domingo, 28 de abril de 2013

Ganancias y pérdidas



Henrique Capriles Radonski rechazó el domingo la decisión del Consejo Nacional Electoral (CNE) de auditar los resultados de las presidenciales del 14 de abril fuera de los términos planteados por su equipo de campaña.
Para el líder de la oposición, la decisión anunciada el sábado por la presidenta del CNE, Tibisay Lucena, está apegada “a la orden que le dio el PSUV”, el partido de gobierno.
Lucena confirmó que el lunes se iniciará el procedimiento para auditar los resultados de las presidenciales, pero rechazó los términos planteados por la oposición porque “no están previstos en el ordenamiento jurídico”.
Lo que hará el CNE es tomar una muestra aleatoria de 12,000 de las 16,000 cajas de votación que corresponden al 46% todavía no auditado.
La oposición exige entre otras cosas que se cuenten además los votos emitidos de acuerdo al cuaderno de votación, donde se registra el padrón electoral.
Todo parece indicar que la polémica electoral continuará por algún tiempo.
Ambas partes tienen algo que perder y que ganar en esta confrontación, y por lo tanto contribuirán a mantenerla viva.
Para la presidencia impuesta de Nicolás Maduro, la realización de la auditoría, en la forma determinada por el CNE—que de entrada se sabe no alterará el resultado electoral— será una nueva oportunidad para presentar a Capriles como un intransigente y revanchista, que no admite la derrota. Al mismo tiempo brindará un pretexto a los gobiernos de la región para justificar su apoyo al nuevo mandatario venezolano.
La oposición, por su parte, mantiene viva con la polémica su acusación de fraude electoral.
De momento no es posible augurar que la oposición obtendrá avance alguno por esa vía, en cuanto a posibilidades de lograr un proceso que permita llevar a cabo una decisión democrática, para definir un gobierno legítimo en Venezuela.
Lo más probable es que —con el asesoramiento de Cuba— Caracas trate de aprovechar el efecto de desgaste que implica enfatizar una táctica desprovista de posibilidades de éxito.
Desde el punto de vista moral, a Capriles lo asiste la razón en su empeño. Pero también hay que considerar que para imponerse en política hay que actuar sobre lo posible.
Mientras la oposición venezolana mantenga su denuncia sobre las ilegalidades realizadas durante el proceso electoral, pero no ponga su empeño solo en este aspecto, tiene posibilidades de mantener su vigencia y el capital político alcanzado durante la elección. Centrarse solo en esta cuestión terminará por perjudicarla, especialmente a Capriles.
Si Maduro quiere sacar el máximo provecho a la desventaja que para Capriles implica la batalla —justa, pero quizá a estas alturas ya no tan certera— por un recuento total de los votos, tiene que dosificar el uso de la represión y pararle la jaca a Diosdado Cabello, algo que aún no se sabe si puede hacer.
Cualquier nuevo paso de radicalización del proceso venezolano puede resultar potencialmente perjudicial para el actual gobierno venezolano, y en este sentido es más dependiente que nunca de Cuba, a la hora de marcar el rumbo.
Lo más probable es que La Habana, y en particular Fidel Castro —la aparente reunión de cinco horas con el líder cubano no solo tuvo como objetivo buscar un apoyo simbólico ante la izquierda— esté recomendando mesura. Lo ha hecho en otros casos, como ocurrió durante el empeño del fallecido general Torrijos por lograr la soberanía del Canal para Panamá, y lo más probable es que lo esté repitiendo ahora. Para los hermanos Castro, la estrategia adecuada es ganar tiempo: dejar que el sentimiento de un triunfo electoral cuestionable se diluya en pocos meses.
En última instancia, la prueba de fuego para el gobierno de Maduro será la economía, y no el cuestionamiento de su triunfo electoral.

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