Machado debe estar revolviéndose en la
tumba. No el bueno, no el español. No se trata del poeta sino del dictador.
Pero eso de que ahora el llamado parlamento cubano —un engendro de vagancia y
servilismo que apenas se reúne dos veces al año— regrese al Capitolio Nacional,
es como para amargarle la eternidad a cualquiera.
El Parlamento cubano realizará su próxima
sesión este año en el Capitolio Nacional de La Habana, actualmente en
reparaciones, dijo un funcionario, de acuerdo a una información de la AFP
aparecida en este diario.
El remozamiento del “Capitolio Nacional
(es) una obra de suma importancia para la arquitectura y para La Habana, como
sede, como lo ha anunciado el general-presidente (Raúl Castro), del Parlamento
Nacional”, dijo el historiador de La Habana, Eusebio Leal, cuya oficina dirige
la conservación del casco antiguo de la ciudad.
Así que ese barrer con todo lo existente
—lo bueno y lo malo—, que Fidel Castro impuso al llegar al poder, continúa su
retroceso. Lo que se impone ahora es cambiar lo que se cambió. Hay una vuelta
al pasado que se afianza en la isla. De continuar la marcha, el país se
transformará en una especie de “Cuba Nostalgia” permanente.
Más allá de considerar como un hecho
positivo la restauración del célebre edificio, destaca la ironía del cambio.
Despojar al Capitolio de su contenido
original —servir de sede del poder legislativo cubano— cumplió varias
funciones.
Una de ellas fue expresar el rechazo a un
cuerpo de poder característico de la democracia. No hizo falta demoler el
edificio, bastó con quitarle su función original, con independencia de los
fallos que ésta puede haber tenido en el pasado.
Convertir el lugar en el museo de
ciencias naturales Felipe Poey fue otra muestra más de escenografía
revolucionaria. La idea no fue nueva ni original. Desde la época de la
revolución francesa se multiplicaron las transformaciones de palacios,
edificios públicos e iglesias en llamativos centros de ciencia, que expresaran
que el nuevo orden establecido era paradigma de racionalidad, cultura y
humanismo, mientras al mismo tiempo se multiplicaban los centros de represión,
de forma palpable pero más oscura. En Cuba una de las consignas originales fue
“convertir los cuarteles en escuelas”, aunque la sola mención de Villa Marista
pasó a ser símbolo de advertencia y terror.
El intento de abolición del pasado
siempre estuvo acompañado del establecimiento de símbolos propios, aunque en el
caso cubano la imitación imperó en cada nueva etapa. Si el Capitolio Nacional
no es más que una copia del existente en Washington, el Palacio de las
Convenciones representó la presencia de una edificación similar al Palacio de
los Congresos de la desaparecida Unión Soviética. En uno y otro caso, símbolos
de dependencia.
Llama la atención que este proceso
llamado de “actualización”, que unos días avanza brevemente y muchos otros se
detiene, no es más que una vuelta atrás. El presente ya no aparece opacado por
la llamada constante a pensar en el futuro, sino que se refleja a en la
esperanza —a veces prometida, otras simplemente anhelada— de volver al pasado.
Otros gestos del régimen hacen más
evidente ese empeño.
De una forma aún tímida, Cuba regresará a
una forma de boxeo en que se permiten los premios monetarios, al participar en
la Serie Mundial, una competencia semiprofesional por equipos de la Asociación
Internacional de Boxeo Amateur (AIBA).
Las cantidades de dinero en juego son
irrisorias para lo que es el boxeo profesional. Los pugilistas cobran un
salario mensual de entre $1,000 y $3,000 dólares, más un premio de entre $500 y
$2,000, según los resultados que obtengan. Pero lo que importa aquí es la admisión
del concepto de permitir una práctica deportiva lucrativa. Se ha abierto una
puerta.
Por otra parte, el embajador cubano en
México, Dagoberto Rodríguez Barrera, dice que la “evaluación educativa debe
sustentarse en principios universales, lejos de las ideologías y basado en
preceptos científicos”, de acuerdo a una información de martinoticias.com.
Otra declaración que se puede considerar
meritoria de un funcionario cubano. Sin embargo, el problema —el eterno
problema con Cuba— es que estas palabras, que a algunos nos parecen
sorprendentes, responden a circunstancias de momento, en que la cúpula que
gobierna desde la Plaza de la Revolución decide dar un giro, en ocasiones de
180 grados, y establecer como lo más natural del mundo lo que hasta ayer estuvo
prohibido.
Así que según las nuevas intenciones del
régimen cubano, la política sale de la educación científica y el museo de
ciencias se marchó a otro lugar para dejar paso a la política. Ese caminar para
atrás, en un sistema que una vez afirmó constituir una avanzada del futuro, no
se limita a un símbolo del fracaso. Es también una muestra de desprecio
absoluto, tanto para los que en mala hora contribuyeron a crearlo como para
quienes en pésima lo sufrieron.
Esta es mi columna semanal en El Nuevo Herald, que aparece en la edición del lunes 29 de abril de 2013.