El
sitio desde el cual Mao Tse Tung proclamó el socialismo en China, frente a la
plaza de Tiananmen y antes de entrar o
salir de la Ciudad Prohibida, continúa en pie. Tanto si uno es chino
como extranjero, se debe parar y contemplarlo hasta con cierta reverencia. De
lo contrario, siempre un policía o agente de seguridad está dispuesto a
recordárselo al visitante. Poco importa si a unas cuantas cuadras hay tiendas
lujosas, de las más famosas marcas capitalistas. El maoísmo no ha perdurado en
China, pero algunos de sus símbolos sí. Al parecer los cubanos tendrán mejor
suerte: el escenario desde el cual Fidel Castro declaró el carácter socialista
de la revolución amenaza con derrumbarse.
Poco
se ha hecho desde que el pasado año se desalojara a las familias que habitaban
el destartalado Edificio Sarrá, en la esquina de 12 y 23, en El Vedado, informa
en Cubanet el periodista independiente León Padrón Azcuy.
Ni
el “monumento” erigido para resaltar el nuevo destino de Cuba está a la vista
de los ciudadanos. Se ha tapiado con planchas de zinc, sin dar explicaciones,
escribe Azcuy.
Aunque
hay planes para restaurar el inmueble, es difícil que éstos se materialicen,
debido tanto a la magnitud de la obra como a la incapacidad del gobierno.
De
acuerdo al periodista, el “proyecto incluiría la reparación o sustitución de
toda la parte hidráulica, sanitaria y eléctrica en todos los apartamentos,
sustitución del acero que esté en mal estado, levantamiento del piso de
todas las aéreas comunes, suplantar la caseta del ascensor y poner uno nuevo,
así como el levantamiento de la escalera y caseta, entre otras acciones”.
Tarde, mal y nunca, agregaría cualquier cubano de a pie.
Ese
miedo al avance, a extender y profundizar unos cambios que son inevitables,
volvió a ponerse de manifiesto en la edición del jueves 4 de abril del diario
oficial Granma, donde aparecer en
comentarios del gobernante Raúl Castro, durante una reunión del Consejo de Ministros
celebrada el pasado martes, en que expresa: “Tenemos que resistir a las
presiones de quienes insisten en que debemos ir más rápido”.
Consideraciones
políticas a un lado, y dentro de su propia línea de “actualización” del modelo,
Castro se equivoca en asociar la lentitud con algo bien hecho, cuando suele
ocurrir lo contrario: la demora no es más que un indicador de la torpeza.
Ese
empeño en lentificar cualquier alternativa no es sinónimo de triunfo, y más
allá del pretexto de recurrir a un imaginario conflicto entre fuerzas opuestas
dentro del propio gobierno, cuando se sabe que Castro tiene un control absoluto
sobre el aparato militar, que es en definitiva la garantía de control del país,
solo se explica mediante un afán irracional en dilatarlo todo con la esperanza
de que todo quede igual. También constituye una expresión de desprecio hacia
las necesidades de la población.
En
este sentido, se elimina un centro de acopio aquí y otro allá, pero el Estado
continúa adquiriendo las cosechas a los campesinos, para luego dejar que se
pudran en los propios campos, por falta de transporte, ya sea a causa del caos,
la corrupción y la falta de camiones o combustible. Se entregan tierras, pero
no se logra aumentar de forma notable la producción de alimentos.
En
el mismo Consejo de Ministros se produjo el anuncio de que las empresas
estatales podrán crear fondos propios a partir de sus utilidades para invertir,
investigar y estimular a los trabajadores con pagos por “resultados”. La
noticia aquí no es que se establezca esta medida, sino el asombro de que no se
hubiera hecho antes. Su anuncio sólo indica lo apegado que continúa el régimen
a un sistema caduco en todo el mundo, y lo ridículas que pueden ser las normas
anunciadas para cambiarlas, no porque no sean necesarias, sino por sus
limitaciones.
Esto
es posible en un sistema totalitario donde se mantiene un control férreo tanto
político como económico, y en que solo a consecuencia del desempleo y una carencia
total de recursos ha sido posible una menor centralización, pero limitada a
renglones reducidos de una economía de subsistencia.
Una
nación donde, en la mayoría de los casos, la existencia de una visión critica
sobre la situación del país, entre los todavía intelectuales orgánicos que
residen en la isla, se ve matizada por el hecho de que se encuentran dentro de
un fárrago dominado por la retórica y las cortapisas ideológicas.
Ello
es patente en el recurrir constante a las citas de autoridad, el no olvidar los
socorridos pretextos y justificaciones internacionales, las alabanzas a Fidel
Castro y Raúl regadas por las respuestas y el empleo sistemático de esquemas,
opiniones y análisis pasados de moda, pero de ortodoxia comprobada: ¡Por favor,
olvídense de la Crítica al Programa de
Gotha!