El 15-M cumple dos años. Las causas que
llevaron al surgimiento de aquella protesta espontánea, social y económica, no
han desparecido. Todo lo contrario. Lo que entonces era demasiado temerario
llamar movimiento sigue vigente. Quienes lo definieron como un simple fenómeno
mediático se equivocaron en parte. Pero los logros obtenidos han sido muy pocos
y persiste la incógnita de si toda esa indignación encuentre vías para lograr
sus objetivos por cauces democráticos. Varios días estuve en la Plaza del Sol,
asistí a los debates y presencié las manifestaciones. Estaba allí y escribí
esto:
Madrid es una fiesta
¿O no? Al menos el asistir a una fiesta
casi provinciana es una de las impresiones que quedan tras visitar la Puerta
del Sol. Una imagen acentuada el sábado, cuando payasos, guitarras y canciones
adquirieron un espacio mayor, en un día marcado por la negativa a cumplir con
la prohibición decretada por la Junta Electoral Central y el beneplácito
―obligado por circunstancias políticas― de una policía que se ha limitado a
advertir pero no a desalojar.
Así que los asistentes a las
concentraciones que se están celebrando en toda España saben que éstas no
cuentan con la autorización administrativa, pero también conocen que no serán
disueltas a palos, lo que indudablemente acerca más a un paseo que a un acto de
protesta la participación ciudadana.
Reducida en gran medida la potencialidad
de violencia ―gracias a la voluntad de La Moncloa―, el acto pierde mucho de
desafío y entra en la categoría de advertencia y protesta consentida por el
sistema; se deslinda por completo de las manifestaciones de los países árabes y
pasa a encuadrarse en una esfera más conocida. Solo la poca memoria histórica
explica que no se resalte que lo que ocurre en Madrid y otras ciudades
españolas no es nada nuevo ni espectacular, cuando se le compara, por ejemplo,
con las marchas por los derechos civiles en Estados Unidos.
En este sentido, estamos ante un fenómeno
que se define en buena medida por su carácter mediático, y de irrupción o
desvío de la campaña electoral para quienes prefieren las teorías
conspirativas.
Basta con recordar el aburrido Primero de
Mayo en Madrid ―donde sindicatos y organizaciones de la izquierda tradicional
mostraron una imagen penosa, de consignas gastadas y caras mustias―, para darse
cuenta que el fenómeno 15-M ha resultado una gallina de oro para la prensa, en
medio de una campaña electoral que nunca llegó a despegar. Sumergido el país en
una crisis que parece no tener salida, con presupuestos reducidos para buscar
el voto en los dos más poderosos partidos políticos de España, poco interesante
estaba ocurriendo en España hasta el domingo 15 de mayo.
Concentrarse entonces en los nexos entre
la multitud en el kilómetro cero nacional y los resultados electorales ―que se
producirán a relativamente pocas horas, tras la votación del domingo― no deja
de ser tranquilizante. Porque uno de los factores del que apenas se habla es la
paradoja surgida a partir de unas manifestaciones pacíficas tan sencillas
―hablar de movimiento resulta aún anticipado― y una repercusión política tan
grande. Repercusión que si en parte hay que achacar a los medios, también hay
que reconocer que se extiende mucho más allá de Madrid, e incluso traspasa las
fronteras de España y del día electoral.
Surge entonces una situación nueva, en
que aún no se duda de la fortaleza de la democracia española, pero que se
acompaña ahora con una leve interrogación: ¿y si se crea un movimiento con
tanta fuerza que logre la caída del Gobierno? Más que de interrogantes, se estaría
frente a una alternativa desconocida, porque lo que vendría entonces no sería
un vacío de poder sino la disolución del poder tradicional.
¿Es realmente de izquierda el 15-M? Sí y
no. No lo es desde el punto de vista institucional ―y en cierto sentido político―,
pero sí lo es, y a plenitud, en cuanto a inspiración y proyección.
¿Cómo logrará estructurarse, para dar vía
a un movimiento político, lo que nació a partir de una serie de protestas?
No se trata de la pregunta simple de si
las manifestaciones continuarán después de las elecciones. Por supuesto que
habrá otras nuevas. Lo primordial es que éstas superen el limitarse a un acto
de catarsis. Porque eso ha sido fundamentalmente lo que viene ocurriendo en la
Puerta del Sol, y la democracia, el capitalismo y la globalización tienen una
gran capacidad para soportar y asimilar los actos de catarsis.
Desde muchos y variados ángulos ―del
romanticismo y la juventud hasta la literatura y el cine― lo que viene
ocurriendo en la Puerta del Sol despierta simpatías, pero limitarse a esos
factores puede traer más de un desengaño.
Un recorrido por los círculos de debate
que se producen a diario en Puerta del Sol y en la Plaza del Carmen resulta
estimulante, en cuanto a poder presenciar un ejercicio de participación ciudadana,
en el cual se debaten algunos de los grandes problemas actuales en España y el
resto del mundo, a los que los políticos no han sabido o querido dar la
respuesta adecuada. Aunque también despierta al menos dos reservas.
Una es que las conversaciones en muchos
casos son superficiales y llenas de estereotipos de izquierda, que no superan
una charla de barberías. La otra es que estos debates son muy bonitos y
estimulantes mientras sean voluntarios, pero aterra pensar que de cumplirse una
utopía de este tipo, degenerara en una pesadilla estilo revolución cultural
china. Por lo pronto, confieso que me aburrieron a los pocos minutos, y preferí
pasar el tiempo en un restaurante italiano cercano.
Hasta el momento, las manifestaciones del
15-M se definen por lo que quieren y lo que no quieren, pero hay mucho que
decantar aún para que lo que puede llegar a ser un movimiento político cobre
mayor fuerza y transcienda la indignación ciudadana en un programa de acción
política real y efectiva.
No hay que dejar de reconocerle, sin
embargo, que en un breve tiempo han logrado colocar en un primer plano nacional
la indignación ciudadana y abrir una cuña entre los dos partidos tradicionales
más poderosos.