Cuando Fidel Castro cayó enfermó y tuvo
que apartarse de ejercer a diario el poder absoluto, en lo que entonces se
anunció como una medida temporal, los elementos más intransigentes del exilio
en Miami rechazaron esperar a que se produjera un cambio político en Cuba para
involucrarse en los asuntos de la isla.
Incluso parecieron discrepar del llamado
del entonces presidente George W. Bush, que les pidió aguardar por decisiones
internas.
“El presidente (George W.) Bush tampoco
determina cuándo el exilio puede o no tener participación” en los asuntos
internos de la Isla, dijo Ninoska Pérez Castellón, del Consejo por la Libertad
de Cuba, durante aquellos días calurosos de agosto de 2006.
Bush había expresado, durante una
conferencia de prensa, que los cubanos radicados en la isla eran quienes tenían
que definir ese cambio, y que los exiliados deberían involucrarse en el tema
“cuando el pueblo de Cuba decidiera formar un gobierno”.
En esa ocasión, algunos de los más fieles
partidarios del mandatario republicano se permitieron discrepar en público,
aunque fuera por un instante.
Sin embargo, ni un sólo aspecto de lo
sucedido en Cuba durante el tiempo transcurrido desde entonces lleva la huella
de una participación, aunque sea mínima ,de los “combatientes verticales” de
Miami, quienes se limitan a repetir diariamente que el fin del régimen de La
Habana está cerca, lanzar amenazas, prometer el aniquilamiento de cualquiera
que se oponga a su planes en la isla y añorar una vuelta al pasado.
Este ejercicio inútil no produce fatiga,
sino cierta exaltación en quienes lo practican. Aunque no se ha reportado que
impida el envejecimiento, sí parece contribuir a la euforia, o al menos a la
gritería a través del teléfono y los micrófonos. Se dice que además es bueno
para olvidar la pérdida de la memoria y que aunque no mejora la vista, ayuda a
sentirse a gusto con una visión distorsionada del mundo.