No es que Luis Pavón muera sin pena ni
gloria, es que murió oficialmente olvidado. Nadie mencionó su fallecimiento en
la prensa oficial cubana, ninguna nota breve, no hay hasta el momento un cable
de agencia noticiosa que recoja el hecho. Por otra más de las ironías del
destino, la historia o la política —la retórica aquí no importa— ha sido en el
exilio donde más se ha comentado, o al menos mencionado, el fin de alguien al
que muchos con razón consideraron y han considerado siempre un hijo de puta.
Que ya no exista no cambia en nada ese criterio. Al menos, si se quiere ser consecuente.
Pavón, que fuera director de la revista Verde Olivo y también el aparente autor
de unos pocos textos que, con el nombre de Leopoldo Ávila —los trabajos se han
atribuido también a José Antonio Portuondo, otro mediocre estalinista—
sirvieron para desatar el terror entre escritores y artistas, en momentos en
que se impuso el dogmatismo, la mediocridad y la estulticia en buena parte de
la literatura cubana. Sin llegar nunca a convertirse en una especie de Marat o
Robespierre del trópico —no por falta de vocación sino por carencia de
posibilidades— este poeta mediocre trató sin descanso de arruinarle la vida a
varios creadores. Lo conseguiría mejor desde la presidencia del Consejo
Nacional de Cultura entre 1971 y 1976, donde pudo ejercer casi a plenitud su
destino de censor.
Tras su breve reinado de terror cultural
pasó no sólo a la oscuridad casi total sino al rechazo poco menos que absoluto.
Luego sirvió de pretexto para una de las tantas jugadas con múltiples
interpretaciones que han ocurrido en la isla a partir de 1959, cuando apareció
en un programa de televisión en 2007. Es
posible que aquella “guerrita de los emails” rindiera provecho a unos cuantos,
lo que sí es seguro que nadie está dispuesto a repetirla ahora, ni en la más
ligera escaramuza. Quizá, después de todo, ha sido el miedo, no a Pavón sino a
mencionar a Pavón, lo que explica este silencio momentáneo en la prensa
cubana.
La muerte de Pavón, por lo demás, a estas
alturas no significa nada. Si acaso servirá para que algunos de los perseguidos
de entonces, que han permanecido en la isla y logrado el pleno reconocimiento
oficial y oficioso —premios nacionales incluidos— le dediquen una sonrisa irónica.
No creo que la condición de humanista haga a nadie humanitario, al menos eso
espero. Deberían celebrar, no tanto la victoria sobre el censor, que lograron
hace mucho tiempo, sino el olvido como una forma más sutil, pero también más
poderosa, de detracción.
Ironía también que fuera Norberto
Fuentes quien diera a conocer la noticia en el exilio. Así resulta siempre:
los censores terminan dependiendo de los censurados. Lástima que nunca aprendan
la lección a tiempo.