“Diosdado Cabello, dispuso la destitución
de presidentes y vicepresidentes de las instancias legislativas hasta que
reconozcan la legitimidad de toma de gobierno del presidente Maduro” dijo la
prensa oficial cubana.
“Esa decisión, indicó, responde al
reglamento de la institución, además de considerar que resulta improcedente
nombrar a la presidencia de una Comisión Permanente a quien tenga un
comportamiento fascista”.
“Asimismo, dijo que los parlamentarios
revolucionarios respaldan la medida de Cabello de retirar el derecho de palabra
a los diputados que desconozcan las instituciones del Estado”, agrega la nota
de prensa procedente de la isla.
Que la prensa oficial cubana no valga un
comino no es noticia. Por otra parte, los cubanos desde hace décadas se
acostumbraron a no leer, hacerlo entre líneas o a interpretar todo lo contrario
de lo que se escribe o dice en los medios oficiales de prensa.
De todo este esfuerzo acumulado por años,
en que la tergiversación de la noticia, el análisis torcido y la mirada del
censor es lo único que cuenta, queda la impresión de una óptica de aislamiento,
donde solo cuenta una realidad filtrada y ajena, más bien una irrealidad que
llega viciada a lectores y oyentes, al punto de desenmascararse.
Así se establecen estereotipos, como el
señalamiento de “comportamiento fascista” hacia los opositores al mando
chavista, que en el lector se traducen simplemente en una señal que identifica
a quienes el gobierno de Caracas y La Habana identifican como enemigos, y no en
un indicador o característica de una conducta, la cual no se identifica y solo
se marca con un insulto.
“Legitimidad”, “fascista” y
“parlamentarios revolucionarios” son palabras que de esta manera pierden su
significado general, se despojan de su capacidad descriptiva, para quedar
convertidas en signos ideológicos. Desde el poder son adjudicadas a enemigos y
amigos, sin importar en lo más mínimo la función informativa. Se reducen a
señas de identidad o peligro.