Un nuevo montaje del Tannhäuser en Düsseldorf ha creado una fuerte polémica y la
administración teatral ha decidido presentar la ópera sin escenificarla, solo
cantada.
Precisamente en este mes que se cumplen
200 años del nacimiento de Richard Wagner, la mención de su antisemitismo ha vuelto a
competir —y hasta a opacar— su genialidad artística. Aunque aquí el problema es el montaje y no la ópera en sí.
El montaje, con escenas que evocan los
campos de concentración —fusilamientos y víctimas gaseadas— quizá fue demasiado
lejos. Hay que deslindar además lo que podría ser una puesta en escena novedosa
y provocadora de cualquier intento de llamar la atención. Sin ver la obra,
demasiado riesgo es el opinar sobre un tema tan difícil.
Hay sin embargo algo que siempre me salva
en estos casos, y es mi admiración por cineastas como Mel Brooks y Woody Allen.
Artistas judíos que siempre han ido un paso más allá, y a su manera y en su
estilo lograr la derrota definitiva del nazismo y el antisemitismo, gracias a
la burla y la ironía. Parodiar sin rencor al pasado.