Berta Soler pidió el lunes que se mantengan el embargo comercial
y los límites a los estadounidenses para viajar a la isla, hasta que el
gobierno de Raúl Castro “reconozca los derechos humanos”, de acuerdo a una nota
publicada en El Nuevo Herald.
Al menos hay dos aspectos que vale la pena destacar en esta
declaración.
Uno es ese llamado a limitar los viajes a la isla, de parte de
una persona que se ha beneficiado de una disminución notable de las
restricciones a los cubanos para visitar otros países. Es cierto que en el caso
de Cuba sus ciudadanos no tienen una libertad completa para entrar y salir del
país —y que también a los residentes en el exterior se les obliga a obtener un
pasaporte cubano, pese a tener otra nacionalidad en casi todos los casos—, pero
los límites existentes no implican que no se haya producido un avance relativo,
respecto al cierre a las salidas que existía con anterioridad.
Si se trata de aprovechar el hecho de que el Gobierno cubano ha
aliviado las restricciones migratorias, el énfasis no debe hacerse en imponer o
mantener las limitaciones impuestas por Washington.
El segundo aspecto que llama la atención es que se trata de una
declaración política, no una denuncia específica de violaciones sino un apoyo a
una política propugnada por un sector del exilio de Miami. Para ello, la única
justificación esgrimida a favor del embargo y las restricciones de los viajes
es que el régimen de Raúl Castro no reconoce los derechos humanos. Aunque la
afirmación es válida, formularla con tal amplitud deja un amplio margen
—demasiado amplio— para quien la formula. En este caso, casi cualquier país del
mundo, comenzando por Estados Unidos, puede ser acusado de no “reconocer” los
derechos humanos.
En el caso de Berta Soler, desde su llegada a Estados Unidos ha sido muy clara en identificarse con el grupo más reaccionario del exilio cubano en Miami, y reafirmar algunas de las exigencias fundamentales de ese exilio, como el mantenimiento del embargo y la prohibición del turismo estadounidense a la isla. No resulta gratuito que un grupo extremista de esta ciudad —su vocación por el ridículo no impide que representen lo más retrógrado de la comunidad exiliada— buscó acercarse a ella durante el acto en Coral Gables. Por supuesto que la representante de las Damas de Blanco no es culpable de que dicho grupo buscara “robar cámara”, pero no deja de llamar la atención el contraste que el grupo estableció entre la cercanía con Soler y el repudio ante Yoani Sánchez. Las afinidades electivas no nacen en un solo lado.
En el caso de Berta Soler, desde su llegada a Estados Unidos ha sido muy clara en identificarse con el grupo más reaccionario del exilio cubano en Miami, y reafirmar algunas de las exigencias fundamentales de ese exilio, como el mantenimiento del embargo y la prohibición del turismo estadounidense a la isla. No resulta gratuito que un grupo extremista de esta ciudad —su vocación por el ridículo no impide que representen lo más retrógrado de la comunidad exiliada— buscó acercarse a ella durante el acto en Coral Gables. Por supuesto que la representante de las Damas de Blanco no es culpable de que dicho grupo buscara “robar cámara”, pero no deja de llamar la atención el contraste que el grupo estableció entre la cercanía con Soler y el repudio ante Yoani Sánchez. Las afinidades electivas no nacen en un solo lado.
Uno de los problemas con este énfasis es que se entra en el
terreno de las formulaciones políticas amplias —podría decirse que vagas— que
no es un terreno propicio para hacer avanzar una agenda específica de lucha
contra la represión. En este sentido, hablar de que los cambios que lleva a
cabo el gobierno cubano son solo “cosméticos” no es más que una manera fácil de
expresar una verdad a medias: si por una parte los cambios no son tan amplios y
rápidos como muchos quieren, y por la otra a veces se deben a presiones creadas
por circunstancias específicas, nada de lo anterior impide el señalar que en la
actualidad la situación cubana no es la misma que hace apenas unos meses. De lo
contrario, Soler no estaría visitando Europa y Estados Unidos.
