Aún se repite que la responsabilidad del
fracaso de la fuerza paramilitar invasora contra el régimen de Fidel Castro,
integrada por exiliados cubanos pero organizados por la Agencia Central de
Inteligencia de Estados Unidos, fue responsabilidad del entonces presidente
John F. Kennedy. Esta afirmación errónea, tan arraigada en la mitología que
opaca el razonamiento de un sector de la comunidad, apenas se rebate hoy día.
Quienes no comparten esta creencia prefieren pasar por alto el capítulo,
considerarlo parte del pasado y concentrarse en los problemas actuales de la
isla y la mejor forma de lidiar con un régimen que no sólo resultó victorioso
en los combates, ya que lo fundamental fue que salió fortalecido nacional e
internacionalmente de un hecho que determinó su inserción plena en la contienda
de la guerra fría, algo a lo que debe en buena medida su supervivencia actual.
Sin embargo, hay documentos que
prueban que la culpa de Kennedy se limitó a no actuar a tiempo y cancelar el plan,
que su inexperiencia de entonces —al inicio de su mandato— fue la culpable de
no percatarse a tiempo de que estaba siendo mal informado y que sus verdaderos
errores respecto a Cuba ocurrieron después del fiasco de Bahía de Cochinos,
cuando él y su hermano Robert alentaron toda una serie de planes descabellados
para eliminar a Castro. Lo curioso del caso es que, desde el punto de vista del
sector más radical del llamado “exilio histórico”, no se le reconozca al
presidente asesinado que fue el que más hizo por eliminar al líder de la
revolución cubana, al tiempo que el propio Fidel Castro ha adoptado en los
últimos años una actitud benevolente —y por qué no decirlo, hipócrita— a la
hora de juzgar por escrito a su antiguo rival. También llama la atención que el
Partido Demócrata no haga nada, o al menos no demuestre ningún interés en
enfatizar la verdad sobre lo ocurrido.
Este interés en sacrificar un análisis de
lo sucedido, en aras de no sacar a relucir lo que sigue siendo un episodio
embarazoso —para decir lo menos— de la política exterior de este país durante
casi medio siglo, es responsable en alguna medida de la repetición del mismo
error una y otra vez, como si la historia de las relaciones entre Washington y
La Habana estuviera empeñada no en escribirse dos veces, más bien en
multiplicarse con cada nuevo gobierno.
En el caso de la invasión de Bahía de
Cochinos, Kennedy heredó un proyecto destinado al fracaso desde el inicio, y
del que no se dio cuenta a tiempo de la magnitud del desastre que implicaba. “¿Cómo
he podido ser tan estúpido?”, cuentan que les dijo a sus asesores después del
fracaso de la invasión.
Pero es falsa la afirmación de que el desembarco se
vino abajo debido a que él no ordenara el necesario apoyo aéreo. Un informe de
la propia CIA, que la agencia mantuvo guardado en sus bóvedas durante tres décadas
—y sólo fue desclasificado al cabo de dos años de intensas gestiones del
Archivo Nacional de Seguridad, organización no lucrativa con sede en
Washington— muestra que la arrogancia, el desconocimiento y la mala costumbre
de intentar tapar un error tras otro con cambios que se presentaban como un
avance del proyecto, cuando en realidad no eran más que nuevos pasos hacia el
abismo, fueron las causas que llevaron al desastre.
“Al evaluar el desempeño de la Agencia,
es esencial evitar que se concluya de manera inmediata, tal como muchas
personas han hecho, que la principal causa de la derrota de la invasión fue la
orden del Presidente de cancelar los ataques aéreos el Día D”, establece el
análisis, publicado en El Nuevo Herald
en 1998.
“Discutir esa sola decisión simplemente
haría surgir la siguiente pregunta fundamental. Si el proyecto hubiera estado
mejor concebido, mejor organizado, mejor manejado y, si hubiera contado con un
personal más capacitado, ¿se hubiera sometido alguna vez esa precisa cuestión a
la decisión presidencial? ¿Y se hubiera presentado bajo las mismas
circunstancias inadecuadas en cuanto a la información?”, agrega.
Lo que al parecer nunca faltó en el
proyecto fue el dinero. El estimado original, para lo que fue concebido bajo la
administración de Eisenhower como un plan de propaganda, infiltración y apoyo a
la resistencia dentro de la isla, comprendía gastos de $4,400,000. Sin embargo,
el costo total ascendió a más de $46,000,000. Una cifra que sólo resultó en
muerte, dolor y humillación para los expedicionarios, a los que La Habana
siempre ha catalogado injustamente de “mercenarios” y batistianos, cuando en su
mayoría se enfrentaron a un gobierno con el que no estaban de acuerdo.
La Agencia omitió el informar al
presidente Kennedy, en un tiempo apropiado, que el éxito era más que dudoso y
que estudiara de nuevo el problema de derrocar a Castro. Al tiempo que en sus
etapas finales, en medio de un afán frenético por producir un desembarco,
aumentó la altivez en el trato hacia los cubanos y el menosprecio hacia sus
líderes políticos de entonces. Algunos, como Aureliano Sánchez Arango, supieron
retirarse a tiempo de cualquier asociación con el proyecto.
De acuerdo al informe de la CIA, la causa
fundamental del desastre fue que la Agencia no le dio al plan la atención que
requería, pese a su importancia por el inmenso potencial nocivo para Estados Unidos.
Kennedy, sin embargo, continúa siendo el “gran culpable” para muchos exiliados.
A veces por ignorancia y otras por conveniencia.