espaldas!
Lo que le faltó fue una crítica sincera
de los errores cometidos por el Gobierno del que forma parte desde hace muchos
años y el reconocimiento de que el país está sumido en una enorme crisis.
Sin embargo, más allá de estas aparentes
irregularidades denunciadas, las cifras más contundentes en contra de Maduro
son otras: las formadas por los que dentro de los millones de beneficiados con
los planes sociales creados por Chávez habrían optado por el candidato
contrario; las que se encuentran en la listas de votantes controladas por el
aparato chavistas; otras que se acumulan en horas de programación dedicadas a
los mítines del candidato oficialista
por los medios oficialistas o en transmisiones obligatorias por todos
los medios del país; los millones de dólares gastados en la compra de votos, ya
sea mediante dinero en efectivo, bienes materiales, servicios médicos, becas y
viajes a Cuba.
Todo ello en parte desperdiciado, porque
en lugar de celebrar un triunfo aplastante el presidente designado tuvo que
dedicar buena parte de su discurso —en lo que mucho hacía predecir que sería un
momento triunfal— a mezclar amenazas con llamadas a la paz e invocaciones
ridículas a Chávez, en un atropello de palabras que solo evidenciaron torpeza y
alarma.
No bastaron tampoco las promesas de
grandes aumentos de salario, la repetición interminable del nombre de Chávez y
el aprovechamiento indecoroso de la muerte del mandatario: sus funerales
convertidos en un baño de publicidad para Maduro.
Al final, de este descalabro disfrazado
de triunfo agarrado por los pelos no solo es culpable el proclamado heredero
sino también Chávez. El pueblo ha comenzado a pasarle la cuenta a estos últimos
años, en que ha estado pendiente de un gobernante que inexorablemente avanzaba
hacia la muerte, y que debió haberse retirado a tiempo, para beneficio de su
salud personal y de la nación; por un tiempo detenido en que no se han puesto
en práctica las medidas necesarias para mejorar la economía y emprender el
crecimiento; a reclamar el despilfarro creado por unos dictámenes en que el
dinero del petróleo venezolano se utilizó solo para satisfacer una ambición de
dominación continental, de la que siempre estuvo sedienta esa figura que se
intenta convertir no solo en nuevo padre de la patria sino en dios de los
venezolanos.
Por primera vez en años, la realidad ha
golpeado a los chavistas. Queda por ver si se ha iniciado el verdadero fin de una
era o la caída definitiva en el precipicio para la nación venezolana.
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