El contrastar la situación actual con la existente antes de la
llegada de Raúl Castro a la presidencia especifica algunos de los problemas que
en la actualidad enfrentan no solo las Damas de Blanco sino la disidencia en
general: ¿cómo mantener la afirmación de un avance en la lucha por la
democracia cuando en realidad la pauta la sigue marcando el gobierno cubano, y
los viajes al exterior de los opositores son un ejemplo de ello?, ¿cómo
mantener vigente una organización que ya cumplió el objetivo para el cual fue
creada? y ¿cómo proclamar independencia cuando se apoya públicamente una agenda
acorde no solo a un sector del exilio, sino a la representación de este en las
esferas del poder estadounidense? Todo esto puede resumirse en la enorme
discrepancia entre objetivos y resultados, que en gran parte se explica por la
represión imperante en la isla, pero que también presenta una zona menos fácil
de justificar, en que los fines se convierten en medios y las personalidades
compiten entre ellas.
En el caso específico de las Damas de Blanca, el grupo nació con
un objetivo muy preciso: mujeres luchando por la salida de prisión de sus
familiares encarcelados injustamente. Este objetivo se cumplió. En su dimensión
doméstica, se encarnaba en parte la fuerza de la organización, pero también sus
limitaciones. Demostraron coraje al enfrentarse a las turbas organizadas por el
régimen, aún lo siguen demostrando, pero esta valentía estaba en función de
lograr una meta justa y concreta. No quiere esto decir que se le niegue la
razón de existir a las Damas de Blanca, pero en este caso el grupo debe
adquirir una proyección mayor y no limitarse a las acciones por las que se
dieron a conocer, ya que esta es la única forma de librarse de la sospecha de
vivir de glorias pasadas.
Hay también un factor que siempre estuvo muy claro en la primera
etapa de las Damas de Blanco, y que la líder fallecida Laura Pollán siempre
dejaba en claro: no eran un grupo político ni respondían a una agenda política.
Declaraciones como las que ha venido realizando Berta Soler desde su salida de
Cuba no contribuyen a esta imagen de un grupo empeñado en la lucha a favor de
los derechos humanos y no en la política.
De una dependencia excesiva a lo que ocurre en Estados Unidos se
salva buena parte de la oposición pacífica cubana más joven. No es el caso de
Berta Soler. Su petición de “mano dura” con el gobierno cubano está dirigida
fundamentalmente a Washington, pero muchos estadounidenses podrían preguntarse
si el pueblo cubano en general adopta dicha política. Al igual que también
tienen su derecho a dejar a cada cual, dentro de Estados Unidos, la opción de
viajar a la isla, y asumirla como un derecho natural a viajar y no una norma
impuesta por un gobierno, republicano o demócrata. Cuando Soler hace una distinción
entre visitantes cubanoamericanos, que “por lo menos llevan algún dinero y
otros beneficios a sus familiares” y viajeros estadounidense que “gastan la
mayor parte de su dinero en hoteles y sitios turísticos propiedad del Estado”
está incursionando en un terreno que no le pertenece. Los necesarios y justos
reclamos a la democracia en Cuba son un problema que toca fundamentalmente a
los cubanos, no a los extranjeros. Se puede solicitar solidaridad, pero eso de
apoyar restricciones a simples ciudadanos de otro país, cuando al mismo tiempo
se proclama el estar a favor de eliminar las existentes en el propio, no
muestra mucha consecuencia o indica una afinidad que además de política da la
impresión que responde a otros intereses.
Hay que agradecer a Berta Soler el ser muy clara en sus
planteamientos. De acuerdo a un video divulgado por martinoticias.com, en Estados
Unidos ha solicitado zapatos y ropa para la disidencia. También, en una comparación
no muy afortunada, ha dicho que tanto Martí como Fidel Castro recibieron ayuda
del exterior. Lo que olvidó fue que en los dos ejemplos que menciona la ayuda
se recaudó en su mayor parte entre la comunidad exiliada cubana. Al contrario
de lo que ocurre en la actualidad, ya que desde hace décadas la ayuda a la
oposición pacífica cubana proviene del gobierno de Estados Unidos. No hay que
demonizar tampoco esa ayuda, y los opositores en la isla no son una excepción,
dentro de la amplia gama internacional de grupos que se benefician en igual
sentido, pero aquí de nuevo surge la cuestión de los resultados tan limitados a
lo largo de lo que ya son décadas. Si en el exilio se sebe contribuir a la
alimentación, vestido y calzado de una oposición que no encuentra posibilidad
de trabajar en la isla, el realizar este welfare
con fondos de los contribuyentes estadounidenses ya es otra cuestión.
Fotografía: Berta Soler con miembros del grupo Vigilia Mambisa en Miami.