Cuando años atrás las cazuelas sonaron en
Buenos Aires, en horas barrieron con el gobierno de Fernando de la Rúa. No
sucedió lo mismo en la Venezuela de Hugo Chávez, donde por años las protestas
indicaron cierto grado de desacuerdo con el fallecido mandatario, a veces
creciente pero sin llegar al grado de una revuelta popular.
Ahora las cazuelas suenan de nuevo en
Venezuela, esta vez contra ese nombrado heredero de Chávez que cada vez
demuestra más ser un “hijo” torpe e
inepto.
Venezuela entró el lunes en un período de
incertidumbre política —que llega a una población cada vez más polarizada, y a
una nación que atraviesa una crisis política en ascenso— cuyo final resulta
difícil de predecir. De forma apresura, el Consejo Nacional Electoral (CNE) ha
impuesto al candidato chavista Nicolás Maduro sobre el candidato opositor,
Henrique Capriles, por menos de 300.000 votos. Esta cifra es superada a la hora
de señalar las irregularidades ocurridas durante el proceso electoral y tampoco
toma en cuenta a los 100,000 venezolanos que viven en el extranjero.
El CNE informó de los últimos datos de
las elecciones con el 99.17% de los votos escrutados. La ventaja de Maduro sube
al 1.7%, con 7,559,349 votos a su favor (55.756%) frente a 7,296,876 (48.98%)
de Capriles.
La ilegalidad de un Maduro al frente del Gobierno es algo que afecta no solo a la
ciudadanía venezolana sino al propio chavismo. Está por verse el camino que
adoptara este presidente impuesto, cuya fuente de legitimidad es un consejo
electoral más que cuestionable, espurio. Si durante la enfermedad de Chávez, en
muchas ocasiones se limitó a llorar, y su campaña electoral se caracterizó por
un candidato silbando y haciendo cuentos de pájaros, es posible que a la hora
de gobernar decida que otros lo hagan por él, y se limite a seguir las órdenes
de Cuba.
El problema para la jerarquía chavista es
que su fallecido líder fue capaz de adueñarse de todos los poderes ⎯ejecutivo, legislativo y judicial⎯, pero se quedó a medias en la transformación social que implicaba
que el simulacro de órganos gubernamentales fuera acompañado de una capacidad
de control absoluto sobre la sociedad. En este sentido, no basta con imitar a
Cuba: hay que implantar su modelo a plenitud. Así Chávez consiguió que las
instituciones de gobierno respondieran a él por completo. Lo que no logró es
que la población en su totalidad obedeciera a esa mascarada de gobierno.
El domingo quedó claro que la vía
electoral, esa que Hugo Chávez supo tan bien adaptar a su estilo de gobierno y
utilizar en todo momento, está agotada para el chavismo. De ahora en adelante
solo queda la farsa tipo cubana.
Durante décadas, el régimen de los
hermanos Castro ha podido disfrutar de la incapacidad de la población de la
isla para apoyar una queja y convertirla en un reclamo masivo. No es que los
cubanos carezcan de una historia de rebeldía, sino que por mucho tiempo la
represión ha sabido adelantarse a la protesta. Lo demás es el camino de Miami.
Precisamente a esa ciudadanía que aún permanece en calma es a la que se dirigen
los actos de repudio a los opositores pacíficos —como las Damas de Blanca—, las
contramanifestaciones, los golpes, los insultos y las obscenidades.
Hay, sin embargo, un temor creciente, por
parte del Gobierno cubano, de que un estallido popular pueda ocurrir. La
táctica del silencio utilizada en otras ocasiones, de ignorar las actividades
de la disidencia, ya no basta. Las actividades opositores en la isla, así como
la denuncia de los actos represivos, se conocen de inmediato en todo el mundo.
El no ceder una pulgada, el no admitir
siquiera la necesidad de reconsiderar una política de represión feroz que no
admite la menor disidencia, no es algo nuevo en Cuba. Ello no exime a esa
actitud de ser una muestra de debilidad del sistema.
La represión en su forma más desnuda —arrestos y muertos— no conlleva
necesariamente el inmediato fin de un régimen totalitario, pero en el peor de
los casos lo tambalea frente a un precipicio. Ningún dictador tiene a su
alcance un manual que lo guíe, sino ejemplos aislados: los hay tanto de
supervivencia, el caso de China, como de desplome, el de Rumania. El régimen de
La Habana cuenta con una sagacidad a toda prueba. Pero, ¿por qué empeñarse en
creer que es invencible?
La cazuelas están sonando con mayor
fuerza que nunca en Venezuela. El clamor puede llegar a La Habana.